Texto
Juan Miguel Álvarez
Ilustración
Felipe Rivera
Diciembre 24 de 2024
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Relato de navidad
El regreso a casa en días decembrinos viene con las preguntas por la vida elegida. El dinero, la estabilidad, la familia, el poder del goce y el compromiso. La siguiente historia es la de un trabajador en tierra foránea que vuelve al barrio por estas fechas para llenar el espacio vacío de los otros once meses.
Camilito llegó la última semana de noviembre. Desde que se fue para España, en 1998, ha retornado a Pereira cada navidad para pasarla con sus familiares y amigos. O más o menos. El más es que su familia ha permanecido completa, nadie ha muerto y en cambio ha crecido: su hermana menor, de 17 años, ya tiene un bebé de cinco meses. El tipo que la preñó, sin embargo, se voló y no respondió por el muchachito. Pero qué importa, para eso Camilito trabaja duro en otro continente y el dinero que manda a su familia alcanza hasta para los gastos del crío. El menos es que a sus amigos del barrio no los volvió a ver. A Pelucas lo mataron ese mismo año, por un lío de drogas dijeron. En esta ciudad cada muerto lo justifican con un lazo de narcotráfico. A Aburricio le tocó irse para Estados Unidos por el hueco y nadie supo su destino. Ni sus padres. Un día llegó el rumor de que había sido atrapado en pleno desierto de Sonora por la migra mexicana, pero a los meses se diluyó esa versión porque en México aclararon que el hombre no estaba ni en sus cárceles ni en proceso de deportación. A Pochas lo desaparecieron: se cuenta que él estaba de prestamista gota a gota con el dinero que un traqueto le había dado para que lo trabajara. Y unos meses después en los que el plantero debía haber recibido intereses, Pochas no le dio nada. Al principio se excusó con que sus deudores estaban atrasados en los pagos; luego, con que había habido una redada de la policía en la que cayeron otros dos que también le debían dinero. Lo cierto es que después de seis meses de no entregarle intereses al dueño de la plata, Pochas tuvo que devolver el plante. Y ahí fue el problema: ya no tenía la misma cantidad sino que le llevó al traqueto menos de la mitad. A las dos semanas, nadie más lo volvió a ver. El último de los amigos de Camilito sí siguió el lado correcto o lo que la gente piensa que es el lado correcto: entró a la universidad pública, se graduó como médico y comenzó a trabajar a lo bien y al cabo de un tiempo se fue del barrio y después se le vio en el centro montado en un carro fino y se dice que en estos días se fue de vacaciones a Brasil. El barrio del que habla Camilito queda al pie del río Otún y cabe dentro de la confusa definición de “barrio popular”. ¿Es popular porque es muy conocido o porque está habitado por lo que el socialismo latinoamericano define como “clase popular”? Como sea, sus habitantes han quedado al vaivén de la inmigración y del delito.
El diminutivo de su nombre es la costumbre de su madre. Cuando Camilito era un niño, ella ya le decía así. Incluso cuando lo tenía que entrar a la fuerza porque se la pasaba jugando fútbol en las calles, la señora le gritaba delante de sus amigos “¡Camilito, las tareas!”, y sus amigos se reían y él se aguantaba. Días antes de cumplir 18 años de edad, Camilito habló con su madre y le pidió que de ahora en adelante que ya era mayor de edad, todo un adulto, no lo volviera a llamar por el diminutivo. La señora le dijo que él podría cumplir 50 años mañana mismo y que eso no cambiaba en nada que él fuera su Camilito, así como un muñequito.
Ahora estacionado como todo un cuarentón, Camilito piensa que la mejor decisión que pudo tomar en su vida fue la de irse a vivir a España justo cuando era sencillo hacerlo. Por los días en que se presentó en la embajada, las colas para tramitar la visa eran de cuadras enteras. En plena calle 94, barrio Chicó, estrato seis bogotano, la gente de aspecto provinciano y humilde bordeaba la ruta rápida de los carros que se descolgaban de la carrera séptima hasta la 15. Camilito presentó los papeles básicos y un diploma de tecnólogo mecánico de universidad que compró en el mercado negro de la academia. Cumplió con los requisitos mínimos y le dieron la visa de trabajo. El cónsul que le devolvió el pasaporte le dijo que podría ganarse la vida como mecánico de carros y él respondió que eso pensaba hacer.
Después de un par de meses de buscar trabajo obtuvo un cupo en la construcción de un centro comercial en Murcia. Los primeros días lo pusieron a recoger arena y llevarla hasta los puntos exactos en los que se necesitaba la mezcla. Luego, ganada más confianza, lo pusieron a pegar adobes; por último, antes de concluir el proyecto, lo emplearon pintando paredes. Ahora cuenta que ha sido jefe de obra en algunos condominios y que si sigue como hasta hoy su ascenso está a la vuelta de la esquina. ¿Hasta dónde más puede ascender si no tiene título profesional? Me dice que seguirá siendo jefe de obra, pero que la paga por hora de trabajo le aumentará con la experiencia.
Dos días antes de viajar Barajas-Matecaña, Camilito telefoneó a su madre y le dijo que iba a llegar. Su madre colgó el teléfono y le dijo a su hija, es decir, la hermana de Camilito que ahora tiene bebé. Ella, a su vez, le contó a una amiga del barrio y la amiga del barrio le contó a su mamá. En menos de un día, la cuadra se enteró de la visita de Camilito y le prepararon un recibimiento: bombas de colores, serpentina, aguardiente, chicharrón y música del Charrito Negro. Toda esa gratitud le tienen. Cada cual en su momento ha sido beneficiado por la generosidad del constructor. 100 mil pesos para el carnicero, 50 mil para el del granero, 20 mil para el hijo del vecino, otros 100 mil para el papá de Aburricio, 80 mil más para el pistero de la bomba y regalos para su sobrino, su hermana y su madre. Arreglos para la casa, nevera llena todo el mes, ropa para estrenar y uno que otro juguete electrónico que deja en el barrio antes de retornar a España. Hace un par de años fue un Iphone, luego un televisor y este año dice que si lo apuran dejará su laptop.
Como dije, Camilito viene a Pereira en cada diciembre. Dice que la navidad en España no es ni parecida a la de acá: la gente se encierra en su apartamento, prepara el estómago con embutidos y vino, cena y pone música poco fiestera. Él prefiere la marranada en la calle, que inicia a eso de las diez de la mañana con la acuchillada del cerdo y los chillidos del animal por toda la cuadra. Luego, la chamuscada del pelo, la desollada y la fritura del chicharrón. Las puertas de las casas de par en par, la gente va y viene, entra en una, sale de la otra, reparte natilla, se regalan buñuelos, suena la música y a pasadas las tres de la tarde se empiezan a ver los primeros borrachos. Antes de la medianoche ya se han repartido los regalos y en ocasiones, hasta ha tocado conseguir más carne porque la cantidad de gente que viene a celebrar supera la esperada.
Algunos le preguntan por su mujer. Él responde que no tiene nada fijo: una allí, otra aquí, una más allá. Entonces le preguntan que cuándo piensa formalizarse con una de ellas. Camilito responde que aún falta tiempo. Le preguntan que si no le da miedo quedarse soltero. Dice que no, que no piensa en eso. La única mujer en la que piensa, por ahora, es su mamá. Y en su hermana cuando toca.
Por estos días, previos a la noche del 24, ha hecho las compras de rigor: licores, comida, dulces, más regalos. Dice que ve distinta a la ciudad. Cada vez que viene, hay una calle más, un edificio más, un almacén nuevo. Ve pocas caras conocidas y las mismas costumbres navideñas que cuando tenía 10 años.
Diciembre es el mes que motiva. Mientras estoy del otro lado, sólo pienso en la fecha de salida para Colombia, para Pereira, y siempre intento robarme unos días de la última semana de noviembre, me dice. Le digo que si no ha pensado en pasar un navidad en España. Me dice que con la primera que tuvo —solo, recién llegado, novato, sin conocer el frío del invierno— fue suficiente para saber que nunca más quiere vivir una igual. ¿Y si su familia estuviera allá con usted? Tampoco. Me dice. Prefiero acá, el calor, la amistad, la vida movida del centro, la pólvora, la música a todo volumen, la natilla de los vecinos y el olor del río Otún.
Camilito se para de nuestro sitio de reunión. Habla por celular y me dice que debe irse. Me dice que su viaje de regreso está previsto para mediados de enero. Me dice que me agradece haberlo escuchado, que por allá no habla de sus cosas porque nadie lo escucha. Me dice que si nos volvemos a ver en doce meses, me traerá regalo, un detalle.
Afuera, estallan los voladores.