La defensa empieza con los Cascos Blancos

La defensa empieza con los Cascos Blancos

Texto

Camilo Alzate

Fotografía

Víctor Galeano

Julio 10 de 2020

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La defensa empieza

con los Cascos Blancos

Cabezas rajadas a golpes de bolillo, pulmones colapsados por los gases, lagos de sangre en el pavimento. Cada marcha trae sus víctimas. Y un grupo de estudiantes, armados de solidaridad y cascos blancos, corre a auxiliar las heridas para que la vida siga.

Correr como cangrejos

-¡No les ponga la espalda, no les ponga la espalda! —me grita Vale mientras retrocedemos por un pasaje estrecho y sinuoso con las farolas apagadas. Calculo que esta debe ser la calle 76 o 75 del barrio Laureles en Cuba, el sector más grande y populoso de Pereira. Los gases lacrimógenos han enturbiado la Avenida Independencia. Ahora la tanqueta del ESMAD avanza lenta pero sólida, como un monstruo torpe, dispersando el tumulto de dos mil personas furiosas que responde con palos, rocas, escombros, con lo primero que agarren. Es la noche del 9 de junio, segunda jornada consecutiva de choques entre la policía y los manifestantes durante esta semana en el mismo lugar, donde los bloqueos intermitentes comenzaron desde el 30 de abril, por eso algunos ya se atreven a decir que la Independencia es “el Siloé pereirano”. Otros la llaman “Avenida de la Resistencia”.

La tanqueta sigue ahí detenida a veinte pasos, Vale no se inmuta: sabe que el armatoste no podrá penetrar los callejones tan estrechos. Nos resguardamos detrás de la esquina para revisar un herido, ella insiste que me mueva siempre en reversa, es la manera para esquivar las granadas lacrimógenas y aturdidoras. Aún no son las nueve de la noche y Vale junto con sus compañeros ha recibido una veintena de lesionados, incluyendo un muchacho que puede perder su ojo por el golpe de una bomba lacrimógena disparada directo contra su cara. A ese, me cuentan, lo despacharon rumbo a una clínica.

Retrocedemos. Le pregunto dónde aprendió a moverse así, igual que los cangrejos.

—¿Dónde más? —responde con un gesto de risa ahogada por la máscara antigases—. ¡Acá!

Vale tiene 19 años y cursa quinto semestre de medicina, pero coincide con todos sus compañeros en que ha ganado más experiencia en estas últimas ocho semanas esquivando aturdidoras y curando muchachos con la cabeza rajada, como el que va a empapar enseguida en un baño de desinfectante resguardada tras el rellano de una puerta, mientras los demás apuntan linternas a la herida para que maniobre confiada.

Vale estuvo en uno de los extremos del Viaducto la noche del 5 de mayo y fue la primera persona de misión médica que llegó al punto donde abalearon a Lucas Villa y Andrés Felipe Castaño. No alcanzó a auxiliarlos, pues ya los llevaban malheridos rumbo al hospital, pero fue quién midió los metros cuadrados de sangre en el pavimento y confirmó por WhatsApp a los activistas de derechos humanos la gravedad del atentado.

—¡No les ponga la espalda! —vuelve a regañarme.

Algo explota muy fuerte en la Avenida, a nuestro lado se desborda un tropel de alaridos; son los muchachos de la primera línea que ya no soportan la gaseada. El callejón comienza a ponerse blanco, lo impregna aquella neblina infame que tritura los pulmones. Parece que ahora sí viene el ESMAD,

Vale termina la curación. La cabeza rajada del muchacho quedó cruzada por un corte obsceno, similar a un machetazo detrás de la oreja. Corremos barrio adentro y todo se ha tornado confuso, nadie sabe si la policía avanzó por las calles traseras o por las laterales. Tres encapuchados cruzan la esquina aullando que necesitan un paramédico; traen otro cargado con una contusión en la coronilla por una granada aturdidora. Abren la puerta de una casa, nos metemos todos. Los chicos se ponen manos a la obra sobre una cama en la que hay rollos de vendas y frascos de yodo diseminados entre sábanas revueltas. La dueña advierte que no podemos hacer ruido; afuera se oyen explosiones, quizá sea en la Avenida, quizá más cerca.

—Esto es de solución salina —dice Vale a sus compañeros. Y se coloca a limpiar el golpe con cuidado.

“Lleve unas gasas, por sí eso se prende”

Laura había participado de algunas protestas el año pasado, lo que no imaginaba es que este paro iba a durar lo que ha durado. Para la primera marcha del 28 de abril se puso de acuerdo con su amiga Taba en que iban juntas a la manifestación. “Lleve unas gasas, por si eso se prende” le advirtió Taba. Se lo dijo porque ella había hecho antes un curso de primeros auxilios, además, ambas intuían que las cosas serían diferentes.

—Al principio dábamos pena, sólo teníamos unas vendas y alcohol —recuerda. Laura no sabía lo que ocurriría en las jornadas siguientes.

No sabía que los perdigones le golpearían los brazos y quedaría encerrada por la tanqueta en el Parque Olaya, y que otra noche iba a huir de los motorizados, a punto de que la treparan capturada en el ya célebre furgón rojo. Laura sentiría otra noche que se le “iba todo” atendiendo un herido que perdió el conocimiento, y quedaría aterrada con las quemaduras y heridas tan grandes de un muchacho que, recuerda ahora, llegó con la piel lacerada desde el tobillo hasta el muslo, llena de metralla por la explosión de una recalzada, un tipo de armamento ilegal que el ESMAD suele disparar contra los manifestantes.

Tampoco se le pasó por la mente que estaría en las barricadas “detrás de los escuderos”, como ella misma cuenta, en los disturbios de Dosquebradas, de Cuba. Y de Cartago, cuando en el desalojo violento de la madrugada del 21 de mayo tuvo que auxiliar a Harrys, un grandote que mide casi uno noventa y que es líder de la primera línea local, después que una lacrimógena le impactara el rostro en el Puente Bolívar. Laura, con sus 18 años recién cumplidos y con su metro y medio de estatura, no entiende de dónde le vinieron fuerzas para sacarlo desmayado del puente hasta donde unos vecinos que preguntaron “¿Quién es?”. “Es Harrys” dijo y enseguida lograron evacuarlo en una motocicleta. Ella tuvo que cruzar al amanecer caminando en medio del ESMAD y devolverse a pie los ocho kilómetros que hay entre el puente y el peaje de regreso a Pereira.

Lo de Harrys terminó con un desprendimiento de retina, pero él no quiso ir a la clínica, como no van la inmensa mayoría de heridos en las protestas, que sienten pavor de ser detenidos o judicializados si llegan a un hospital y la Policía los atrapa.

El subregistro es aterrador. En el Centro Regulador de Urgencias, Emergencias y Desastres, que coordina todas las clínicas de la región y recopila los datos, existía un consolidado de 136 heridos del primer mes de paro, pero como aseguró una fuente del mismo Centro, la información se toma “de lo que dice el paciente sobre el lugar y origen de las lesiones o afectación, no hay forma de confrontar si todos efectivamente ingresaron por lesiones o afectación asociada a las protestas”, además sabían de muchos “lesionados que no se dejaron trasladar del lugar y solo aceptaron los primeros auxilios”.

Las cifras de los comités de derechos humanos y de los grupos de primeros auxilios duplican las oficiales. El Comité de DD.HH. del Congreso de los Pueblos acumulaba al 15 de junio un registro de 272 heridos en el marco de las protestas, entre transeúntes y manifestantes. No obstante, tienen la certeza de que son más, por la magnitud de los choques que han observado sobre el terreno.

Por ejemplo, nuestro equipo confirmó que tan sólo el 28 de mayo hubo 20 heridos graves en dos refugios de primeros auxilios, luego de una arremetida violenta del ESMAD que disolvió el acto cultural pacífico con que se conmemoraba un mes de movilizaciones en la plazoleta Ciudad Victoria.

Pero la jornada más violenta de todo el paro ocurrió la noche del 2 de junio en los barrios Laureles, Leningrado y la Avenida Independencia: hubo 76 heridos, aunque sólo uno de ellos, Samuel Martínez, llegó al Hospital San Jorge: fue el joven cuya foto circuló en redes sociales con la nariz destrozada por un golpe. En la jornada del 9 de junio, cuando acompañamos a los comités de primeros auxilios en Laureles, sobre las diez de la noche uno de los tres grupos ya había atendido 32 lesionados graves.

Con motivo del día cincuenta de paro nacional, el 15 de junio la ONG Temblores publicó un informe que documenta 1.468 víctimas de violencia física, 43 homicidios, 70 personas con lesiones oculares y 215 víctimas de armas de fuego, todos estos casos los atribuye la ONG a la represión desproporcionada de la Policía Nacional. 

Después de las marchas pacíficas del 28, 29 y 30 de abril, que terminaron en batallas campales y represión brutal de la Policía, hubo una convocatoria amplia por grupos de WhatsApp a raíz del mandato de la asamblea estudiantil de la Universidad Tecnológica que definía dos líneas de acción: era urgente conformar grupos de Derechos Humanos y de primeros auxilios. Así comenzó el Comité de Primeros Auxilios, PAUX, integrado en su mayoría por estudiantes voluntarios de la UTP y algunos institutos privados. Hay otros dos grupos similares, conformados por gente de los barrios en Cuba y Dosquebradas. Siempre hacen presencia en las protestas y consiguen sitios transitorios en casas o en locales cercanos a los puntos de la confrontación, donde improvisan algo que se parece bastante a un hospital de campaña y que ellos llaman “el refugio”.

Las camisetas blancas y rojas con la cruz estampada, los carnets de papel, las primeras vendas y apósitos, todo eso salió del bolsillo de cada uno. Luego apareció la solidaridad por montones: en las marchas la gente los buscaba para regalarles alcohol, solución salina, guantes y medicamentos, gasas, comida. Les consiguieron tres botiquines, equipos de sutura. Por redes hicieron convocatorias para donar en cuentas y con ese dinero pudieron dotarse de máscaras antigases y cascos de seguridad blancos pintados con las siglas P. AUX y el grupo sanguíneo de cada integrante. Así se distinguen entre la masa de manifestantes.

En las marchas y bloqueos cualquiera los conoce y suelen aplaudirlos cuando llegan con sus cascos blancos, con su bandera cruzada, con sus bolsitos menudos, con ese porte casi de colegiales. “¿Ya se van a ir?” les pregunta la gente, “los necesitamos acá”.

Que no le cuenten a mamá

David no le avisa a su madre cuando sale a las marchas, ni a nadie de su familia que vive en un departamento lejano del país. Sólo le cuenta al hermano mayor.

—El me comprende —dice—. Yo no me puedo quedar en la casa tranquilo, cobijado en mi cama, viendo que el ESMAD le está tirando con toda a los muchachos. Ahí me necesitan.

A Manuela le pasa lo mismo: su mamá se pone histérica si sabe que anda en una manifestación, la llama todo el tiempo, la regaña…

David tiene 17 años, Manuela 20. Él estudia para ser paramédico, ella para profesora.

Ninguno dudó cuando por los grupos de WhatsApp convocaron a integrar los comités de primeros auxilios. Ambos dicen lo mismo que el resto, esta es su manera de “contribuir a la causa”.

Desde los doce David era miembro de la Defensa Civil, conocía técnicas de rescate, algo de primeros auxilios, ya sabía lo que era trabajar bajo presión. O eso creía, porque en la primera gaseada del 1 de mayo las piernas le temblaban con las explosiones y el pecho se le comprimió hasta el desvanecimiento.

Quiero saber si hay protocolos en el grupo, alguna forma especial de actuar con jerarquías, con roles durante la protesta. Una cosa es coordinar y hacer planes, dice, y otra muy diferente el tropel. Ahí, explica David, es el que más sepa, como mejor pueda y con lo que tenga a la mano: “hay que controlar hemorragias, estabilizar pacientes, limpiar heridas si son leves”. Los heridos más graves se sacan en motos o en carros de voluntarios hasta las clínicas, una vez allí, la mayoría prefiere declarar que las lesiones fueron el resultado de alguna riña o de un accidente de tránsito, para evitar que los reporten a la Policía.

El peor de todos, el que ninguno olvida, lo atendieron el 2 de junio en Laureles. Fue un muchacho apaleado que sangraba por las orejas y la nariz, y que parecía reventado por dentro.

—De un momento a otro recuperó el sentido y comenzó a patalear —recuerda Taba—, quería salir corriendo, desorientado.

En el bloqueo del Viaducto, David atendió una estudiante de ingeniería tan ahogada por los gases lacrimógenos que se temió un colapso. La oxigenación en la sangre le había bajado al 72%, cuando lo normal es 95%.

—Ahí yo dije “Ayúdame, Diosito”. La sacamos del lugar y poco a poco la fuimos estabilizando, primero a 74%, luego a 76%, 78%… —En el Parque Olaya intentó suturar a un transeúnte que el ESMAD había golpeado sin discriminación—. Tenía una herida abierta en la sien desde la mitad de la cabeza casi hasta la cumbamba, como con un centímetro de profundidad —recuerda—. Lo volvieron una nada. Yo sólo le dije “parcero, esto le va a doler, pero hay que hacerlo porque si se infecta es peor”.

Contra todo prejuicio, los chicos de PAUX han atendido también a policías heridos por los manifestantes. En uno de tantos disturbios en la Independencia, Manuela le hizo una curación a un agente del ESMAD con el brazo y la mano herida por una pedrada.

—El señor tenía un tatuaje con el nombre de la hija y sangraba mucho —recuerda—, gritaba de dolor, tuvimos que inmovilizarle dos dedos también. Después en la gasolinera de Corales atendimos otro policía, pero no era del ESMAD, estaba herido en una mano.

Manuela, paradójicamente, fue atacada durante la arremetida del ESMAD en Ciudad Victoria la tarde del 28 de mayo. Al caer la tarde intentaban auxiliar un detenido y los policías, aun notando que iban con una bandera blanca y los cascos de cruces rojas, les arrojaron una granada aturdidora que explotó en su rodilla, destrozó uno de los botiquines y la dejó sin poder caminar varios días. Fueron sus compañeros quienes la sacaron cargada de la plazoleta. Le digo si después de eso y de las amenazas que han recibido varios en el grupo no siente miedo de seguir haciendo lo que hace.

—No, una con más ganas sigue.

La semana siguiente a nuestra charla, el 17 de mayo, una docena de motorizados del ESMAD acorralaron y retuvieron a seis de los integrantes de PAUX en una gasolinera cerca al Parque Olaya, cuando se retiraban de la manifestación después de las nueve de la noche. Allí iban Manuela y David. Los requisaron, los fotografiaron y al final fueron montados a un camión que los condujo a la comisaría de la carrera 9 con calle 10, donde estuvieron detenidos hasta las dos y media de la madrugada. Nunca les explicaron cuál fue el motivo de la captura.

En Pereira el 22 de junio en otra arremetida del ESMAD quemó los botiquines a un grupo de primeros auxilios.

De Pereira a Puerto Resistencia

El domingo 13 de junio varios chicos de PAUX salieron temprano en una caravana de motos, pero esta vez no se citaron para acudir a una marcha, como hacían siempre durante las últimas ocho semanas. Iban para Cali, a la gran toma cultural de Puerto Rellena —hoy renombrado Puerto Resistencia—, con la que los manifestantes del paro nacional levantaron el bloqueo después de cuarenta y ocho días.

Ese día Vale subió a la tarima con su inconfundible camisa roja y su casco blanco para leer ante miles un breve manifiesto que llamaron “De PAUX Pereira pa’ Puerto Resistencia”.

“Esto también es por el campesino, el indígena, los abuelos y las nuevas generaciones, por todos los verdaderos héroes de nuestra patria” se lee en el manifiesto. “Esto es por ustedes muchachos, que valientemente han luchado por un país mejor y a quienes sus vidas les fueron arrebatadas a mano de un Estado criminal, que ve en la gente que busca una transformación al enemigo”.

¿Por qué lo hacen? ¿Por qué estos chicos casi adolescentes arriesgan su vida y su seguridad cada semana, cada noche, sin otra recompensa que no sea el aplauso de los manifestantes? Ninguno fue capaz de darme una respuesta política, pero tampoco es necesaria. Lo hacen porque saben que su presencia es fundamental y eventualmente puede salvar vidas. Lo hacen también porque nadie más lo está haciendo. Lo hacen con esa justificación espontánea y urgente que supone limpiar un cuerpo lacerado y devolverle la respiración al que ya no le pasa el aire a los pulmones.

Lo hacen por una razón simple y contundente: sienten que es lo correcto.

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