Carne de animales silvestres directo a la mesa, en la Amazonía del Ecuador.
Texto
BaudóAP, DDRN y CONNECTAS
Ilustración
Felipe Rivera
Diciembre 3 de 2024
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Platos prohibidos
Carne de animales silvestres directo a la mesa, en la Amazonía del Ecuador.
En las provincias de Sucumbíos y Pastaza hay restaurantes que ofrecen a los visitantes sopa de armadillo, guanta o venado asado como manjares exóticos, a pesar de que es delito. Los platos preparados con carne de animales silvestres, también llamada carne de monte, cuestan entre tres y diez dólares. Y es un comercio que se realiza de forma oculta y constante.
I
—¿Qué tiene, vecina?
—Hoy, sopa de armadillo… Recién la estoy cocinando, en media hora está lista.
Son las siete de la mañana de un sábado de septiembre en el Mercado de los Plátanos, en Puyo, capital de la provincia de Pastaza, en la Amazonía ecuatoriana. Quien pregunta es el conductor de un camión que la cocinera distingue. Minutos después, una mujer con apariencia de turista extranjera hace una consulta similar y la respuesta es muy diferente: “No, no vendemos carne de monte. Es delito, está prohibido”.
Lejos de los ojos y los oídos de la cocinera, el conductor deja su explicación: estos restaurantes temen ser involucrados en el delito de tráfico de animales silvestres por preparar este tipo de comida. Sólo la ofrecen a quienes reconocen como vecinos o clientes habituales. “Ya regreso yo y le traigo el plato para que vea”, dice. Y con algo de descaro añade: “O mejor me acompaña a comer”.
Al sentarse a la mesa, le sirven una sopa en la que se nota parte del caparazón del armadillo y una de sus patas, acompañada de yuca, plátano verde y papa china —tubérculo similar a las papas—, por la que pagó cinco dólares. Se trata de un plato gourmet común en esta región, tal como también lo son la sopa de guanta, el venado asado, la guatusa a la parrilla, la huangana ahumada y la boa frita, entre varios más.
La oferta de este tipo de comidas solo es posible por el tráfico de animales silvestres. Organizaciones animalistas consultadas para este reportaje nos aseguraron que este negocio ilegal es generalizado en la Amazonia, sobre todo en lo profundo de la selva donde no es posible ningún control.
El artículo 247 del Código Orgánico Integral Penal del Ecuador (COIP) establece que la cacería, pesca y captura de fauna silvestre con fines comerciales es delito y “será sancionada con pena privativa de libertad de uno a tres años”. Según este Código, el consumo de carne de animales silvestres sólo está permitido dentro de territorios indígenas, siempre y cuando sea para la subsistencia de las familias, es decir para el autoconsumo. Algo muy distinto a satisfacer el apetito de visitantes y turistas.
Durante el trabajo de campo para este reportaje pudimos corroborar que al menos otros cinco restaurantes en Puyo venden carne de armadillo, guanta y huangana. Y hacia el sur de esta ciudad, en el camino a Macas, hay un desvío en el kilómetro 16 que confluye en el Puente de las Boas donde también ofrecen sopa de guanta y de armadillo.
Llama la atención que el tráfico de estos animales así como la preparación de estas comidas sucedan a todas luces y que el Estado haga casi nada por revertir la situación. Mediante un pedido de información pública, le solicitamos al Ministerio de Ambiente, Agua y Transición Ecológica (MAATE) la estadística de las especies silvestres más decomisadas vivas o muertas —cantidad, ubicación y peso—, así como la cifra de las especies vivas que fueron recuperadas y entregadas a los centros de rescate. La respuesta que recibimos fue un compendio de cifras generales anuales de “Retenciones y rescate de vida silvestre”, no discriminadas entre vivas y muertas. Cabe decir que las vivas generalmente son traficadas para volverlas mascotas y que las muertas ya son carne para preparar comida.
Un simple análisis de estos datos revela una reducción preocupante en los dos últimos años. Si entre 2019 y 2021 las autoridades recuperaron un promedio de 4.800 especies anuales, entre 2022 y 2023 la cifra bajó a un promedio anual que ronda las 700. Tendencia que se ha mantenido en lo que va de este 2024. Consultamos al Ministerio sobre las razones de esta reducción, pero no hubo una respuesta oficial.
“El MAATE no tiene capacidad de control”, asegura el biólogo Pedro Gualoto Farinango, exfuncionario de ese ministerio vinculado actualmente al Zoológico de Guallyabamba en cercanías de Quito. “Desde la fusión del ministerio con la Secretaría del Agua (Senagua) acusan una falta de personal para labores de control. Tampoco disponen de recursos como vehículos o gasolina para realizar controles”. A esto hay que sumar la falta de dirección continua que ha padecido esta cartera: en un periodo de tres años el ministro ha sido cambiado cinco veces.
Diego Naranjo, especialista del MAATE en control de fauna silvestre en la provincia de Orellana, asegura que la alta biodiversidad de la región amazónica se encuentra en una “mayor amenaza” que el resto de vida animal en otras zonas del país. Y que las especies en más alto riesgo de ser extraídas de su ecosistema son las huanganas —cerdos salvajes o pecarí barbiblanco—, puercos saínos, tortugas charapas grande y pequeña, y mono chorongo. “Sólo en Orellana en 2023, fueron decomisadas poco más de trescientas libras de carne de monte, entre aves, mamíferos, peces y reptiles”, afirma. “Lamentablemente para este año los datos se han duplicado”.
Según el MAATE la mayor proporción de confiscaciones de carne de monte a nivel nacional tiene lugar en la provincia de Orellana. Allá funciona la Feria de Pompeya, donde el 7 de noviembre de este año fueron decomisadas 80 libras de carne de huangana, venado colorado y armadillo de nueve bandas.
La Feria de Pompeya, ubicada a orilla del río Napo, frente a uno de los ingresos del Parque Nacional Yasuní (PNY), es un mercado tradicional donde hasta hace unos años se vendían animales silvestres vivos y muertos. En la actualidad ese comercio no existe de forma abierta, pero algunos testigos revelaron que sigue muy activo en las madrugadas, cuando los ojos de las autoridades están cerrados.
II
La vendedora y cocinera del restaurante en el Mercado de los Plátanos, en Puyo, que le vendió la sopa de armadillo al conductor de camión es una mujer kichwa —una de las once nacionalidades indígenas que habitan la Amazonía del Ecuador— y reconoce que es un delito ofrecer platos de carne de monte. “Si viene el Ministerio del Ambiente puedo tener problemas”, admite. “Vendo porque la gente de las comunidades me trae y ellos también necesitan la plata. Si no les compro yo, venden en otro lado”. Esto mismo nos dijeron otros vendedores: su negocio es la única forma que tienen algunos indígenas para conseguir dinero en efectivo cuando salen a las ciudades.
Si bien algunos miembros de los pueblos indígenas de la Amazonía ecuatoriana son responsables de la caza ilegal de estos animales, es justo aclarar que la mayor parte de este tráfico está en manos de mafias trasnacionales, tema que no fue abordado en esta investigación.
La caza ilegal, sin importar su responsable, es una de las principales causas detrás de la desaparición de cientos de especies. Ecuador ocupa el primer lugar en la llamada Lista Roja de la Unión para la Conservación de la Naturaleza (UICN) en América Latina, con 2.714 especies de animales y vegetales amenazadas. Entre ellas, la huangana.
Según Galo Zapata Ríos, director científico de Wildlife Conservation Society (WCS) en Ecuador, preocupa la caza de este animal “porque no matan uno, sino a treinta o cuarenta al mismo tiempo, debido a que viven en grupos grandes”.
Además de todo lo que rodea a este tráfico, el consumo de estas especies representa un riesgo para la salud humana. Muchos de estos animales son reservorios de ciertas enfermedades. “En el caso de consumo de carne de armadillo”, explica el biólogo Gualoto Farinango, “hay un riesgo de contagio de lepra debido a que son portadores sanos de la bacteria. En el caso de venados, pecaríes, guantas y tapir, también hay riesgo de transición de enfermedades gastrointestinales por la carne mal cocida (parásitos como la giardia intestinalis)”.
Gualoto Farinango agrega que “durante el contacto con ectoparásitos, hay el riesgo de contagio de tifus, que es una zoonosis trasmitida por las pulgas y ácaros que están presentes en la fauna. Sarcocistosis, toxoplasmosis, triquinosis y las teniasis también son enfermedades algo comunes por consumir carne de animales silvestres”.
Estos riesgos para la salud, sin embargo, no frenan el consumo. “La demanda es grande y generalizada en la Amazonía ecuatoriana”, sostiene Galo Zapata Ríos. “Nos interesa conservar animales silvestres también, si no la gente se va a quedar sin proteína”. Según las cuentas de su oficina, “en la Amazonía todavía hay un estimado de medio millón de personas que dependen de la fauna silvestre para su alimentación. Y esa gente no tiene dinero”.
Una libra de armadillo o de guanta cuesta cinco dólares y por lo general alcanza para dos platos. A diferencia de la huangana, Zapata Ríos no siente preocupación por estas dos especies porque sus poblaciones son estables a pesar de la cacería. WCS ha monitoreado la venta de carne de animales silvestres en la Amazonía ecuatoriana por alrededor de veinte años. No tienen datos actualizados, pero en un estudio que publicaron en 2011 encontraron que sólo en el mercado de Pompeya se vendía un promedio de 13.000 kilos de carne de monte al año. La cifra no distaba mucho de los 12.000 kilos que arrojó un estudio anterior, realizado entre 2005 y 2007, también en el mercado de Pompeya, y en el que registraron el hallazgo de 77 animales vivos de al menos 56 especies.
Tal cantidad de carne, en palabras de Zapata Ríos, es “muy grave porque equivale a vaciar de animales 45 hectáreas y el ecosistema no puede funcionar bien si los animales desaparecen”. De acuerdo con su explicación, esta demanda de carne de monte “no es sostenibe” porque Ecuador es el país más densamente poblado de América del Sur. “La única razón por la cual estos animales no han desaparecido es porque Yasuní es enorme”.
III
Es fin de semana, mediados de septiembre, y la carne de monte en los restaurantes del Puente de las Boas está escasa. “Solo compré una guanta pequeña y ya se acabaron los platos”, dice una de las vendedoras. En este lugar, construido por el Gobierno Autónomo Descentralizado Provincial de Pastaza (GAD Pastaza), hay cuatro puestos de comida tradicional. En todos se venden platos con carne de monte, pero suelen acabarse antes del mediodía. Decenas de comensales llegan desde Puyo y Macas. La mayoría son mestizos y los pocos que se animan a hablar dicen que les gusta el sabor, que es parte de sus tradiciones.
Siguiendo por esa carretera, en el desvío que conduce al pueblo de Palora, hay otro complejo de cinco restaurantes y una tarabita que, al igual que la del Puente de las Boas, fue construida por el Estado, en este caso por el gobierno municipal de Mera. Se trata del mirador de Puerto Santana, en el que la gente se reúne para cruzar el río en una canasta impulsada por un viejo motor de camioneta.
Un rótulo marca el lugar desde donde se alcanza una vista panorámica del río Pastaza. El letrero muestra los logos del GAD de Mera, la GIZ (Sociedad Alemana de Cooperación Internacional) y los ministerios de Turismo y Ambiente. En ese lugar, con aparente presencia del Estado, venden la carne de animales silvestres a cinco dólares la libra. Y en los restaurantes, las comidas con guanta, armadillo y venado. Además, hay guatusa a la parrilla y guangana ahumada. Cada plato, cinco dólares. Los vendedores afirman que no es constante la oferta y que hay semanas que les traen varios animales y otras, como esta vez, en que sólo tienen un tipo de carne para ofrecer.
Al preguntar por la procedencia de esta carne las respuestas son evasivas. “De las comunidades, de la selva”, dicen. También reconocen que es un delito, pero les importa poco. Un vendedor, sin pudor, abre el frigorífico y muestra las piezas de huangana, guatusa y armadillo.
A unos pocos metros del mirador está el ingreso al Bosque Protector Yawa Jee, regentado por una familia indígena shuar/kichwa. Aquí también el Estado tiene su parte: hay un cartel del MAATE y otro de la cooperación internacional —las oenegés The Nature Conservancy y Conservación Internacional, la Embajada de España en Ecuador y la Cooperación Española—. La paradoja es que mientras en el bosque se resguardan especies de animales y plantas silvestres, a pocos metros se las comen asadas en puestos de comida levantados al filo de la carretera.
Más allá de la provincia de Pastaza, ya dentro de la de Sucumbíos, al norte de la Amazonia ecuatoriana, la situación es similar. En el Mercado de las Nacionalidades, de la ciudad de Lago Ágrio —la capital provincial, cerca de la frontera con Colombia—, la carne de monte es un producto que se ofrece en los puestos de verduras y sus mejores ventas son sábados y domingos. Dos de las vendedoras nos admitieron que esta carne se la compraban a los indígenas a 3,5 dólares la libra.
En dos restaurantes que están a las afueras de Lago Ágrio ofertan de manera clandestina guanta, armadillo, venado, boa y hasta caimán. Pero no a cualquier persona. La presencia de grupos irregulares y bandas criminales organizadas hace que todos los desconocidos estén bajo observación constante. En un comedor ubicado en la vía a El Coca, el ambiente es tenso y los comensales hablan en voz baja al ver ingresar el equipo de periodistas acompañado de un habitante local.
Es el conductor de la camioneta que nos transporta quien habla y pregunta por los precios: cinco dólares la sopa de guanta, mismo precio para el venado asado. La boa frita cuesta diez. La carne de venado, similar a la de vaca, se sirve en un filete a la parrilla, acompañado de yucas, plátano verde frito y una ensalada de cebolla y tomate.
El recorrido sigue hacia el nororiente de Lago Ágrio. La respuesta en los pueblos de Chiritza, Palma Roja y Aguas Negras es casi la misma: “No se caza, es prohibido”. Pero la realidad es otra: la carne de los animales silvestres se consigue bajo pedido y se vende mediante una red de contactos. El conductor hace un par de llamadas y le confirman que en Chiritza, un pueblo a cuarenta minutos de Lago Ágrio, tienen guanta a 3,5 dólares la libra.
Al avanzar hacia Cuyabeno se encuentran varios carteles que advierten que el tráfico de animales silvestres es un delito. Pero cerca de estas advertencias es posible comprar carne de monte. Sólo hay que saber dónde y a quién.
Según WCS se trata de un delito ambiental transfronterizo y tienen registro de gente que viene de la Amazonía peruana a comprar carne de monte para luego venderla en el mercado de la ciudad de Iquitos, donde la demanda es enorme. “Esto está pasando en los años recientes”, dice Galo Zapata Ríos. «No hay controles estrictos y es fácil moverse en estas áreas”.
Durante el trabajo de campo en la Amazonía no observamos ningún operativo de control ni de militares ni de policías ni de guardaparques, a pesar de que hay áreas protegidas como la Reserva de Producción Faunística Cuyabeno, en la provincia de Sucumbíos.
Así, con la certeza de que el Estado nunca está cerca para hacer valer la ley, el tráfico de animales silvestres sigue su marcha impune y los restaurantes continúan aprovechando el gusto que por los platos de carne de monte tienen sus clientes. Parece que la búsqueda de esos sabores es más fuerte que el miedo a quebrantar una prohibición.