La calculada equivocación de una masacre

La calculada equivocación de una masacre

Texto

Juan Miguel Álvarez

Ilustración

Angélica Correa Osorio

Febrero 5 de 2024

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La calculada equivocación de una masacre

Entre sus recuerdos cruzados de angustia, los sobrevivientes de un asalto sangriento no se preguntan por las razones de la ira ni esperan que el mundo los comprenda. Quieren un nuevo lugar para otro comienzo, porque el viejo se hizo inhabitable 

Enero de 2020

I

La oscuridad es casi toda. Un único bombillo encendido en la cocina arroja una luz amarilla y flácida sobre el rostro carnudo de Hamilton Gauitotó. Son las nueve de la noche y el calor se vuelve sudor en el cuello. Los mosquitos pican de piel en piel. En el corredor que da la entrada a esta casa hay ocho personas: seis lugareños entre los cuales se cuentan tres sobrevivientes de la masacre de Carrá y dos reporteros: me acompaña Camilo Alzate. Afuera, la selva bulle. Y entre ella, como la última parada del río San Juan antes de encontrar el mar pacífico, se levanta Docordó: un poblado con unas cuantas viviendas coloridas y sólidas, y otro tanto de chabolas en madera añosa que tambalean con cada pisada. Esto es el sur del Chocó.

HAMILTON: Es algo muy duro que no se lo deseo a ninguna comunidad; uno no termina de superarlo nunca.

JM: ¿Qué necesitan en este momento?

HAMILTON: La verdad, apenas pasó la masacre, todas las entidades del Estado hicieron presencia y ayudaron. Pero esta es la hora en que no hemos sido reubicados. En marzo van a ser tres años que salimos desplazados de nuestra comunidad y seguimos sin cómo subsistir.

JM: ¿No piensan en el retorno?

HAMILTON: La verdad, yo sí quisiera retornar si hubiera garantías de que no volverá a pasar lo mismo. Pero el resto de las personas, no. Quieren la reubicación acá en Docordó. Lo otro es que los que eran los líderes se fueron para las ciudades, Buenaventura, Cali, y no piensan volver. La comunidad ya es muy pequeña.

JM: ¿Cuántas familias vivían en Carrá y ahora cuántas están aquí queriendo la reubicación?

HAMILTON: Por todos, éramos sesentaiocho personas. Diecinueve familias. Ahora, acá solo somos diez familias, unas treinta personas. 

JM: Y ahora, usted Hamilton es el líder.

HAMILTON: Pues sí, me tocó serlo. Antes era mi hermano y yo le fui aprendiendo y me ayudaron las capacitaciones que el Consejo General del río San Juan nos ha dado. Pero no es fácil.

La masacre de Carrá tuvo lugar el 25 de marzo de 2017. A las cinco y media de la tarde, una cantidad indeterminada de hombres armados se tomó por asalto a la comunidad. Dejaron cinco personas muertas. Cuatro cayeron por heridas de bala. Y un adolescente de 16 años murió accidentado en el intento de salvar su vida. A un sobrino de Hamilton, también menor de edad, un disparo le dañó el brazo izquierdo y lo dejó lisiado para siempre. 

JM: ¿Cómo lo recuerda usted?

HAMILTON: Lo que yo viví se lo voy a contar, tal cual. Yo estaba en la casa de mi hermana y escuché que alguien afuera dijo: “Quieto gonorrea, si te movés te lo estallo”. Salí a ver qué estaba pasando y vi que a mi amigo Julio lo tenían encañonado. Eran tres manes. Miré a la derecha y vi a otros tres que venían caminando hacia acá. Lo que siguió no lo recuerdo, porque yo brinqué pa`l monte y arranqué a correr y solo sentí que me disparaban. Un tiro me rozó, pero la herida no fue nada. Como a las nueve de la noche llegué aquí a Docordó.

JM: ¿Llegó caminando por entre el monte?

HAMILTON: No, el finado Tulio venía en la canoa para acá. Yo le salí a la orilla del río. “Pensábamos que usted estaba muerto, Hamilton”, me dijo. Al otro día, fuimos varios a Carrá y encontramos los cuerpos ahí tirados. Eran cinco muertos.

Por haber sido una comunidad pequeña, el trato cotidiano era de familia. Los jóvenes como Hamilton se acostumbraron a tratar de tío o tía a los ancianos y a los papás de los otros, sin que fueran familiares de sangre. Y a los amigos los sentían como hermanos. Carrá era una aldea en la margen derecha del río San Juan, a cinco minutos aguas arriba de Docordó. La gente se dedicaba a lo mismo que todos en la zona: pescar, cazar animales de monte y sembrar frutos y tubérculos autóctonos como la papa china, una piña ovalada de pulpa blanca y plátano. Ya en Docordó, como desplazadas, las once familias quedaron a merced de la solidaridad y del rebusque, luego de que las oficinas estatales hubieran agotado las ayudas que prestan en estos casos —unos pocos meses de alimentos, artículos de primera necesidad y algo de dinero de ser necesario.

JM: ¿Ustedes supieron qué grupo armado cometió la masacre?

HAMILTON: No sé, no sé… Lo que dejaron allí, lo que vimos, fueron banderas del ELN. Y no me da miedo decirlo. Pero, yo digo también que la trocha por la que llegaron estos hombres es la trocha que la infantería de Marina cogía para ir a Carrá. Entraban por ahí y salían por ahí. Era el camino que conocían.

JM: ¿La comunidad cree que la Marina pudo haber participado en la masacre?

HAMILTON: No sabemos. Pero mire. En Carrá ya habíamos sufrido un combate entre los Gaitanistas y la Marina. Fue el 19 de febrero de ese 2017. Venían patrullando y se encontraron. Luego, la Marina fue a la comunidad y nos dijo que nosotros éramos paracos. Los líderes se organizaron para ir a la Personería en Docordó y poner la denuncia de esa acusación. Pero la Marina no quería dejar salir a los líderes y hasta les apuntó con los fusiles. Los líderes dijeron: “A la fuerza, a las malas, amenazados, así nos apunten con fusiles, pero vamos a ir a denunciar”. Uno de los de la Marina dijo que si nos llegaba a encontrar en otra parte nos mataba. Y dijo: “espere que nosotros vamos a volver, pero no vamos a volver así”. Los líderes pusieron la denuncia, pero en la Personería dijeron que la fuerza pública no desplazaba comunidades. Y luego, el 25 de marzo, fue la masacre. Y esos hombres estaban tan confiados de que no les iba a pasar nada, que ninguno llevaba capucha, a todos les vimos el rostro, pelaos jóvenes, de 19 a 22 años, póngale. Varios eran negros.

II

El cementerio de Docordó es un jardín de lápidas y recámaras plantadas sobre una suave ladera que es la orilla derecha del río San Juan, a medio kilómetro aguas arriba de la última casa del poblado. No le falta color: las flores naturales y las de plástico acompañan la sombra de algunos sepulcros. Para venir a visitar a sus muertos, la gente suele tomar un camino a pie por entre el monte. Pero para traer un ataúd desde el lugar de velación en Docordó, la gente usa embarcación: una canoa a fuerza de brazo para remo y canalate, o un bote a motor fuera de borda. Este tramo del río es ancho y caudaloso por el mar tan próximo. Me inquieta imaginar una procesión mortuoria —una canoa tras otra de dolientes en luto— avanzando contra la corriente entre alabaos y rezos de nostalgia. Me espolea cierto misterio, yo tan citadino acostumbrado a carros de funeraria detenidos en el semáforo. Hemos venido a este cementerio porque Hamilton nos quiere mostrar la recámara que guarda los restos de las cinco víctimas de la masacre de Carrá. A él lo acompaña Ersindo Guaitotó, otro joven que salió vivo de aquella tarde.

HAMILTON: Esto es, aquí están.

(Se trata de una recámara que puede medir cinco metros de largo por dos de ancho, y medio metro de fondo. Hecha en cemento, alcanza a estar cubierta con porcelanato. Nada anuncia quiénes hay adentro; los nombres de los muertos no se leen en ninguna parte. Son Hamilton y Ersindo quienes van aclarando, de izquierda a derecha, la ubicación de los restos: Julio César Pozo, 36. Elsías Arboleda, 27. Willington Pozo, 16. Jiminson Granados, 24. Didier Arboleda, 24).

ERSINDO: Disculpe le cuento. Lo que hemos hecho aquí ha sido con el esfuerzo de la comunidad. Iba a llegar un recurso, pero llegó incompleto y nos tocó terminar como pudimos. Queremos poner los nombres de ellos, para que la gente sepa quién es quien. Yo me sé el orden porque estuve aquí el día del entierro.

(Anoche me contaron que la Alcaldía de Litoral del San Juan, que es el municipio que engloba a Docordó y a Carrá, le prometió un dinero a los sobrevivientes para que construyeran un mausoleo. Al final, lo que recibieron solo alcanzó para la recámara que estoy viendo).

HAMILTON: La idea es hacerle un buen techo para que no le caiga la lluvia y poner las placas. Pero no hemos tenido el recurso.

III

Hay algo en los escombros de Carrá que resulta estremecedor. Y tardo en reconocerlo. Antes de la masacre había veinte viviendas de estilo y diseño local: elevadas sobre palafitos, vigas, soportes y divisiones interiores de madera tomada del bosque. Piso de tablas también del bosque. Una escalerilla en la entrada principal, porche para ver correr el río y tejado sintético de ferretería. Ahora no alcanzo a contar más de diez que ya son ruinas. Los propietarios han venido de a poco a tomar los materiales que necesitan en su vida de desplazados. Y la hierba ha ido recuperando su tiempo, ha brotado entre los cuartones caídos, ha ocultado los caminos, ha llenado de ramas y raíces cada superficie abandonada. Hamilton abre paso con su machete mientras señala un espacio en el que había una casa para decir que ahí vivía su tío Enrique Hurtado, sobreviviente, desplazado hacia una ciudad lejana. Avanza y dice que allí, entre esas dos palmas frondosas, estaba la casa de su hermana que era la madre comunitaria de los niños. Y entonces recuerda ese momento exacto en que escuchó “Quieto, gonorrea. Si te movés te lo estallo” y lo vuelve a narrar, pero añadiéndole detalles que anoche parecían diluidos.

 HAMILTON: Julio tenía las manos arriba y decía que no sabía nada, que no sabía nada, pero yo no entendía qué le estaban preguntando. En ese momento se acercó uno, caminó hasta ese palito que está ahí, pero yo nunca pensé que me iba a disparar. Apenas me vio me encañonó. Yo salí a correr por el monte y él comenzó a dispararme. También le disparó a mi otro amigo que estaba en el suelo jugando con los niños y no se había dado cuenta de nada y tampoco lo habían visto. Desde ahí comenzaron a disparar contra todo, contra todos, lo que cayera.

Lo que más reciclan de estos escombros es el tejado porque es el que habría que comprar. Lo otro lo extraen de su propia tierra. Así que estas ruinas son pisos aún firmes sobre palafitos sin divisiones ni techo. Entro a lo que era una vivienda de la que no se han llevado todo: hay una silla desvencijada, papeles domésticos regados por ahí, retazos de lo que era una cocina: una olla de fondo hueco, una cuchara quebrada. En otra veo un colchón enjuagado por la humedad, un televisor con la pantalla toteada y un escaparate sin compuerta. Y creo entender, por fin, ese algo que me resulta estremecedor. En la desbandada, los habitantes de Carrá dejaron todo tal como quedó luego de ese 25 de marzo de 2017. Y es posible leer en el deterioro de las cosas el rastro de los asesinos: mientras iban matando a los que tenían sometidos, entraban a las casas para dañar lo que les viniera en gana: dispararon a los electrodomésticos, a las camas, a un closet cerrado. Cada movimiento del asalto destilaba rabia o rencor o desquite.

ERSINDO:  Él cayó aquí. Si Julio hubiera sido atendido habría sobrevivido porque los tiros fueron a las piernas. Pero como quedó ahí tirado, murió desangrado. 

(No hay señal distintiva. Apenas un lugar cualquiera entre la espesura de la hierba. Solo existe el recuerdo preciso en la memoria de Ersindo capaz de situar el punto exacto en que vio caer a su amigo).

HAMILTON: Aquí la pasábamos sabroso. Había una canchita de fútbol; en el muelle jugábamos dominó. Aquella casa era del tío José. Tenía venta de licor, música. La pasábamos sabroso. Allá en esa rampa fue donde cayó el joven de 16 años, Willington. Estaban labrando balso con mi sobrino, haciendo lanchitas para poner en el río. Los armados venían de allá y los vieron y comenzaron a dispararles. Willington, por salvar la vida, se tiró al agua y lo que había era una rampa para subir del río a tierra. Y se golpeó la cabeza. El agua estaba bajando y el cuerpo quedó ahí.

Cuatro de los cinco muertos fueron reconocidos por el Estado como víctimas del conflicto armado. A Willington, no. Como no fue asesinado a tiros, su caso quedó en un limbo jurídico que se resolvió a favor del presupuesto público: al no quedar como víctima, su familia no mereció acto de reparación. Inhumana leguleyada si el análisis parte del hecho de que él no habría saltado torpemente al río si los asaltantes no le hubieran disparado.

Algo que atenuó las consecuencias de la masacre, porque evitó que más gente terminara asesinada, fue una celebración que el gobierno local había preparado en Docordó llamada “Fiesta de la Mujer”. Música, baile, regalos, licor y juegos infantiles. Toda Carrá pensaba asistir. Para la hora en que comenzó el asalto, la mayoría de habitantes ya estaba emparrandada. En Carrá solo quedaban unas veinte personas. Ersindo entre ellos. 

ERSINDO: Yo no había visto nada, estaba en el río y me iba a bañar para irme para la fiesta. Yo entré a buscar la toalla y de salida vi a mi hermano como asustado. Dijo que un man que había acabado de pasar le había quitado el celular, que parecía soldado. “Estos hijueputas no hacen sino joder, quién sabe en dónde tuvieron su enfrentamiento y vienen a joderlo a uno”, dije creyendo que era la infantería de Marina. “¿Le viste el apellido?”. Me dijo que no. Fui saliendo de la casa, cuando sentí el cañón del fusil. “Quieto malparido, que te morís”. “Me mataron”, pensé. El man apuntándome y que me arrodillara y yo que no. Me pegó una patada por detrás de la rodilla y me dobló. Pero me volví a parar. Me iba a disparar y el otro man le dijo: “No le des, dejalo sano”. Yo solo veía al man que me tenía encañonado. Y al que estaba ahí como mirando. Yo no había visto qué estaba pasando más allá. Ahí fue cuando les vi el brazalete del ELN. “No son soldados, son elenos”, me dije. Miré hacia la derecha y vi a un man con una pañoleta que le cubría la cabeza con una pistola en la mano. Y tenía en el suelo a Jiminson y al Mono. Pisándole la cabeza a Jiminson con la bota. Que me arrodillara, volvió a gritarme el man. Y yo nada. Vino otro y me cogieron a golpes. Y el de la pañoleta dio la orden de requisar las casas. Otro le contestó: “Mi comando aquí no hay nadie de esa gente”. Y el de la pañoleta dijo: “Revisen otra vez”. “No hay nadie”, le volvieron a contestar. Mi papá estaba en su casa y le empezó a preguntar a esos manes qué querían, a quién estaban buscando y no le decían nada. En cambio, nosotros decíamos algo y nos insultaban. Ya habían guindado la bandera del ELN en una palma de coco. “No hay nadie mi comando, no hay nadie”, volvieron a decir. “Vamos entonces, vámonos antes de que esto se llene de pirañas”, dijo el man de la pañoleta y mantenía a Jiminson y al Mono pisados y apuntándoles con la pistola. Y gritó: “Revisen otra vez”. Y le volvieron a decir: “Que no hay nadie. Ya revisé y no hay nadie de esa gente”. Entonces dijo: “Mátenlos a todos”. Yo viendo que le disparaban en la cabeza a Jiminson y al Mono, y a mí me tenían encañonado… (detuvo el relato, como si necesitara tomar aire). Y entonces… (intentó continuar, pero soltó un llanto de pánico, un llanto que le descompuso el rostro en gestos de angustia. Y le di Stop a mi grabadora de audio).

HAMILTON: Jiminson y el Mono quedaron junticos al pie de la palma en la que guindaron la bandera. A Elsías sí lo cogieron dentro de la casa. Le amarraron las manos y lo torturaron. Eso dijeron los forenses que hicieron los levantamientos. Muchos que corrieron pensamos que los habían desaparecido. Tres días después comenzamos a saber de todos.

ERSINDO (ya recuperado, con las lágrimas enjuagadas): Yo ya me daba por muerto, pero se me fue yendo el miedo. Y comencé a contestarles con rabia. Otros se vinieron y me gritaron: “Que te callés, ¿querés que te piquemos?”. Y mi papá desde la casa me dijo: “suave mijo porque lo van a matar”. Yo tenía mucha rabia porque le habían disparado a Willington. Y como yo ya me daba por muerto, pues que pasara lo que iba a pasar, pero no me iba a dejar. Comenzaron a disparar dentro de las casas, a los televisores, a las cosas, a destruir todo; dañaron las lanchas, voltearon los bidones de combustible de la planta eléctrica y los de gasolina para las lanchas. Un man le iba a disparar con un MGL [un lanzagranadas de mano] a un pelao. Pero el pelao se le hincó. Y el eleno ya no fue capaz de disparar. Otro le dijo: “Pase para acá que yo sí le disparo”. Pero no le pasaron el MGL. “Déjelo, que el pelao ya se siente muerto”, le dijeron. Uno de esos manes que estaba atrás dijo: “Vámonos, que esto era para hacerlo en ocho minutos y ya vamos para quince”. Dos que se habían ido se devolvieron hacia donde yo estaba. Erney, un amigo, estaba conmigo y dijo: “Ay, nos van a matar, porque para qué se devolvieron”. Erney me abrazó. “Si nos van a matar, que nos maten juntos”. Uno de esos dos preguntó: “¿Aquí hay tienda?”. Le dije que no. Se fue y pasó al lado de la lancha que tenía el motor 40 y que estaba buenecita. La vio y dijo: “Tienen una lancha bonita”, y taquetaquetaque, la dañó a tiros. Se devolvió y nos dijo: “Síganle colaborando a los hijueputas paracos para que vean. Venimos y los rematamos a todos”.

IV

Las preguntas más duras, a veces, también hay que lanzárselas a las víctimas. A Hamilton le pregunto si realmente la comunidad de Carrá le ayudaba a los paramilitares. Me dice que no.

HAMILTON: Pues por ese río pasan grupos armados y paraban en Carrá. Mi hermano tenía una venta de gasolina y si tocaba venderles gasolina a los paracos, pues se la vendía. Lo mismo con la guerrilla: si tocaba venderle, se la vendía. Pero que les ayudara por gusto, no. A ninguno. Es más, le cuento: mi hermano fue extorsionado por el ELN. Que si no les daba plata le mataban a la familia. Mi hermano no les dio plata y le tocó salir desplazado con ayuda de oficinas del gobierno y oenegés.

(En un artículo que informaba sobre la masacre a pocos días de ocurrida, publicado por el periódico El Tiempo, pusieron una cita en la que un habitante de la aldea, aparentemente, le había contado a alguna autoridad pública que todo había sido un ajusticiamiento debido a que dos semanas antes un puñado de paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas había pasado la noche dentro de la comunidad. La cita, tal como se infiere de la redacción, no era un testimonio directo del sobreviviente dado al periodista. Era un relato de segunda mano suministrado por no se sabe qué autoridad. Un esguince de técnica periodística muy peligroso, por irresponsable, debido al conato verbal que había tenido lugar en febrero de 2017 entre la comunidad y la infantería de Marina).  

JM: ¿Solo eso? ¿Los paramilitares no ocuparon Carrá?

HAMILTON: No, acá no estuvieron.

JM: Cuando digo si no ocuparon Carrá quiero decir si los paramilitares no pasaron la noche dentro de las casas de ustedes y no se mantenían en la comunidad.

HAMILTON: No. Le aseguro que no.

Febrero 2023

V

Por la masacre solo ha sido condenado un hombre que integró filas del ELN: Eduardo de Jesús Becerra Rodríguez. Los sobrevivientes no lograron que el Estado los reubicara y quedaron como parias en la periferia de la periferia, esto es: en los extramuros de Docordó. El reportero Camilo Alzate, siendo reportero del periódico El Espectador, publicó un artículo con las respuestas de alias Uriel, uno de los comandantes más importantes y mediáticos del Bloque de Guerra Occidental del ELN, del cual hacía parte el frente Ernesto Che Guevara, principal comprometido como autor de la masacre de Carrá. Los audios eran las respuestas de Uriel a las preguntas que Camilo le había hecho sobre este episodio que cumple con todos los elementos para ser catalogado como grave infracción al Derecho Internacional Humanitario y posible crimen de lesa humanidad. En síntesis, Uriel aceptó que el ELN era culpable, que el error había sido llevar a cabo esa acción militar en una fecha en la que más de la mitad de la comunidad se encontraba en la Fiesta de la Mujer; que los hombres que habían ejercido esa violencia sobre la población civil ya habían sido sometidos a juicios de guerra. Pero que el ELN, tarde o temprano, habría llevado a cabo el asalto a Carrá porque sus datos de inteligencia reportaban que los Gaitanistas usaban la aldea como base militar.

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