El lugar de las mujeres

El lugar de las mujeres

Texto

Carolina Gómez Aguilar

Ilustración

Ema Villalba

Julio 10 de 2020

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El lugar de las mujeres

El feminismo nos ha permitido reconocernos en lo bueno y lo malo, en las capacidades que tenemos y en lo vulnerables que estamos en la mayoría de los contextos. Pero, ¿cuándo dejaremos de ser víctimas en espacios académicos y laborales?

La sensación de no saber cómo responder, de quedarse en blanco y después asumirse culpable por no reaccionar en el momento, es la que me confronta cuando leo testimonios de mujeres acosadas o abusadas en entornos académicos y laborales. Me llama la atención porque es como si, en medio de un terremoto, las mujeres fuéramos niñas que no saben a dónde dirigirse y se quedan en su cama mientras los escombros caen sobre ellas.

El atributo intelectual es seductor y eso me resulta normal; lo que no debería ser normal es que se convierta en el permiso para manipular y abusar de otra persona. Hacer esa diferencia me parece importante porque he oído de boca de varios hombres que es injusto que sea prohibido ligar gracias a su intelecto, sobre todo si es un hombre feo, dicen.

La diferencia entre relacionarse y acosar es bastante amplia. El diccionario define acosar como “Perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona”. Pero la definición de acoso sexual es más precisa y no aparece en el diccionario: “Tiene como objeto obtener los favores sexuales de una persona cuando quien lo realiza abusa de su posición de superioridad sobre quien los sufre”.

El problema es que la mayoría de las situaciones de abuso a las mujeres están naturalizadas. Pero no son acciones imparables cual terremoto. ¿Qué paso sigue después de darnos cuenta de que estamos siendo manipuladas por hombres mayores a quienes admiramos y de dejarlos en evidencia? ¿Qué vamos a hacer para darnos cuenta del peligro antes de que suceda y no quedarnos únicamente levantando la mano para decir #Amítambién? Las denuncias son valiosas y representan un paso enorme en la lucha por la igualdad; lo que me pregunto con frecuencia es qué caminos tenemos las mujeres para evitar que esos patrones de manipulación sean repetidos para las siguientes generaciones o en nosotras mismas a edades más adultas. 

Reconocer nuestra agencia

La agencia moral es la capacidad de una persona para tomar decisiones morales y ser vista como responsable de sus acciones.

Las mujeres tenemos agencia y necesitamos reconocerlo. Aún cuando estemos en medio de un abuso y seamos indulgentes no queriendo provocar una respuesta violenta del tipo, tenemos agencia porque lo estamos decidiendo.

En mi búsqueda de una explicación a mi incapacidad de confrontarme, de encontrar mi falla, hablé con Ángela Molina, intelectual feminista y gestora cultural. Entre otras cosas, conversamos acerca del tan sonado caso —en nuestro mundillo de la cultura— del cronista Alberto Salcedo Ramos, quien fue denunciado ante la Fiscalía por dos periodistas que lo acusan de abuso sexual mientras eran estudiantes y señalado de acoso en redes sociales por, al menos, una decena de mujeres más. Ángela y yo sentimos cercanía con los relatos, al tiempo que una sombra de culpa asomaba, pues al escuchar los testimonios de esas víctimas no pudimos evitar pensar, ¿por qué Amaranta no siguió en el taxi para su casa si Salcedo la había besado a la fuerza? ¿Por qué Angie entró al apartamento después de que el periodista la acorraló en el ascensor? Es que la agencia también está en no hacer nada, dice Ángela.

En la conversación no justificamos a Salcedo Ramos. Para nada. Lo que hicimos fue separar los actores. Por un lado, dejamos al periodista que, según los testimonios, acostumbra una fórmula gastada: decirles a las estudiantes “qué bien escribes, te invito a un café, te leo en mi biblioteca” para luego acosarlas o abusar de la proximidad que él mismo forzaba con el tamaño de su cuerpo, pues las víctimas coinciden al describirlo como  un hombre alto y de manos grandes. Por otro lado, nos concentramos en las mujeres que no pudieron decir que no o irse del lugar cuando el hombre ya las había besado a la fuerza, tal como nos ha sucedido a Ángela y a mí en las situaciones de acoso que hemos vivido.

Las estudiantes que se acercan a un hombre reconocido en busca de aprobación no son víctimas tan claras porque hay agencia y la sociedad lo sabe. En efecto, podían decir que no. Pero ahí hay algo más profundo, dice Ángela, “nosotras estamos tratando de movernos en un mundo de hombres”. Explica que parte de nuestra incapacidad de actuar en medio del abuso tiene que ver con la sensación de privilegio que nos genera el hecho de que un hombre como Alberto Salcedo Ramos nos diga que nos va a tratar como iguales. “Es que los hombres son sujetos universales y en la lucha de las mujeres por ser reconocidas como sujetos, muchas sentimos que tenemos que ser validadas”.

Otro de los problemas que enfrentamos es que cuando no hay violencia física, el sistema judicial es incapaz de identificar un delito en la mayoría de los casos. Por eso, el escrache ha sido una herramienta para hacer una denuncia social, pero representa un enorme riesgo de revictimización y un doble esfuerzo por parte de las mujeres para convencer a la audiencia de que su relato es honesto, de que sí hubo abuso. Pero el escrache puede reproducir el sistema patriarcal porque resulta en un puñado de mujeres anónimas o sin nombres reconocidos versus un hombre con nombre propio y poder consolidado alrededor de quien gira la atención. Es, casi, como si ratificáramos —lejos de ser intencional— que el abusador es quien merece ser nombrado, el que tiene una larga trayectoria y una imagen intachable. Por fortuna, en el caso de Salcedo Ramos parece que la defensa social se ha reducido a unos cuantos comentarios en sus redes sociales por parte de personas que todavía no comprenden el tamaño del problema.

Buen escritor no significa buen partido

Las expectativas nos llevan a imaginar que un hombre talentoso es en sí mismo una “buena” persona, es decir: respetuosa, adulta, justa, moderada. Después nos sorprendemos con hombres que nunca aprendieron a relacionarse con una mujer como iguales. Les temen, no soportan la confrontación, entonces se refugian en las jóvenes estudiantes que aplauden cada textico publicado. Para llegar a esto, elogian su escritura aunque apenas haya atisbos de habilidad entre las líneas; presionarlas un poco, manipular otro tanto y, si es necesario, abusar del acceso, del tamaño, del poder. La tarea nuestra es dejar de tratarlos con idolatría a pesar de que admiremos su trabajo. ¿Cuándo vamos a quitarles ese poder?

El caso de Salcedo Ramos es apenas uno de los muchos que han sonado en el último año. El cantante Marilyn Manson fue señalado de «abusos terribles» por una de sus exparejas, la actriz Evan Rachel Wood. Otras mujeres, entre ellas una artista y una asistente personal, también se unieron a los señalamientos con sus propias experiencias. En México, crecen las denuncias por abuso sexual contra el escritor y filántropo Andrés Roemer. Mismo caso: un hombre reconocido y respetado en la esfera cultural que aprovechó su prestigio para invitar a mujeres jóvenes a su casa con la promesa de un trabajo. Ya en el lugar se abalanzó sobre ellas, las tocó, las besó o las violó. Las denuncias han aparecido muchos años después porque todas temieron enfrentarse al gran hombre en el momento de los hechos.

Las mujeres estamos peleando por espacios a los que por mucho tiempo no tuvimos acceso, como la academia, las artes, la política. En esa lucha nos toca, además, identificar peligros como los hombres abusadores para, al menos, evadirlos. A la pregunta sobre cómo ganar esa pelea, Ángela me responde que hay diferentes maneras y propone dos (que no son excluyentes): “Una puede ser unirse a cualquiera de las luchas feministas, y otra es competir intelectualmente con ellos, a su lado, ser vistas como iguales”. Tal vez la segunda era la que venía apareciendo en mi cabeza en forma de pregunta ¿Cuándo voy a convencerme de que no necesito ser validada por un hombre reconocido para escribir? Yo también consideré que el acercamiento a un hombre prestigioso podía abrirme un espacio en el medio. También vi en eso la posibilidad de recibir asesoría para ser una mejor periodista. Mi propuesta es que nos rebelemos contra cualquier intención de adoptarnos como aprendices infantiles. Que reafirmemos nuestro derecho a pensar y elegir cualquier oficio sin necesidad de validación masculina, que hablemos de frente y gritemos si es necesario cuando quieran abusar de nosotras en la universidad o el trabajo. Que les permitamos a las nuevas generaciones ser mucho más que víctimas. Que tengamos claro que el objetivo es la igualdad, transitar lo público y defender lo privado con la libertad que han tenido ellos.

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