Alguien te conoce, alguien te imagina

Alguien te conoce, alguien te imagina

Texto

Juan Camilo Gallego Castro

Ilustración

Andrés Felipe Rivera

Febrero 25 de 2024

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Alguien te conoce, alguien te imagina

En diciembre de 2023 la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas recuperó los cuerpos de dos jóvenes que murieron veinte años atrás siendo combatientes de las Farc y que habían sido inhumados en parajes remotos del occidente de Antioquia. La siguiente historia es la de la incertidumbre durante la búsqueda y la exhumación, fue posible con el trabajo de los firmantes de paz que ahora se dedican a buscar a los desaparecidos. 

I

Acaban de encontrar tu cuerpo, Yolima*.

El antropólogo acaba de anunciarlo.

En tu casa nadie lo sabe. No lo sabe tu mamá, que está hecha un manojo de nervios.

Lo saben tu hermana Alicia*, lo sabe tu hijo Bayron*, tu Bayriton como le decías, tu niño, tu negrito. Él no recuerda tu rostro, no podría reconocer la forma de tus huesos, el dibujo de tu sonrisa, ni tu llanto del día en que lo entregaste a otra familia.

Y solo hasta ahora podrá conocerte.

II

Las primeras luces de la mañana nos sorprendieron a bordo de varias camionetas. La autopista se hizo carretera y esta, un camino que recorrimos en mula. Nuestro guía confundió la ruta.

Yolima: subimos un par de montañas y volvimos a bajarlas. Las personas que te conocieron, las que te nombran como Katty y no como Yolima, llegaron caminando con tu hijo. Tu hermana y el equipo de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas elegimos venir en mula a este descampado, a esta montaña cuarteada en pedazos de tierra naranja.

Descargaron las herramientas, liberaron a las mulas de sus enjalmas y nos paramos alrededor de una barranca ya hundida y fracturada por una grieta de varios metros. Dijeron que estabas ahí, que no habría necesidad de cavar mucho, que el que sería tu cuerpo yacía a poca profundidad. El esposo de tu hermana y alguien que te llamaba Katty se ofrecieron a cavar la superficie y a dibujar un rectángulo. Una lombriz saltó sorprendida sobre la tierra naranja que empezó a acumularse a un lado. La fosa fue haciéndose más honda. Algunos susurraron que no entendían por qué no encontrábamos tu cuerpo si ya había 85 centímetros de profundidad. La investigadora apretó sus labios confundida. El antropólogo forense se veía estupefacto, no tenía otra opción que pedirle al criminalista que cavara más. Bajaron otros 25 centímetros y encontraron una tela verde. Bayron, tu negrito, encendió unas velas en el interior de unos vasos de cartón. No movía sus labios. Por dentro rezaba.

—¿Era pequeña? —le preguntó el antropólogo a tu hermana. Dijo que no—. ¿Pero en edad?

—Ah, sí.

Alicia dice que no entiende por qué te fuiste de la casa con Felipe*, el hermano menor. Tenías 16 años. No sabremos nunca la respuesta. Tu negrito quiere hacerte esa pregunta algún día: “¿por qué te fuiste, mamá?” Sólo le queda preguntar y preguntar, nada más. No sabemos bien si fue el 18 o el 26 de agosto de 1998 la fecha en que te fuiste con las Farc. “Ellos ya estaban conversaditos”, dice tu hermana. Tu mamá, en cambio, siempre creyó que ustedes se fueron a la fuerza. “Se los llevaron, se los llevaron”, repetía en su llanto.

Tu mamá aún los llora. “Estuvo a punto de enloquecerse, dormía detrás de un escaparate, loca, loca”, me contó tu hermana. Por esos días, el 26 de agosto, un grupo paramilitar desplazó a la gente de tu vereda. Tu mamá y tus hermanas tuvieron que vivir en el coliseo de Salgar, tu pueblito cafetero, en el suroeste de Antioquia. No pudieron buscarte, nunca supieron de ti. “No volvimos a saber nada hasta el sol de hoy, que estamos recuperando los huesitos”.

III

Yolima: anoche el viento lanzaba gritos desde El Plateado, un cerro de páramo de 3.276 metros que tenemos en frente desde que llegamos a esta vereda de Urrao, a cinco horas de Medellín. Las carpas se zarandeaban como si quisieran asustarnos. Salí un par de veces y el frío entumeció mis manos.

Hoy nos levantamos temprano, cuando la niebla aún estaba en la cima y tu hermana y tu hijo buscaban la frágil luz del sol para calentarse. No fue fácil encontrarte ni dibujar en la tierra la silueta de tu cuerpo para desentrañar el misterio de la ubicación. Le llaman excavación pedestal: el cuerpo se eleva sobre el suelo a un nivel más alto que la tierra alrededor.

Esperamos un poco de calor, que el sol ascienda y calme los gritos del páramo para descubrir tus huesos hundidos por la falla geológica que cruza la fosa. “La falla se la estaba llevando, la estaba arrastrando”, me dice el antropólogo. Los campesinos les llaman volcanes a estas grietas, que luego son desprendimientos gigantes de tierra, imposibles de atajar por las raíces de los pocos árboles que siguen en pie.

—¿Ya encontró el cráneo? —le pregunta el antropólogo al criminalista.

—Aquí. —Y señala un bulto de tierra, una prominencia, una forma abultada. —Ya lo encontré.

El criminalista y el antropólogo remueven la tierra con palustres y pequeñas herramientas de madera y metal. Llevan un par de horas arrodillados a tu lado, entumecidos.

—Creo que la cabeza está girada hacia la derecha —dice el criminalista.

El antropólogo asiente. Busca su brújula.

—El cráneo está mirando hacia el sureste.

Cortan la carpa verde por la que te descubrimos; nos sorprende ver tu cuerpo abrazado por las raíces. Algunas parecen un húmero o un cúbito. Otra raíz rodea tu cráneo, otra lo atravesó de lado a lado.

—Por gravedad o por presión de la raíz, la cabeza se giró —confirma el antropólogo.

Seguro no lo conoces, Yolima. Ese hombre apenas duerme, es obsesivo y meticuloso, tiene 34 años y no para de trabajar. Durante días se sentó con la investigadora que anota en un cuaderno cada dato pronunciado desde tu fosa.

 

Hay tres clavos…

Hay termitas…

La raíz fracturó el hueso…

El brazo izquierdo está cruzado en el pecho…

Fracturas a nivel de la cara…

Artrosis…

 

Los gestos de la investigadora han cambiado desde que te encontramos. La noto satisfecha y feliz de saberte. Lleva años ganándose la confianza de quienes fueron tus jefes, tú más que nadie sabes que son desconfiados. No podía ser menos en la guerra. A ratos se le acercan Fabio y Melquin, dos de los comandantes del frente 34 de las Farc.

Fabio es trigueño y de rasgos indígenas. Viajó desde otro departamento y entró con sus guardaespaldas hasta aquí. Sabe muy bien que el cuerpo de Katty, como te llama, lo dejaron sobre un piso de madera, envuelto en una carpa militar. Melquin dice lo que le contaron: el 22 de septiembre de 2003 estabas manipulando un kilo de explosivos que estallaron en tus manos. No moriste de inmediato, te llevaron hasta una casa que había a treinta metros de aquí, donde ahora pastan las mulas. Juvenal*, el campesino, te miró, supo que estabas mal. Se fue a dar vuelta a sus animales y después no encontró a tus veinte compañeros, ni a ti ni tampoco unas tablas. “¿Pa’ dónde se llevaron a la enfermita, pues?”, se preguntó. Supuso que con las tablas habían hecho un cajón para enterrarte.

“Yo no averigüé con nadie ni nada, me quedé callado. Le comenté luego a mi hijo. Le dije: ‘a esta muchacha la enterraron arriba’. ‘¿Cómo así, papá?’. ‘Sí, yo vi más o menos por dónde’”, dice Juvenal. Tiene 82 años, bigote cano y sombrero café. Habla con ternura, te describe como una “morenita bajita, crespita”.

Juvenal acaba de venir en su mula. No dice frío, dice “está fresco”. No usa saco ni chaqueta; sus brazos son gruesos y quemados por el sol; tiene una mochila beige terciada en la espalda. Han transcurrido, exactamente, veinte años desde que te conoció. Veinte años desde que moriste en este páramo de vientos y grietas.

—Si nos cobra arriendo, no tenemos con qué pagarle —le dice tu hermana Alicia.

El viejo se ríe. A principios de 2023 escuchó decir que en el cementerio de Urrao estaban unas recogiendo información de las “víctimas enterradas”. De inmediato se acordó de ti. “Yo hasta pensaba: ¡Será que por eso se está desmoronando la tierra!”. Le contó a la investigadora que había conocido una muchacha y que sabía dónde estaba el cuerpo y en qué año había muerto y más o menos cuántos años tenía. Y sí, que claro, que él autorizaba que el equipo hiciera las excavaciones.  

Cuando tenía nueve años tu hijo le preguntó a la mujer que creía su mamá: ¿por qué si sus siete hermanos eran blancos, él era negro? La pregunta la hizo con miedo, en un intento de aliviar las palabras de otros niños en la escuela que decían que lo habían recogido de un basurero, que esa mujer no era su mamá. Lloró muchas veces. Luego de que ella le explicó que tú se lo habías dejado a los veinte días de nacido, él dijo que quería conocerte. Le dijeron que habías muerto, que no sería posible. Hoy tiene 23 años y espera conversar contigo, preguntarte: “¿Usted por qué se metió en eso?”

Tu hijo, Yolima, acaba de conocerte, acaba de darle forma a la protagonista ausente de su vida, acaba de decirle a tu hermana que cuando Medicina Legal confirme tu identidad él quiere llevar tu cuerpo a su tierra, tan lejana de Salgar, para que nunca vuelvas a estar lejos. Para tenerte cerquita, para visitarte cada semana, para rezarte al pie de la tumba, para hablarte, para llorarte, para decirte mamá.

IV

Revisamos tu cuerpo, Yolima. No encontramos las falanges de tus manos, es posible que las hayas perdido en la explosión. Dividimos tus huesos en bolsas rotuladas con un marcador. Se llaman: cráneo, fémur derecho o prendas. Todas las embalamos en un plástico con burbujas de aire que amortiguan tu viaje sobre una mula. Hacemos zigzag sobre la montaña agrietada, vuelves a recorrer el bosque y caminos que pudiste conocer. ¿Reconoces la única casa que vemos hasta la carretera? ¿Sientes el viento que grita, el solecito que pica? ¿Notas el sudor de la mula o el humo oscuro de una quema al lado del camino?

Tu hermana Alicia ha revisado su celular desde ayer en busca de señal. Más tardecito, cuando regresemos a Urrao, llamará a tu mamá y le dirá: “La encontramos, encontramos a Yoli”. Al otro lado, tu mamá respirará. Dirá: “Gracias, Dios”. Preguntará cuándo buscaremos a Felipe, el niño de la casa. 

Hace unas semanas le advirtió a la investigadora que su deseo era recuperar a sus dos hijos en la misma misión. “No van a encontrar un hijo y luego me van a dejar meses o años esperando hasta encontrar el otro”. Dicen que tu hermano Felipe, Pipe, está enterrado en una vereda de Frontino, a casi doscientos kilómetros de donde te hallamos.

Vas a viajar con nosotros, Yolima. Nos acompañarás hasta allá. Es posible que vuelvas a reunirte con tu hermano, es posible que tu Bayriton también conozca a su tío.

V

Yolima, creo que no sabes que Melquin se llama José Ignacio Sánchez Ramírez.

Fue el segundo al mando del frente 34 de las Farc. En algún momento, fue tu jefe en la guerrilla. Si la vida te hubiera alcanzado a lo mejor estarías con nosotros buscando a compañeros tuyos que murieron en la guerra. 

Melquin tiene 52 años. No pensó en un momento de la vida como este: ayudar a buscar a las personas desaparecidas; contarle al país lo que hicieron en la guerra y reconocer lo que nunca debió suceder. Es más, en 2016 firmó un acuerdo de paz que tu hijo hubiera deseado vivir a tu lado.

A los 16 años, Melquin ingresó a las Farc. La misma edad que tenías cuando te fuiste de la casa con tu hermano Felipe.

—¿A cuántas personas están buscando? —le pregunto.

—Yo creo que por ahí unos trescientos. Creo. Pueden ser más, porque era un frente muy grande. Según la estadística de los formatos de hojas de vida, se estima que por el 34 pasaron entre 1.500 y 1.800 jóvenes. ¿Qué ocurre? Como mucha gente de esa fue trasladada, uno no sabe qué pasó con ellos. Pero en el 34 como tal, de trescientos a cuatroscientos desaparecidos.

Entre ellos estabas tú, Yolima. Entre ellos está Felipe, tu hermano.

VI

Tenemos un día para encontrarte, Felipe.

Los viejos compañeros de tu hermana Yolima han venido dos veces a esta montaña y le han señalado un sitio a la investigadora de la Unidad de Búsqueda. Se han guiado por unos árboles que ya no existen, por un bosque de niebla que se ha ido diluyendo. Eres un niño todavía, aunque lleves más de veinte años muerto. Un muchacho, un hijo que aún llora tu mamá y un tío que aún no conoce a su sobrino.

Tu tierra aún está húmeda, el árbol junto al que te enterraron dejó de florecer hace mucho. Dinos dónde estás, Felipe. Debes entender que tenemos sólo este día. Aún hay grupos armados por aquí. Estamos muy lejos del corregimiento Nutibara, el poblado de casi 3.000 habitantes en el que moriste en junio del 2000. Debemos regresar antes de que anochezca. Sólo tenemos las palas y la esperanza de encontrarte, de llevarte con tu hermana Yolima, de que tu mamá reciba la noticia de que volverás a casa.

Viajamos todo el día. Dormimos en Nutibara. Hoy madrugamos y subimos más de setescientos metros de altura hasta que empezamos a flotar sobre la niebla. Debe ser extraño suspenderse todos los días sobre ella, seguir su ruta inmaculada sobre los árboles, verla ascender por el contorno de las montañas y notar cómo borra de tajo el paisaje.

Noel* acaba de señalar un sitio. “Aquí es, Melquin”, le dice. Aquí, la cima de una colina. Aquí, un plano de pocos metros al lado de un par de árboles talados. Aquí, nido de niebla.

Moriste durante una toma a Nutibara, tierra de caña y de panela a 26 kilómetros de Frontino, el último poblado de camino a la selva del Chocó. No sabemos cómo te trajeron hasta aquí; si moriste en la calle o en un cañaduzal, si arañaste la esperanza de volver a Salgar y ver de nuevo a tu mamá. Noel señaló esta colina y dijo “Aquí” por tu hermana Yolima. Poco después de tu muerte, ella pidió permiso para volver a tu tierra de niebla, a tu tierra mojada. Invitó a Noel y a otro compañero. Prendieron unas velas y conversaron al lado de tu tumba sin cruz ni señal de tu presencia. Rezaron, permanecieron durante dos horas hasta que la luz se apagó. Tu hermana estaba tranquila, me dice Noel: “Decía que qué más se podía hacer, que la guerra era así. Uno como combatiente sabía que en cualquier momento podía morir”.

El antropólogo ordena cerrar con una cinta violeta el sitio donde Noel dice que estás. Tu sobrino Bayron roza la vegetación con el machete. Clava la pala. La tierra blanda es señal de que alguien pudo intervenir este lugar. La tierra revuelta, sin marcas finas de colores naranja, negra o roja, indica que hubo un cambio en el suelo. El antropólogo siempre se fija en ello.

Mira a tu sobrino, mira sus brazos empujando la pala en tu búsqueda. Él, que tantos años ha cruzado por la carretera que está a trescientos metros, nunca imaginó que estuvieras tan cerca. La fosa tiene poco más de un metro de ancho y dos metros de largo. No estás. ¿Dónde estás, Felipe? Mira, no es seguro quedarnos aquí esta noche.

—Tracemos unas líneas de sondeo —dice el antropólogo—. Ahí no creo que encontremos ya.

—Por eso estamos equivocados, porque ya no hay monte —dice Noel. Los árboles que conoció no existen y hay una cerca que hace dos décadas no estaba. El paisaje ha cambiado, como cambia la niebla que nos cubre y nos abandona.

—Venga, hagamos una cosa —insiste el antropólogo—. Rocemos para allá y para acá, luego trazamos unas líneas de sondeos.

En el pequeño plan sobre la colina, el antropólogo y el topógrafo de la Unidad de Búsqueda trazan unas líneas rectas y clavan pequeñas ramas cada metro. Son más de veinte puntos. Tus ex compañeros, tu sobrino y el equipo del antropólogo y la investigadora se dividen para cavar pequeños huecos de treinta centímetros de ancho. Y, sin embargo, no hay señales. No te encontramos, Felipe.

Tu hermana Alicia acaba de decirme que no vamos a encontrarte. Noel, en cambio, se resiste a creer que tu cuerpo no está en este lugar. Me alejo con él mientras los demás toman un respiro. “Le parece a uno maluco porque pensarán que…”, me dice, confundido. Luego un “No…”. Intenta darme una explicación: “Como estaba al bordito y estaban los árboles, me imaginaba que era ahí”. Está preocupado, no quiere fallarle a la memoria de tu hermana Yolima, no quiere fallarle a la ilusión de tu sobrino Bayron de conocer a su tío. Felipe, por favor, dinos dónde estás.

VII

Felipe, no sé si te diste cuenta lo que tu hermana Alicia acaba de decirle a Bayron: “Papi, encuentre a su tío”. Míralo, desesperado, siguiendo a Noel y a Melquin mientras buscan alrededor un sitio con señales de haber sido intervenido. Descartan fuera del polígono otros puntos donde podrías estar. Míralos, dile a la niebla que se pose en tu tumba, pídele a un pájaro que cante sobre tu tierra mojada.

No es la primera vez que Noel ve a Bayron. Lo conoció en la selva, a cuatro horas de aquí, en los brazos de Yolima. Noel alcanzó a cargarlo antes de que ella debiera entregarlo a esa familia. Diana, hermana de crianza de Bayron, dice que ella tenía once años cuando recibieron el bebé y dice que Yolima lloró mucho al entregarlo y solo pidió una cosa, que lo bautizaran así: Bayron, el nombre del hijo de tu hermana Alicia, el sobrino que conocieron antes de que se fueran de Salgar.

Después de entregarlo, Yolima visitó a Bayron durante dos años. A veces enviaba leche y pañales. A veces se volaba del campamento para cargarlo, amamantarlo y besarle la frente. A veces caminaba tres o cuatro horas para verlo de nuevo. A veces lo llevaba al campamento y se bañaba con él en un río.

—¿Yolima escuchó que el niño le dijera mamá? —le pregunto a Diana.

—Sí, sí. Él le alcanzó a decir mamá. Nosotros siempre le enseñamos que tenía dos mamás y dos papás.

Entonces, un explosivo estalló en sus manos.

—Nosotros pedimos una foto de ella —dice Diana—. Le decíamos: “Niño, esta es su mamá”. Él a diario le daba besitos a la mamá, incluso dañó la foto dándole besos. Siempre hubo mucho obstáculo para bautizar y registrar al niño, porque mi mamá lo recibió y justo quedó en embarazo de otro. Tenemos otro hermanito. Ellos se llevan solo diez meses, son del año 2000.

Bayron, “negro”, y el otro niño, “mono”. Registrarlos no fue sencillo. 

—¿Cómo hicieron?

—En un pueblo de esta región a mi mamá le tocó decir que había sido infiel.  “No, este es un huevo cambiado, señora, los niños se llevan diez meses”, le dijeron. “¿Usted tuvo relaciones en dieta?”. A ella le tocó aceptar todo, le tocó muy duro. Nosotros no decimos que somos seis hermanos, decimos que somos siete.

Felipe: con la ausencia, tu sobrino se fue olvidando de Yolima, hasta que en la escuela le dijeron que su mamá no era su mamá. Fue una tormenta; tenía dos papás y dos mamás. Desde entonces insistió en querer conocer a su otra familia; a la tuya, Felipe. Un día, Bayron consiguió el teléfono de tu mamá y la llamó. Se puso feliz porque le había aparecido un nieto.

Hubiera sido muy bonito que Yolima y tú estuvieran ese día. Eso fue hace tres años en Salgar. Mira ahora a tu sobrino, Felipe, mientras Noel y Melquin rozan con el machete y él clava la pala. Míralos cómo te buscan, parecen ciegos, de verdad. Si Noel dijo hace cuatro horas que estabas en lo alto de la colina, ¿qué hacen dando vueltas por todos lados? Nada nos dice si estás aquí o a nueve metros o a doscientos kilómetros.

Sé que quisiste conocer a tu sobrino. Yolima se lo contó a la familia adoptiva. No te conocieron, pero Diana sí recuerda que enviaste una bolsa “con muchos juguetes y mecatos”. Que cuando salieras de un enfrentamiento en Nutibara, mandaste a decir, irías a la vereda a conocer a tu sobrino. Y no alcanzaste, el regalo llegó sin tío.

Ahora es tu sobrino el que quiere conocerte. No trae regalos ni mecatos. Suficiente, dime si no, con haber encontrado a tu Yolima. Míralo, míralo cómo busca desesperado, seguido por las palabras de tu hermana Alicia: “Papi, encuentre a su tío”.

VII

Noel clava el machete en la tierra. Se rasca la cabeza y dice “no, no”. Parece abatido. Se siente culpable de que su memoria no sea infalible, de que el antropólogo haya dicho que nos quedan sólo un par de horas. Nos iremos sin ti, sin hallarte, sin que vuelvas al lado de tu hermana, sin que a tu madre le digan que no tiene más hijos desaparecidos. ¿Cuántas son las madres de las 103.955 personas desaparecidas durante el conflicto armado en Colombia?

Noel y Melquin van por su lado, Bayron por el otro. Descartan posibles puntos alrededor del plan donde fuimos a buscarte. Mientras todos almuerzan, ellos siguen una especie de azar, un punto que algunos pueden llamar milagro. ¿Dónde estás, Felipe? 

¡Clac! Tu sobrino acaba de clavar la pala. ¡Clac, clac! Un par de veces más. La pala se desliza. Felipe, míralo, míralo, de verdad, míralo. ¡Clac, clac, clac, clac! Está sacando tierra, tierra blanda, tierra mezclada, tierra. ¡Clac! Mira, Felipe, mira, una tela verde, como la carpa que envolvía a tu hermana.

—Está blandito —dice Bayron.

Tierra naranja y tierra negra mezcladas. Ay, tu hermana Alicia acaba de escuchar que está blando, que hay una tela verde. Que sí, que ahí podrías estar. “Mi Diosito me escuchó”, dice llorando. Eres su hermano preferido, Felipe. Tu sobrino está sobrecogido, poseído, con la pala en las manos. No puede creer que acaba de encontrarte.

—Pero mire la ampolla que me sacó —dice.

Son las 12:30 de la tarde, Felipe. Tu hermana dice: “Virgencita bendita, hágame un milagro”. Noel, Melquin y Bayron cavan la fosa. La niebla sube de nuevo y nos encierra. El mundo, el único mundo que importa ahora cabe en esta tierra mojada, en este nido de nubes, en estos pocos metros que se resisten a ser blanco. 

Hallamos tu cráneo a 60 centímetros de la superficie, levemente girado a la izquierda. Tus piernas cruzadas, un collar de chaquiras intacto, brillante, celeste, rojo, violeta, naranja; tu uniforme puesto y las raíces bajo tus vértebras, asidas, abrazadas, adentro de tus huesos.

Son las cuatro de la tarde. Tu hermana Alicia te contempla sentada en un tronco con los ojos esponjosos de niebla. Tu sobrino Bayron te conoce, te imagina. Hace dos días, el 10 de diciembre de 2023, conoció a su mamá. Hoy, dos días después, acaba de conocer a su tío. No trajo regalos ni mecatos, pero sí sus manos para cavar y su alma para saber que Yolima y tú no volverán a mojarse en la tierra ni a tiritar con los vientos del páramo.

Sale el sol.

 

*El autor de esta crónica hace parte del equipo de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) que participó en el hallazgo de estos dos cuerpos.

*Nombres cambiados por petición de la familia.

**Los cuerpos que corresponderían a Yolima y Felipe se encuentran en el Instituto Nacional de Medicina Legal. Una vez se confirme su identidad, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas hará la entrega digna a su familia.

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