“El tráfico de fauna es un problema que desborda la institucionalidad del país”: Iván Darío Soto

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Redacción Baudó AP

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Sara Arredondo

24 de octubre de 2024

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“El tráfico de fauna es un problema que desborda la institucionalidad del país”:

Iván Darío Soto

El tráfico de fauna es un crimen muy extendido y casi siempre impune en nuestro país. ¿Qué hay detrás de este fenómeno que está devastando nuestros ecosistemas? El biólogo e investigador Iván Darío Soto conversó de ello con Baudó AP en la antesala de la COP16.

El tráfico ilegal de fauna silvestre es un crimen muy extendido y, en la mayoría de casos, impune en nuestro país. A pesar del subregistro, las cifras conocidas son más que preocupantes. Entre 2011 y 2021, las incautaciones de fauna silvestre revelan que los bosques están perdiendo su biodiversidad de manera progresiva por causa de un mercado sin freno. Iván Darío Soto, biólogo e investigador adscrito al laboratorio de genética animal de la Universidad de Antioquia, conversó con Baudó Agencia Pública para trazar un diagnóstico del problema.

Queremos entender el tráfico ilegal de fauna: ¿por qué se da? ¿Cómo ocurre? ¿Cuáles factores lo determinan?

El negocio del tráfico de fauna funciona, en principio, como el negocio de las drogas o el de las armas. Es sumamente lucrativo. Se cree que las ganancias son de más de 20 mil millones de dólares al año. Es una cosa que no le cabe a uno en la cabeza. Es mucha plata. Incluso está por encima de las utilidades que se conocen del tráfico de personas. También sucede que la ley en Colombia es muy blanda con estos traficantes: las penas no son muy altas y casi siempre son excarcelables. Entonces, el traficante evalúa los riesgos y las ganancias y concluye que puede ser mucho más ventajoso el negocio de la fauna que el de las drogas.

Lo otro es que muchas de las rutas de drogas y armas son compartidas para mover fáuna. Los carteles mueven la droga y en la misma ruta meten lo que pueden porque tienen la infraestructura montada.

Ahora, el tráfico de fauna también está asociado a la pobreza y a la desigualdad social. Cuando una persona caza un animal para comercializarlo es porque muchas veces no tiene oportunidades en su entorno para alimentar a su familia o suplir sus necesidades básicas. No es una excusa, pero sí es un estimulante para entrar en el negocio. Los factores socioeconómicos son muy fuertes.

Y, finalmente, hay una legislación bien definida pero poco implementada. Las penas están en el papel y Colombia tiene una legislación ambiental maravillosa y envidiable. Pero se queda corta en cuanto a su implementación.

¿De quién es la responsabilidad de que no se aplique la ley? ¿De las corporaciones autónomas? ¿De la policía ambiental?

Eso desborda lo ambiental. Es más un problema de la estructura de las instituciones, de tener capacidad para cumplir a cabalidad sus funciones. Y puede haber mucho de corrupción y negligencia.

¿Cabe la posibilidad de que haya un asunto cultural de fondo? Muchas poblaciones están acostumbradas a vivir con fauna silvestre, a comerla, a capturarla. Tenemos una historia de los tigreros, de la exportación de pieles exóticas...

Hasta la Constitución de 1991, cuando fue creado el Sistema Nacional Ambiental, la fauna nativa colombiana era vista como un producto. De hecho, era mal llamada: “producto renovable”. Ese término está mandado a recoger, porque eran supuestamente recursos que podían explotarse sin llegar a ningún límite. La extinción de especies o poner a una especie en riesgo de extinción no se entendían como problemas. Hoy en día sabemos que las especies se extinguen. También ha habido un cambio cultural, pues los animales son sujeto de derechos, son sujeto de tratos dignos, considerados seres sintientes. Todavía se ve muy marcado en ciertas culturas la tenencia de animales para decorar, para que canten, para que nos acompañen, pero eso ha ido cambiando, yo creo, de forma drástica. No obstante, el problema sociocultural de pobreza sigue siendo muy marcado.

¿Las autoridades tienen conocimiento de la magnitud del problema?

Ana María Acevedo hizo un trabajo de grado en la Universidad de Antioquia para optar al título de biología, que yo acompañé. Se trataba de actualizar las estadísticas nacionales de tráfico de fauna silvestre con el propósito de diagnosticar la magnitud del problema. Las estadísticas de tráfico de fauna del Ministerio del Medio Ambiente no se publican desde el 2009, hace más de 15 años. Ana María hizo la actualización para saber cuáles eran los animales más traficados, es decir, los que con más frecuencia llegan a las corporaciones autónomas. Además de las zarigüeyas, que la gente ataca porque las asocia con ratas o se les comen los huevos de las gallinas, la gran mayoría de animales llegan a las corporaciones como resultado directo de incautaciones: tenemos gran cantidad de monos, de aves, animales muy bonitos o carismáticos porque son coloridos o porque cantan muy lindo. Tenemos, por ejemplo, loras porque la gente les enseña a hablar; tenemos guacamayas, tortugas, iguanas, monos de varios tipos como el tití cabeciblanco o cabeza de algodón, monos araña, ardillas, ranas del género Oophaga, que son estas ranas venenosas y coloridas, peces coloridos. Esos son los que más sobresalen en términos de tráfico, pero si hablamos de invertebrados como las arañas las estadísticas son muy pobres, no hay operativos diseñados para recuperar invertebrados.

¿Qué implicaciones tiene esto para los ecosistemas?

Tenemos algunas especies que son más apetecidas que otras y obviamente eso tiene unas implicaciones sobre las poblaciones naturales. Pongo un ejemplo: cuando un cazador va a capturar un mono para venderlo en el mercado negro o en la carretera, normalmente tira a matar a la mamá para que las crías queden indefensas. Entonces, para que un primate juvenil o infantil llegue al mercado, antes tuvieron que haber matado a la mamá. Y hay que saber que las otras crías pequeñas no sobreviven sin la mamá. El fenómeno termina magnificado. Los animales incautados son apenas una fracción minúscula de la magnitud real del tráfico de fauna.

Háblenos de algunas cifras que dimensionen el problema…

En aves, la más registrada es la lora, su nombre científico es Amazona ochrocephala. Entre 2011 y 2021 tenemos registro de casi 9.000 loras sólo de esa especie. Hay otra, la Amazona amazónica, de esa tenemos más de 4.000 en el mismo periodo. Son cifras de animales rescatados o incautados por las autoridades ambientales, pero incompletas porque no todas las corporaciones autónomas reportaron datos. Aún así, los números son escandalosos. Si hablamos de ranas, son más de 500; si hablamos de iguanas, son más de 63.000.

¿Esas iguanas están asociadas a que en el Caribe es tradición comer sus huevos?

Para ese período de tiempo, entre 2011 y 2021, no estoy teniendo en cuenta los huevos. Son iguanas ya nacidas. Si se tuvieran en cuenta los huevos los números serían de otra magnitud. Y tortugas, por ejemplo, del género Trachemys, que incluye a varias especies, tenemos más de 35.000. Si hablamos de mamíferos, tenemos las ardillas rojas: más de 2.500; monos cariblancos, casi 800; monos titíes cabeciblancos, que son una especie muy amenazada, son casi 70 por año con una tendencia creciente año tras año; armadillos más de 1.000. Así podría seguir con números y estadísticas que son escandalosas, pero siguen siendo subestimaciones. Las estadísticas reales son imposibles de establecer.

¿Cómo la ciencia puede ayudar a detener el tráfico? Cuéntenos sobre el trabajo que realizan ustedes en el laboratorio de genética animal de la Universidad de Antioquia.

Generamos información y herramientas que sirvan para combatir el tráfico. Ponemos herramientas genéticas a disposición de las autoridades. Hay un área que se llama ‘Ciencias forenses de fauna silvestre’. Así como es posible identificar a un criminal o a una víctima a partir del ADN que se encuentra en una muestra de sangre, semen o piel, así es posible identificar una especie de fauna e incluso su procedencia. Y se puede hacer con un animal vivo o muerto, y hasta con un derivado de su cuerpo como pueden ser maquillajes o productos elaborados. Se ha llegado a identificar especies de tiburón que se han utilizado en la elaboración de maquillajes; se ha determinado a qué especie pertenece una aleta incautada que ya no se pueda identificar por su morfología.

Una de las especies con las que más trabajamos en nuestro laboratorio es el tití gris que tenemos en Medellín (Sanguinus leocopus), o el tití cabeciblanco del sur de Bolívar y el Caribe (Sanguinus oedipus). Sus datos genéticos pueden decirnos su lugar de procedencia  y así podemos saber de dónde fue extraído.

¿Y la Fiscalía está utilizando esta herramienta? ¿Le ha servido a las corporaciones autónomas?

Ha sido usada en términos administrativos y en términos judiciales. Una corporación nos manda una muestra y nos pide que le digamos de qué especie es y de dónde procede. Con esa información ellos saben en qué lugar del país deben liberar al animal. Ahora, en términos legales existe un caso reciente muy famoso que es el del Centro de Investigación Caucaseco: cien monos vivos en muy malas condiciones, conocidos como ‘martejas’ (Aotus lemurinus) le fueron incautados a ese laboratorio de investigación biomédica en el Valle del Cauca porque no tenía los permisos respectivos. El laboratorio de genética de animales silvestres de la Policía, en Bogotá, les aplicó una prueba genética y para determinar su especie y los potenciales sitios para su liberación. Es una herramienta que no se utiliza mucho en el país, porque no hay suficientes fiscales especializados ni peritos formados en la toma de muestras y cadena de custodia, y también porque los métodos científicos siguen siendo costosos. Sin embargo, la Policía ya tiene un laboratorio. Las universidades no estámos solas en esto.

Baudó AP conoció un expediente de tráfico de fauna que incrimina a un reconocido biólogo y profesor por tener en un apartamento 300.000 grillos para fabricar harina, ¿qué tan frecuente es que el tráfico se asocie a investigaciones científicas hechas con malas prácticas?

Cada caso es distinto. Así como hay traficantes de fauna, hay biólogos que se aprovechan de la situación. Creo que los laboratorios de investigación tienen mucha regulación en Colombia; cada vez es más difícil saltarse la norma. A nosotros como universidad nos exigen tener el permiso de investigación y proyectos registrados y certificados y amparados por ese permiso para poder tomar muestras. De lo contrario nos metemos en un problema. Esas muestras deben estar en una colección biológica avalada por el Instituto Alexánder von Humboldt. Es una serie de pasos que uno no se puede saltar, incluso comités de bioética, que avalan o no los protocolos que se propongan de toma de muestras.

Otra cosa es que haya personas inescrupulosas que hagan cosas sin la norma. La norma está allí y en las Universidades los investigadores y los grupos de investigación son muy comprometidos con ella.

¿Cuáles son las modalidades más frecuentes del tráfico?¿La gente para qué compra un animal silvestre?

Hay tráfico para carne, tráfico para mascotas, para pieles, para insumos de medicina tradicional y chamanería, para decoración como los dientes o las plumas. Y hay tráfico para investigación biomédica. Existe un caso de animales introducidos a Estados Unidos y vendidos dentro de ese país como si hubieran sido criados allí en un centro de reproducción, es decir blanqueo de animales. Existen gran cantidad de modalidades, formas de enmascarar estos cargamentos en cajas, en tubos, dentro de la misma ropa. Y en cuanto a la venta, ni hablar: existe venta en la calle, en carreteras, en redes sociales, por WhatsApp, por Instagram, incluso en la Dark Web.

¿Hay otros impactos del tráfico que no se estén dimensionando?

Cuando se trafica con un animal decimos “qué pesar del animalito”, pero no pensamos en el impacto que eso tiene sobre las poblaciones y sobre las especies. Está bien pensar en el bienestar animal, pero más allá del bienestar hay que pensar en el impacto que el tráfico tiene sobre la viabilidad de las poblaciones. Ahora, el tráfico tiene otra arista: cuando se trafica fauna y se libera en zonas a las que no pertenecen se pueden volver especies invasoras, que es otro problema gravísimo porque cuando son invasoras es imposible o casi imposible erradicarlas. En Colombia tenemos el problema con el pez basa (Pangasianodon hypophthalmus), con el cangrejillo rojo americano (Procambarus clarkii), con la rana toro (Lithobates catesbeianus)​, incluso especies introducidas legalmente para zoocría, también se generan problemas por tráfico legal de fauna.

 Hay un caso que muestra todo lo que está mal: se está traficando con los bebés hipopótamos en el Magdalena Medio, una especie invasora cuyo manejo es de difícil regulación y ahora la están vendiendo ilegalmente…

Ya la tenemos en los llanos orientales, no sólo en el Magdalena Medio. Parece que nos importa más la vida de un hipopótamo que el impacto que ese animal tendrá sobre el entorno. O nos importa comprar el animalito que están vendiendo en la carretera quizás porque nos da pesar, pero no pensamos que al comprarlo estamos incentivando el tráfico. Falta mucha educación para entender las implicaciones.

¿Qué hace falta para combatir este problema?

Una cosa que nos falta es la colaboración internacional. En el tráfico de drogas existen circulares rojas de Interpol para capturas de narcos en cualquier parte del mundo. Pero a un traficante de fauna colombiana ninguna policía lo busca en otro país. Eso es ciencia ficción. Estas redes están muy organizadas, tienen todos los eslabones, desde el campesino que extrae hasta el que vende por miles de dólares una lora en internet en Europa o en China. Y entonces: ¿dónde está esa colaboración entre Estados? Es inexistente.

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