Por fin, ¡estamos conectados!
Texto
John Jairo Chaverra Murillo
Especial para BaudóAP desde Vigía del Fuerte, cuenca media del río Atrato.
Ilustración
Daniela Hernández
Marzo 14 de 2022
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Por fin, ¡estamos conectados!
¿Cómo fue la vida de un municipio selvático sin fluido eléctrico? En esta breve memoria de un pasado reciente, un habitante de Vigía del Fuerte narra la anécdota y la lucha de una comunidad por lograr ser incluida en el desarrollo del país.
El 5 de agosto de 1993 llegué a un pueblo nuevo para mí llamado Vigía del Fuerte, situado en la margen derecha del río Atrato, departamento de Antioquia. Venía de la convulsionada zona de Urabá que por aquellos días sonaba mucho en medios y entre la gente por las masacres de campesinos, que también estaban sucediendo en otras latitudes del territorio colombiano.
Lo primero que noté fue que el silencio del lugar era interrumpido por el ruido monumental de un aserradero y las montañas de aserrín que los trabajadores destinados para el corte de madera tiraban a las orillas del rio Atrato.
Lo segundo que me llamó la atención fue la ausencia de fluido eléctrico durante las horas del día. Vigía del Fuerte no estaba interconectado a las redes eléctricas de Antioquia, departamento que tiene fama de ser pujante y modelo para el resto del país.
Yo tenía 16 años y entendí que este sector del Atrato era otro mundo y que mi familia y yo tendríamos que adaptarnos. Del Urabá habíamos traído una nevera, un equipo de sonido, plancha eléctrica, televisor, lavadora, licuadora, entre otros electrodomésticos que no funcionaban sin conexión.
A las seis de la tarde de ese 5 de agosto de 1993 el silencio que había en todo el pueblo le dio paso al rugido potente de un motor. Me explicaron que era la planta de energía, a combustible de ACPM, y que la prendían hasta las diez de la noche. Vigía contaba apenas con cuatro horas de fluido eléctrico diarios.
En medio de mi perplejidad fue un sorbo de alegría porque por lo menos contaríamos con unas pocas horas de luz para calentar los electrodomésticos y escuchar una que otra canción en el equipo de sonido hasta que empezara la oscuridad total.
En esos tiempos la comunidad conseguía el ACPM. Existía una junta que recaudaba los aportes de puerta en puerta, para luego ir a Quibdó a comprarlo y asegurar el mes. Cada familia era cumplida con los aportes.
Con el tiempo me fui acostumbrando a vivir sin fluido eléctrico durante el día. Y empecé a verlo como un lujo de las grandes ciudades. Me ponía a estudiar, jugábamos fútbol, disfrutábamos de las aguas del Atrato. Al llegar las seis de la tarde, todos realizaban las actividades que tuvieran que ver con la energía: planchar uniformes del colegio, enfriar comida para disponer de ella al otro día. Ningún alimento podía guardarse a largo plazo. A la postre, los electrodomésticos que trajimos del Urabá con mi familia se dañaron por falta de uso.
En esa cuatro horas de planta encendida veíamos televisión en las casas de quienes tenían televisor, que en su mayoría eran funcionarios de la alcaldía y profesores. Cada noche era un encuentro en torno al aparato, como cuando las hormigas se agolpan sobre un grano de azucar. Veíamos novelas, partidos de futbol y Cantinflas. Hasta por las ventanas de las casas se asomaban cabezas para ver la pantalla.
En 1995 comenzó a operar la empresa de energía del municipio. Ya no era que las familias diéramos aportes para comprar el ACPM; era que debíamos pagar una factura. Pero en vez de que la situación mejorara, empeoró. Al ser subsidiada por el Gobierno nacional esta figura de administración descuidó la prestación del servicio. El combustible cada vez alcanzaba menos, la planta se averiaba con mayor frecuencia y la población dejó de pagar.
Estas situaciones fueron creando un descontento entre la comunidad que propició algunas movilizaciones para reclamar y exigir solución. Vigía del Fuerte es un pueblo de poco protestar, pero era tan evidente la corrupción que nos parecía urgente denunciar estos robos. La prestación del servicio se había convertido en un negocio donde se enriquecían pocos y la mayoría se quedaba en la oscuridad.
Durante la alcaldía de Miriam Serna, 2012-2015, primera y única mujer que ha llegado dirigir los destinos del municipio, hubo una mejoría porque el Gobierno nacional envió dos plantas que ayudaron a tener fluido eléctrico por periodos de doce horas: algunas en el día y otras en la noche.
La dicha no fue larga. En la siguiente alcaldía, como por arte de magia, todo volvió a empeorar. Era más el tiempo que se pasaba a oscuras. Literalmente, se acabó todo. Las plantas se dañaron y debieron conseguir una tercera, supuestamente, con potencia suficiente llevar luz a todo el pueblo. Nada de eso sirvió, pues la corrupción era mayor a cualquier solución.
La comunidad revivió una vieja ilusión de que el municipio estuviera interconectado a la red nacional. Líderes como Jaminton Cuesta Domínguez y Leonardo Heredia, entre otros, asumieron la tarea de ir a tocar puertas en las instituciones y en los gobiernos departamental y nacional. Vigía del Fuerte quería gozar de fluido eléctrico permanentemente y no solo por unas horas al día.
Al principio no fue fácil, algunos mandatarios de la Gobernación de Antioquia dijeron enfáticamente que era imposible traer la energía a Vigía del Fuerte. Las movilizaciones comunitarias no se hicieron esperar y en todos los espacios posibles exigíamos la interconexión. Fue un clamor de todos: desde el más grande hasta el mas chico de la comunidad. Recuerdo que con el grupo de teatro ‘Imágenes’, que lidero, realizamos una obra de teatro titulada A oscuras y la presentamos en el municipio de Turbo. Era una historia que mostraba, por un lado, la situación de corrupción que padecíamos y, por otro, enviaba el mensaje directo de que sí era posible extender cables de energía que llegaran al municipio. La obra fue grabada por algunos funcionarios de la Gobernación de Antioquia, que estaban en Turbo.
El comité pro-electrificación fue a Medellín en compañía del comité de Bellavista, Chocó, municipio vecino pues sufrían de lo mismo. Después de muchas reuniones, el comité logró que la Gobernación de Antioquia prometiera la ejecución del proyecto de interconexión. El gobernador era Luis Pérez, pero su periodo terminó y Vigía del Fuerte seguía sin interconexión.
La obra era gigantesca y tuvo problemas. Cuando ya estaba el 75% de los trabajos adelantados, hubo que detener trabajos porque no había los permisos necesarios para intervenir la selva y que el Estado aceptara el impacto ambiental. La zona ha estado bajo la norma de protección a la reserva forestal en vigor desde desde 1959.
Esto trajo un nuevo malestar a la comunidad y los ejecutores de la obra. El tema fue discutido en reunión comunitaria donde afloraron toda clase de ataques, propuestas y contra propuestas. El hecho es que los contratistas sostenían que mientras el Ministerio del Medio Ambiente no otorgara los permisos, el proyecto quedaría detenido. El contratista hizo una llamada a la Gobernación de Antioquia para decir que no se podía continuar hasta tanto se tuviera los permisos. Alguien con voz fuerte preguntó: “¿y cuánto tiempo demoran los tramites?”. La respuesta fue: seis meses.
Pasaron esos seis meses y un poco más. Finalmente, el 2 de diciembre de 2021 la Gobernación de Antioquia le entregó de manera oficial la interconexión a Vigía del Fuerte.
Ahora que cumplo veintiocho años de estard viviendo en este municipio y como testigo de primera mano, confieso que toca aprender nuevamente a convivir con el fluido eléctrico como cuando un niño abre por primera vez los ojos y la claridad del día hace que los cierre intempestivamente. Quedan restos como: proteger los electrodomésticos de los continuos apagones mientras se optimiza el servicio, crear la cultura de pago, así como llevar este privilegio a las comunidades rurales.