Llegué a La Mojana en medio del verano inclemente que azota esta región en los primeros meses del año. Las ciénagas que en los mapas se ven pintadas de azul, porque permanecen llenas de agua casi todo el tiempo, son entre enero y mayo extensos descampados de hierba quemada llenos de búfalos y vacas.
Son las dos de la tarde y en Andagoya hace un calor sofocante. Por el puente que conecta los dos lados del pueblo camina sudoroso un joven de unos 16 años empujando una carretilla con algunos enseres; ante el desempleo
Chocó, un pueblo que vive y cobra sentido a partir de sus ríos, como ejes de desarrollo, transporte y sobre todo alimentación, se enfrenta a la incertidumbre de no poder comer pescado tranquilamente.
La capital de Chocó tiene el aire más contaminado por mercurio del departamento. En Quibdó la contaminación no solo se respira en el ambiente y se escurre en el agua por los techos, su presencia ha mutado en un miedo que no hay lluvia que lo refresque.
Parece que todos en el Chocó tienen algo claro: el mercurio hace daño al agua, a la tierra, a las plantas, a los seres humanos y a los animales. Pero esta es una idea reciente para la mayoría de los chocoanos.