26 noviembre, 2025

Una carretera para romper el bosque

Simón Murillo Melo

Medio Ambiente, Memoria paz y conflicto
En el cañón del río Melcocho, al oriente de Antioquia, se viene presentando uno de los conflictos ambientales de mayor vigencia en el mundo: abrir una vía para acercar una región aislada que es área protegida. Para el debate quedan a un mismo tiempo las graves consecuencias sobre los ecosistemas y las escasas opciones de desarrollo que estas comunidades tienen.

“Todo esto está muy cambiado”, me dijo una amiga campesina, residente de toda la vida de las riberas del Melcocho. “Se va a sorprender.” No me di cuenta al principio. Las selvas azules, el río tan cristalino como siempre. Pero las novedades no tardaron en aflorar: “Le vendo una tierra”, me dijo un residente, “buena para construir una finca o un hotel, ahí en El Cocuyo, al pie de la nueva carretera”.

El cañón del río Melcocho es un estrecho valle interandino al oriente de Antioquia. Para llegar desde Medellín hay que tomar la autopista a Bogotá y doblar por la carretera que lleva al municipio de San Francisco; minutos después, hay que hacer un desvío que conecta con La Piñuela, un caserío lleno de bares y prostitutas. De ahí se sigue a la vereda El Retiro, donde el traqueteo de los caballos se confunde con la parranda que empieza a todo volumen a las diez de la mañana. En ese punto, hasta hace muy poco, era necesario seguir a pie o a caballo por un camino de herradura escarpado e irregular. Eso también había cambiado. Desde junio del año pasado el Melcocho viene estrenando carretera.

Imagen satelital de la huella de la carretera sobre el cañón del río Melcocho
Imagen satelital de la huella de la carretera sobre el cañón del río Melcocho.

Hoy mide casi dos kilómetros de extensión. Dos camionetas grandes le caben a lo ancho. Paralela al camino de siempre, el carretera se conecta con las vías nacionales desde El Cocuyo, al pie de la entrada al cañón, y cruza la cordillera como una sonrisa invertida hasta El Porvenir, una vereda lejana y poco poblada, tierra de algunas familias que han vivido por generaciones ahí, entre estrechos bosques y el murmullo de agua y gulungos. Un caminante sin afanes puede demorarse más de cuatro horas a pie en este mismo trayecto.

La carretera empezó a abrirse paso, al menos, desde junio del 2024. Como el cañón del río Melcocho es una Reserva Forestal Protectora Regional, su construcción era y es ilegal, y dividió a los campesinos. Mientras unos la defendían, otros se opusieron férreamente creyendo que traería lo que abunda en la Piñuela y San Francisco: prostitución, minería de oro y presencia de los paramilitares reunidos con la sigla AGC. Y el loteo de tierras para la especulación inmobiliaria y la explosión hotelera, como en Guatapé y San Rafael. Un campesino me mencionó, a las pocas horas de mi llegada, que quería empezar a hacer minería de oro, aprovechando la carretera

Los constructores de la carretera son al parecer habitantes del Porvenir organizados en un Comité Pro Ampliación Camino. Apenas se enteró Cornare, la autoridad ambiental de la región, empezaron un ambiguo proceso de reprimendas y sanciones no efectivas puntuadas por constantes visitas de los funcionarios y diálogos con el Comité Pro Ampliación, y que no sirvieron de mucho porque la carretera creció y creció con los meses.

Las riberas del Melcocho empezaron a poblarse a principios del siglo pasado por aserradores que llegaban a buscar maderas raras. Útiles, en especial, para la construcción de los ferrocarriles que entonces planeaba la nación. El río recibió el nombre de la más preciada de esas maderas: la minquartia guianensis, el árbol del melcocho. Tan fuerte que vigas, postes y mesas hechas con melcocho aguantan cien años o más, sin doblarse o resquebrajarse. Durante buena parte del siglo XX, buena parte del oriente antioqueño permaneció lejano a los centros económicos en Rionegro, Marinilla y Medellín. La dificultad de andar sus montes y trochas permitió el aislamiento y gestó una cultura autosuficiente de arrieros y guitarras. A finales de los años noventa, la mayoría de los campesinos del Melcocho fueron desplazados por lo menos una vez: ya sea por la guerrilla del frente 47 de las FARC o por la brutal arremetida del Bloque Metro de las AUC. Algunos pocos regresaron, otros se fueron para la cabecera municipal de Cocorná, para la del Carmen de Viboral y para Medellín, dejando todo atrás. El árbol del melcocho casi se extinguió en el cañón y hoy apenas quedan unos cuantos.


A comienzos de la década del dos mil, después de la consolidación paramilitar, la política energética del entonces gobernador Luis Alfredo Ramos impulsó a que Isa, Isagén y EPM enhebraran río tras río en pro de su noción de desarrollo. Diecisiete hidroeléctricas pequeñas fueron construidas en pocos años. Con el caudal bloqueado, el flujo de vida restringido, la ecología transformada y, con frecuencia, arrebatados de sus tierras, la promesa energética cercenó a los ríos de sus habitantes. En el pasado eran pesca y romance, paseo de olla y juego de infancia. Hoy operan hidroeléctricas en los ríos Tafetanes, Aures, Arma, Samaná Sur, San Carlos, Guatapé, Nare, Cocorná, Churimo, Samaná Sur, La Miel, Piedras, Santo Domingo y Sonsón. De las siete cuencas hidrográficas del oriente antioqueño, solo queda una, la del Samaná Norte, sin encauzar. La razón principal por la que Celsia no ha podido bloquear al Samaná todavía, ha sido por la oposición de los campesinos. Pero incluso en tiempos del acuerdo de Escazú, la oposición a las hidroeléctricas tiene poco peso: las comunidades no cuentan para la planeación energética.


Aprovechando que el Melcocho todavía es libre, la sobrecogedora belleza de sus aguas y montañas ha atraído tanto turismo citadino que hace unas semanas se anunció la primera ruta de bus directa desde Medellín. Hoteles y glampings, varios sin permiso, proliferan en los alrededores de Puente Amarillo, la breña más popular del río. El mercado de finca raíz está en fuego. Los años de tranquilidad y el turismo han traído dinero al cañón y muchos campesinos viven con comodidad. Son propietarios pequeños o medianos con casas grandes, electricidad, nevera y lavadora. “Ya los viejos no son como los de antes”, me dijo el operario de retroexcavadora que rompió la tierra para la nueva carretera. “Viene el progreso”.

El Comité Pro Ampliación Camino aparentemente ha sido financiaciado con “bingos bailables y rifas de novillonas”. En septiembre de 2024 escribieron una carta dirigida a Cornare en la que defienden la obra usando el lenguaje liberal de los derechos humanos: “Estamos convencidos de que tenemos el derecho fundamental a mejorar nuestras condiciones de vida, especialmente cuando estas impactan de manera directa nuestra salud, seguridad y bienestar”. Y añaden: “Por cada árbol talado en el proceso, sembraremos 10 árboles en su lugar.”

El lenguaje desarrollista encontró un eco en Cornare. En la primera comunicación que conozco de la Corporación sobre la carretera, fechada el 16 de julio de 2024, escriben que para poder hacerla “se debe llevar a cabo el trámite de sustracción del área protegida de toda el área que abarcaría la obra, independiente de la zonificación de manejo sobre la cual se establece el trazado vial”. Esta aclaración institucional deja algo muy claro: la aprobación de la carretera podría significar el fin de una parte o de toda la Reserva Forestal del Melcocho, con todas las consecuencias catastróficas que esto pueda acarrear.
El Melcocho se encuentra en un conflicto territorial entre las administraciones de Cocorná y El Carmen de Viboral. El Roblal, El Retiro, El Porvenir y el Cocuyo, precisamente las veredas por las que pasa la nueva carretera, están en el centro de la discusión. Y tanto las rentas que trae el turismo como la biodiversidad y “riqueza hídrica” de la cuenca hacen babear a los políticos. La sustracción del área protegida del cañón es útil para el que con frecuencia es el interés político fundamental: hacer plata. Ningún representante o diputado antioqueño siquiera intentó mediar dentro de la comunidad. Solo el representante Gabriel Becerra y el senador Iván Cepeda, ambos bogotanos, intentaron abogar por el río ante Cornare.


Las carreteras secundarias en bosques y sus linderos están asociadas con explosiones de deforestación en los trópicos. Una investigación de abril de este año publicada en la revista científica Current Biology mostró que las rutas secundarias en el Congo, Nueva Guinea y la Amazonía brasileña están asociadas a tasas de deforestación en órdenes de magnitud más grandes que las de las rutas principales. En el caso brasileño, estas carreteras multiplicaban por trescientos la deforestación.


El 24 de septiembre del 2024 funcionarios de Cornare acompañaron a los constructores de la carretera en un recorrido pensado para “determinar el trazado más conveniente para la adecuación del camino”. El 26 de septiembre, campesinos opuestos a la carretera le escribieron a la Corporación: “La maquinaria pesada continúa haciendo una vía ilegal, sin permisos. El día de ayer estuvo el operativo de Cornare, pero no sucedió nada, hoy la máquina ya se encuentra trabajando”. Cornare alega que “dentro de sus competencias legales, ha tratado de ser técnicamente rigurosa pero socialmente sensible, reconociendo que la protección efectiva solo se logra cuando convergen la acción preventiva y correctiva de la autoridad ambiental, el control territorial de los municipios, el respaldo operativo de la fuerza pública”. El lenguaje leguleyo sirve de persiana de la verdad: hubo momentos en que un patrullero de la Policía se paró frente a la retroexcavadora. Por carecer de los medios para transportarla y muy seguramente para no alborotar el avispero, el agente y la Corporación decidieron que la inacción era lo más prudente.

Hoy le quedan cuatro grandes bosques a Antioquia: uno, el complejo que va de Anorí a la Serranía de San Lucas; dos, las selvas a medio camino entre el Chocó y los Andes; tres, el Nudo de Paramillo; y cuatro, los bosques interandinos del oriente que crecen en las cuencas de los ríos Samaná, Río Verde, Santo Domingo, el Melcocho. Existen importantes reductos más pequeños, con frecuencia interrumpidos por carreteras, pueblos y haciendas, pero en estos cuatro lugares estriban nuestras maravillas. Antioquia es más biodiversa que toda Europa.


En la expedición BIO del 2016, un equipo liderado por el Instituto Humboldt descubrió en el cañón del río Melcocho una rana, un escarabajo verde azabache, un bagre, un ratón y un arbusto de la familia de los sietecueros. Todas especies nuevas para la ciencia. Una serpiente y un sapo trompudo perdidos desde hace décadas fueron redescubiertos. Mi primera vez en el río fue junto al botánico Samuel Peláez y otro amigo. Samuel estaba haciendo una investigación y buscábamos columneas, un género de las gesneriáceas, una herbácea epífita de flores tubulares tan hermosas como extrañas. El desplazamiento forzado de las familias por el conflicto armado y el despoblamiento de la región había permitido una recuperación de los ecosistemas. Los campesinos nos recibieron con generosidad y confianza, acompañándonos monte adentro a estrechas y remotas grutas donde la columnea se aferraba a los barrancos.


Cualquier citadino que haya podido pasar unas horas con montañeros se da cuenta con rapidez de las diferencias. Si el citadino no sabe hacer nada, el campesino montaraz sabe hacer una casa, sembrar comida, arrear animales, cazar, andar el monte, nombrar el monte. En nuestra expedición por la columnea conocí a Raúl Orozco de 84 años y quien era entonces mucho más rápido, veloz y agil que hombres 60 años menores que él. La inmensa mayoría de universitarios no son capaces de darle sentido a la maraña del bosque: el montañero ve decenas, cientos de sentidos ahí. Los silbidos de los pájaros cargan una red de posibilidades, los peces y tortugas son formas claras y no sustantivos genéricos, las huellas de los cusumbos marcan un camino.


El aislamiento también hace necesario una organización política independiente: en el caso del Melcocho los pobladores constituyeron el CAICA, Centro de Información, de Atención y de Cultura Ambiental. Sin embargo, hoy está de capa caída. Muchos liderazgos del río se han alejado de la organización social y de Cornare, preocupados por la carretera, decepcionados por el avance del turismo, por las hidroeléctricas de la región y la erosión de su sociedad. El 7 de octubre de 2024, en un arranque de frustración, varios líderes alquilaron una chiva para llevar a varios melcochitas a protestar las inacciones y evasiones de Cornare a las puertas de la oficina que hay en el municipio de El Santuario.


Ese día, varios campesinos leyeron una carta abierta a Cornare y a la institucionalidad: “asumimos el proceso de Reserva Forestal Protectora como la respuesta a una apuesta de ‘reparación’ no solo con nosotros sus pobladores, sino también con el territorio mismo, el municipio y la región.” Para ellos, uno de los problemas que trae la carretera, es la transformación de las costumbres, de la ecología de sus pobladores: “reiteramos que la identidad colectiva de los pobladores del cañón del Melcocho está ligada al territorio y su naturaleza hace parte central de nuestras vidas”. Y claman por un futuro en el que la planeación territorial sea hecha junto a los pobladores y defensores del río: “Invitamos a toda la comunidad del cañón del Melcocho y a las entidades que tienen incidencia en este territorio a que con inteligencia y sensibilidad apostemos por edificar un contexto en el que podamos desarrollar la vida común y el buen vivir, a que consolidemos nuestra Reserva Forestal Protectora como un proceso cultural fundado en la escucha”.


En los años setenta en el Urabá, según WWF, “la deforestación registró un récord de cerca de 600.000 hectáreas por año”. Con tanta selva arrasada se amasaron grandes fortunas y sufrimientos. Hoy más de la mitad de la población del Urabá son víctimas del conflicto armado. Destruimos, en el siglo pasado, buena parte de los bosques de Antioquia. La política agroindustrial nacional y departamental ha implicado no solo graves consecuencias para la ecología de montañas, costas y mares sino el sufrimiento de millones de vidas humanas y no humanas. Solo en los últimos veinte años, más de 500.000 hectáreas de bosque se han perdido en Antioquia, la mayoría en los valles del Nus y en el Magdalena medio. La guerra y la destrucción ecológica son en nuestro país un engranaje más de la formación del Estado, de lo que somos como colombianos.


Cada tanto, camionetas destellan en el fondo del ojo desde los bosques del Melcocho. Habrá quienes celebran que lo que antes tomaba largas horas a lomo de bestia se ha acortado a minutos. Pinos invasivos sembrados por el Comité Pro Ampliación, circundan la carretera. Las reprimendas de Cornare y, especialmente, el activismo de los que se opusieron han frenado la construcción. Pero si no hay acuerdos de fondo, las obras volverán a comenzar apenas las autoridades miren para otro lado. Con el precio del oro a más de 4000 dólares la onza, con la presión de las AGC pendiendo sobre todo el oriente y con el fantasma de las hidroeléctricas, el enfoque desarrollista no tardará en volver sobre el Melcocho. En el fondo, la pregunta que atraviesa al río es la misma cuestión fundamental en el oriente, en Antioquia y en Colombia: ¿qué es el desarrollo? ¿a quién le sirve? ¿cuáles son sus límites?


La carretera permanece abierta y el futuro del cañón no es claro ni para sus habitantes ni para la CAR. Ante la pregunta “¿La carretera ilegal está para quedarse?”, que les formulé mediante derecho de petición, Cornare es incapaz de contestar con claridad: “será objeto de evaluación técnica y jurídica”. Su director actual, Javier Valencia, es otra ficha más del gobernador Rendón. Otras veinte licencias ambientales para hidroeléctricas en el oriente antioqueño han sido concedidas por Cornare. Y solo en los últimos cinco años entregaron la increíble cifra de 95 permisos de estudio para más y más hidroeléctricas. La PCH Pantágoras sobre el río Cocorná, llamada así supuestamente para honrar a un pueblo que habitó hace cientos de años estos ríos antes de ser exterminados por el “desarrollo”, ha sido revivida una y otra vez por Cornare a pesar de derrotas jurídicas y rondas de protestas de la gente. Y justo en la desembocadura del Melcocho en el Santo Domingo, EPM se está preparando para construir una más. Ya tienen licencia.

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