En mi primera visita al desierto de La Guajira en 2017 conocí a un pescador llamado Monchi Pushaina, quien me habló de un sueño. En él, un tren llegaba a su comunidad cargando un espíritu oscuro.
Cuando el espíritu bajaba del tren, me dijo: “nos enferma”.
Ese tren proviene de la mina de carbón a cielo abierto más grande de América Latina, El Cerrejón, y recorrió por primera vez este desierto en la costa caribeña en 1984. Sin embargo, el carbón que extrae no ilumina los hogares de Pushaina ni del resto de su comunidad indígena Wayuu. Durante décadas, ha alimentado ciudades europeas mientras seca y desvía ríos en los territorios Wayuu que viven bajo el sol implacable de La Guajira.
«Y el Wayuu que no sueña, es considerado un muerto», me dijo Monchi.
Los sueños determinan decisiones. En lugar de decir buenos días, los Wayuu se preguntan: “¿Qué soñaste anoche?”
Yolüja revela el significado de los sueños de una familia, el origen y causa de su pesadilla, como una ventana a las heridas espirituales que la mina de El Cerrejón ha dejado en su comunidad. «YOLÜJA», es una palabra Wayuu que significa demonio, sombra y mal, pero que también usan para referirse a la empresa minera y al tren de carbón.
En 2024, la mina conmemora cuatro décadas de operación. Para la comunidad, no es una celebración, es el recordatorio de un progreso que les fue prometido y nunca llegó. En un momento en que la transición global hacia nuevas fuentes de energía es crucial, visibilizar el impacto en la salud mental a largo plazo de la extracción de carbón en comunidades como la Wayuu, se vuelve una necesidad para su supervivencia. Durante mucho tiempo las familias han tenido pesadillas, síntomas de una depresión colectiva que crece desde el desplazamiento de la comunidad hace 40 años.
“Y el Wayuu que no sueña, es considerado un muerto», me dijo Monchi”.