Una elegía al padre, una indagación en la lucha de clases
Texto
Juan Miguel Álvarez
Ilustración
Angélica Correa Osorio
Marzo 13 de 2024
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Una elegía al padre,
una indagación en la lucha de clases
Una novela como cuerpo de debate político mientras se desenvuelve en expresiones de ternura. El más reciente libro de Gilmer Mesa titulado Aranjuez intenta una excavación moral en la figura paternal, a la vez que configura una especie de código de conducta en los barrios de ladera en Medellín. En la siguiente entrevista, Gilmer advierte sobre estas cuestiones y otras que han determinado su vida y la de su gente.
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El novelista que los morros de Medellín le debían al país vive en un interior al que no le cae luz natural. Encajonado a la espalda de un modesto edificio de apartamentos, es un espacio sin divisiones al que se ingresa por una callejuela peatonal flanqueada por un frondoso árbol de sombra. Aquí, en los barrios de ladera al nororiente de la ciudad, Gilmer Mesa desgrana sus días entre proyectos de libros, canciones de salsa y botellas de ron.
GM: ¿Qué querés tomar? ¿Pola? ¿Ron?
Como si fuera practicante de las leyes de Bukowski, ha compuesto su ritmo cotidiano en dos tiempos: paciente y meticuloso en la escritura, torrencial y desbocado en la vida. Hubo una época, me confió en un encuentro anterior, en que no podía parar de beber. Ahora ha aprendido a detenerse, pero puede ocurrir que una farra con amigos termine cinco días después.
GM: Mejor te pongo cerveza. Y traigo la botella de ron.
El novelista se expresa con una voz de tonos metalizados y una cadencia con cierta musicalidad urbana; su acento marcado medellinense es una suntuosa mezcla de parlache y espontáneas frases cultivadas en la academia. Con estudios de posgrado y participaciones en investigaciones de ciencia social, percibe su ingreso dando cátedra en la universidad, hablando en paneles y conferencias, y escribiendo artículos y libros. En medio del rigor intelectual, el novelista deja fluir sarcasmos, sonrisas irónicas y expresiones que seguro conserva desde cuando agotaba su tiempo adolescente parchado en la esquina.
La publicación de su tercera novela, a mediados de 2023, le ha supuesto un éxito al que no estaba acostumbrado y que, por lo pronto, le hace sentir cómodo y satisfecho. A falta de datos exactos que demuestren el viento a favor de las ventas, sirve decir que durante las presentaciones el novelista ha debido pasar buenas horas poniendo su nombre con pulso de bolígrafo en los ejemplares comprados por los asistentes. En Medellín, como acto de la Fiesta del Libro, atendió una fila de más de cuatro horas que no bastó para que todos los lectores que la querían se llevaran la firma. En Pereira, también en la Feria del Libro, fueron dos horas. En el Hay Festival 2024, en Cartagena, más de una hora. Y en Bogotá, una plaza casi refractaria para la literatura de sonidos paisas, el novelista llenó las librerías a las que fue invitado.
Titulada Aranjuez, como el nombre de la comuna cuatro, es una historia armada a partir de dos momentos: uno, el que invoca los reflejos morales del narrador tras la muerte del papá y, dos, el que configura la atmósfera del barrio popular desde la vida de unos personajes que podrían ser catalogados de típicos. La suma de todo resulta ser una elegía a la figura paternal, incluso en sus propios errores.
GM: Así es, esta novela es un canto a la figura del padre, incluso en su ausencia. Hay un fragmento del libro en que lo digo: Colombia es un país sin padres. Por muchas circunstancias: porque son violentos o porque los asesinaron o porque huyeron abandonado todo. En la novela también quise hacer una revisión de la madre que también debe ser padre. Y estas dos figuras en medio de las circunstancias del barrio popular. Si bien hay muchos libros que hablan del padre, no lo hacen exactamente del padre en el barrio popular. Yo creo que al hombre lo ha definido la función de procrear, pero también la función de proveer. Y en el barrio popular esa función de proveer tiene connotaciones bien particulares. En la novela exploro algunas, supongo que faltan muchas.
Su primera novela, La Cuadra, es un caudaloso relato de unos niños que toman como ejemplo de admiración la vida sórdida de los jóvenes del barrio Aranjuez cuando cada metro de vía pública estaba bajo el dominio de Los Prisco, la banda de sicarios más sanguinaria y predilecta de Pablo Escobar. Entre esos niños se encuentra el narrador, que podría ser el alter ego del novelista o el mismo novelista tras un asalto terapéutico de expiación y desahogo. El dato central que desencadena la historia es el asesinato del hermano del narrador, que coincide en tiempo y circunstancias con el asesinato del hermano del autor. La fórmula —by Javier Cercas— de colgarle datos fácticos autobiográficos al narrador para cimentar la ficción sobre verdades a medias parece nuevamente invocada en Aranjuez. “¿Hasta qué punto esta novela es una memoria de la vida que así ocurrió?”, le preguntaron en la Feria del libro de Pereira y el novelista contestó burlonamente: “La gente es muy morbosa”. Así que ahora, con el vaso de ron de por medio y en la hospitalidad de su casa, le planteo el mismo tema pero matizado: en mi lectura, los personajes del barrio y sus historias de ensamble perfecto son, indudablemente, ficciones; mientras tanto, la historia del narrador en relación con la muerte del papá es, indudablemente, autobiográfica: tanta precisión en la voz del dolor y la pérdida solo parece posible si se toma de la vida vivida.
GM: Es la vaina con esta novela. Yo venía escribiendo esas historias de los personajes del barrio y a mí me sonaban que no eran cuentos; me parecía que eran capítulos de una novela, pero no sabía cómo iba a pegarlos. Y cuando empezó arreciar la enfermedad de mi papá, Reinaldo Mesa, yo empecé a escribir con mucha rabia cosas que estaba sintiendo. Y me dije: “¡Ah marica! Esto es lo que me pega la novela”. Ahí se me abrió todo. Pero tuve que utilizar un recurso que no había utilizado antes: usar la vida mía, escribir lo que me había pasado. Entonces, sí, tenés toda la razón. Además, me resultaba imposible ficcionar la vida mía y la relación con mi papá. Imposible ficcionar la rabia desde la que estaba escribiendo y la nostalgia de aceptar que era mi papá el que se estaba muriendo. De lo que sí me cuidé fue de mantener una narrativa en la que yo nunca me mencionara como Gilmer Mesa, que es la narrativa que he utilizado en las otras novelas y que me da ciertas libertades. Nunca he creído que mi vida sea importante, por eso cuando me dicen que lo que yo hago es autoficción yo contesto que no me cabe esta etiqueta porque en esa escritura el narrador es el protagonista de las hazañas. Y en mis novelas el narrador es difuso. Quizás alguna vez escriba sobre la vida mía. Por lo pronto, lo que hice en Aranjuez fue escribir la historia de la vida de un man colosal que fue mi papá.
PREGUNTA (P): En paralelo a la muerte de tu padre corren las historias de los otros hombres que son papás avejentados, así como las de las familias sin figura paternal. Luego de leídas, tengo la impresión de que pueden configurar una especie de antropología típica del barrio popular. ¿Al comenzar la novela tenías la intención de caracterizar el barrio popular por medio de estos personajes típicos o eso fue un resultado secundario?
GM: Ni al comienzo ni al final. Yo no pienso en eso. Me he ido definiendo a través de mis novelas como un escritor de personajes. Me interesan los personajes. Ni siquiera crear un personaje arquetípico, sino un personaje que a mí me interese por su vida interior. Le doy forma y luego me doy cuenta de lo que vos estás diciendo: que detrás de eso hay una antropología o una sociología del personaje típico del barrio popular. Pero si nos salimos de La Cuadra y Aranjuez, Las Travesías también es una novela de personajes. Obvio tengo que montarlos en un escenario literario que ha sido el barrio Aranjuez. Pero esos personajes podrían funcionar en otro escenario. Por ejemplo, Wenceslao: me encantaba ese personaje y me dije: “Bueno vamos a ver si soy capaz de darle forma para que me quede como yo creo”. Y cuando ya lo tuve bien desarrollado, lo monté en el escenario.
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Hay un elemento en La cuadra y en Aranjuez que se nota como si fuera un brillo inherente a cada episodio y puede ser que a cada personaje. Se trata de la perspectiva del autor como un reflejo de su origen de clase. Si bien estas dos novelas abundan en temas que de alguna manera ya habían sido tratados por libros anteriores —muy exitosos también— como La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras, su composición y la conjugación de voz y detalles suenan más orgánicos y un poco más naturales; quizás tenga que ver con que el novelista haya creado estas ficciones a partir de sus rutinas como habitante de un sector de Medellín que ha sido central en su historia de violencia urbana.
GM: Es innegable: tengo una formación sentimental ligada a este barrio y entonces uno en la calle se encuentra personajes como los de estas novelas.
De ahí que cuando Aranjuez propone una división de los jóvenes del barrio entre pillos y sanos resulta ser una constatación de las tensiones que el novelista vivió en los años de su primera juventud.
GM: El barrio estaba dividido entre sanos y pillos. Así fue por mucho tiempo y definió por mucho lo era que la generación mía. Uno estaba en un lado o en el otro. Y se me ocurre otra cosa hablando con vos: revisar esa división porque, mirando hoy, los sanos fueron los que terminaron haciendo el Aranjuez que es hoy. A los pillos los mataron o terminaron siendo viejos que no aportaron. Los sanos, que tuvieron que mamarse tantas cosas tan hijueputas en la adolescencia, fueron los que terminaron triunfando porque pudieron criar a sus familias, lo cual es el triunfo de la persistencia en la vida misma. Hoy los sanos son gente de 40 a 50 años que ya hicieron un vínculo distinto con el barrio. Ahora bien: decir “los sanos” era solo una forma nominal de llamarlos porque todos eran borrachos y vagos. Tenían sí un límite: no estaban dispuestos a matar ni a cometer crímenes.
En el caso de los personajes pillos vale decir que son menos numerosos que los sanos y su participación en la novela termina siendo casi tangencial, excepto la de uno llamado Clarence, que representa una versión del padre que es bandido y que ablanda su maldad luego de nacida su hija.
GM: Es una situación muy tesa porque el bandido le hizo cosas muy hijueputas a las mujeres, muy criminales. Yo he visto la relación de esos papás con sus hijas y es como si a sus hijas no les pudiera pasar lo mismo, no les pudieran hacer lo que ellos sí les hicieron a otras mujeres.
A partir de este punto, el narrador toca —ilustra— varios razonamientos de clase que podrían ser tomados como un código moral de los barrios obreros y populares del país, no solo de Medellín. A mi parecer, es la tesitura de mayor compromiso político en esta novela. Para empezar, está la historia del Piojo, un joven que iba a debutar en el fútbol profesional con el Atlético Nacional hasta que comete un error del que, parece, no podía evadirse por más que lo intentara. En su relato, el narrador dice que el triunfo de uno solo de los sanos es el triunfo de todos porque le muestra a los demás que otra vida —ya no la pobre y marginal o la pobre y criminal— es posible.
GM: Esa idea no esa mía. Es de la gente de abajo. En esta sociedad le damos un reconocimiento simbólico al que la hace bien. En cambio, le damos mucho reconocimiento tangible al que la hace mal. La gente casi siempre ha tomado para sí la representación del que la hace mal. Por eso, el triunfo de la imagen de Pablo Escobar. De otro lado, el fútbol es, quizás, la única actividad que concede un reconocimiento popular tan grande como el del bandido, con la diferencia de que no es un delito, es algo bueno. No me gusta mucho el fútbol, pero creo entender a la hinchada cuando hablan en primera persona del plural: “ganamos”, “perdimos”. Sentirse parte del equipo es tener la posibilidad de obtener un pequeño triunfo, que para alguien que nunca ha tenido nada puede serlo todo. Todas las personas necesitamos ganar en algún momento. Y las personas de los barrios populares que han sido despreciadas por el Estado y la sociedad misma han necesitado encontrar esa representación simbólica del éxito en algo bueno. Esto lo veo en Alkolirycoz, ya no solo aquí en Aranjuez sino por todo Medellín. La gente dice: “Estos manes están diciendo lo que yo había querido decir… si estos manes triunfan, de alguna manera ese triunfo me toca a mí”. Es el triunfo mínimo de la gente que nunca ha tenido nada de qué sentirse orgullosa. Es la representación del mundo de alguien que no tiene como representarse. Si ese otro se parece a mí, yo siento que algo de esa persona me toca a mí.
P: Y cuando el que no ha ganado nunca, gana por sí mismo y no por interpuesta persona, suele ser un triunfo que le cuesta un precio enorme, un valor mayor al que conlleva haber obtenido ese triunfo. Ejemplos hay varios en la novela, pero quiero volver al nombre de Wenceslao: su hijo pudo irse a tocar con su banda al país que siempre soñó, pero eso a Wenceslao le costó la cárcel. Como si los de abajo estuvieran signados para perder y solo perder.
GM: A los de abajo les cuesta mucho. En algunos casos, literalmente, jugarse la vida. Solo hay que ver el pillaje: usted consigue alguna cosa, pero le cuesta la vida o la cárcel. Y si no es el pillaje, le cuesta mucho, se tiene que partir el lomo. Y luego uno mira hacia atrás y eso que ganó no fue una gran recompensa. Me acuerdo de una frase de la calle: “Ojalá pases media hora en el paraíso antes de que el diablo sepa que has muerto”. Cuando ese marica sepa que te has muerto, se te acabó esa media hora. El pillo se la juega por esa media hora, porque después sabe que viene el infierno.
P: Y ese infierno muchas veces resulta ser la muerte por asesinato. Un asesinato en que la víctima no necesariamente es culpable de las circunstancias que lo propician. Volvemos, de nuevo, al asunto de la tragedia: el destino infausto del que parece no pueden escapar los pobres de este país.
GM: He visto morir a un montón de gente que no tenía que ver con nada. Personas que estaban en el lugar que no era, en el momento que no era, a la hora que no era. Vos lo viste como una constante a lo largo del libro; yo no lo había visto así ni era esa la intención haciendo este libro. Yo tenía muchos recuerdos de cosas que ocurrieron así. Y a la hora de hacer una construcción literaria me llamó la atención, por ejemplo, el caso de Los Monos: ¿cómo van a matar a un sano porque lo confundieron con el hermano, porque se le había puesto la chaqueta? ¿Cuál fue la culpa de esa persona? Ponerse una chaqueta. Entonces, el foco de esa historia ya se me pegó con la tradición literaria de la tragedia griega, de la que soy fanático. Esa idea del fatum, del destino inevitable por más que uno intente eludirlo o transformarlo. A lo Edipo Rey. Es como si hubiera algo inapelable que nos condena. No importa qué hagamos, estamos signados a ese destino trágico.
P: ¿La historia de Los Monos es fáctica o es del todo una invención?
GM: Es una construcción ficticia pero basada en algo que sí fue real: yo conocí a un man que mataron porque ese día se puso una chaqueta del hermano y se parecía al hermano, que era el que iban a matar. También conocí a un pelao al que la familia lo obligó a prestar servicio militar porque no tenía mas posibilidad y para evitar que en el barrio se lo llevara la violencia. Y el día que se puso el uniforme de policía bachiller lo mataron. Era la época en que Pablo Escobar estaba pagando dos millones de pesos por policía asesinado. La única culpa de ese pelao fue ponerse un uniforme.
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En el apartamento del novelista hay objetos decorativos alusivos a la salsa, como un Rubén Blades en reloj de pared y algún afiche más. Él mismo se identifica como un “salsero duro”, parte de un grupo de amigos salseros duros que, despectivamente, llaman “panela” a las canciones más exitosas del estilo ya añejo derivado de Fania All Stars, como podría ser “Gitana”, de Willie Colón, o “Pedro Navaja”, del mismo Blades. Con este panameño, justamente, el novelista tuvo uno de los encuentros más emocionantes de su vida. Ocurrió por llamada virtual como acto del Festival Benengeli 2023. Junto al escritor Oswaldo Reyes echaron carreta sobre las ficciones de esta región que fueron posibles luego de los escritores del Boom.
GM: ¿Te imaginás lo que fue eso para mí? Ponerme a conversar con ese monstruo… y me pagaron un poco de plata.
Suerte distinta hubo con Maluma. El equipo del reguetonero contactó al novelista para que apareciera en el video de la canción “Medallo City”, que saldría al mercado en 2020. El novelista agradeció la invitación y dijo que no pretextando que Maluma y él eran distintos, situados casi que en esquinas contrarias. Poco después, recibió una segunda llamada para el mismo ofrecimiento. El novelista volvió a decir que no y el man que había al otro lado del auricular, aterrado, le dijo: “¿Sabiendo ese poco de plata que le van a pagar?”. El novelista sintió que el man lo estaba queriendo comprar y le dijo: “Ya había dicho que no, que muchas gracias, en la buena. Y ahora menos, que el argumento para convencerme es la plata. En la mala”. En cambio, el novelista sí aceptó participar en el video de la canción “Aranjuez”, de Alcolirycoz. Es una secuencia que no tarda dos segundos y que tiene lugar aquí mismo, en este apartamento, en medio de una farra: humo de cigarrillo, salsa en la pantalla del televisor, ron y cerveza sobre la barra que divide la sala de la cama, risas y camisetas anchas. La fiesta siempre que conecta la ficción y la vida. Si hubiera que señalar el leit-motiv de la novela Aranjuez diría que es la constante presencia del licor con música detrás. Los personajes beben para pasar el tiempo y se emborrachan para encontrar la risa, muy a pesar de que las letras de las canciones resuman melancolía. Una fatua felicidad: instantánea e irreal.
P: Sobre este aspecto, tengo dos preguntas. Para empezar, la música está presente en toda la novela. Suena mucha salsa y tango. Pero no leo hip hop. Lo extraño es que este libro está cruzado por las letras de algunas composiciones de Alcolirycoz y por sus integrantes, a los que les das un papel ficticio en el capítulo del fútbol. ¿En qué consiste esta relación de la novela Aranjuez con este combo de hip hop?
GM: Son como mis hermanos. No solo están contando su barrio de una manera muy inteligente, sino que crearon un orgullo alrededor de ser originarios de un barrio popular. Una cosa que yo no había visto. Como te dije, había visto el orgullo de los pillos y de los futbolistas. Pero en ambos casos el orgullo era ser del barrio para salir del barrio como muestra de ascenso social. ¿Pablo Escobar dónde montó su edificio? En El Poblado. La lógica era esa. Estos manes de Alkolirycoz, en cambio, hicieron ver que uno puede vivir en un barrio popular y triunfar sin tener que irse. Eso me parece tesísimo. Ahora: los manes de Alcolírycoz han estado muy orgullosos de lo que yo hago y yo de lo que ellos hacen. Castro me llamó un día a decirme que el comienzo de Aranjuez le recordaba mucho al papá de él.
P: ¿Qué significado tiene el acto de emborracharse dentro del barrio popular?
GM: Una tregua de la realidad. Una celebración momentánea.
P: Pero en el personaje narrador, que yo diría que sos vos en casi todo, es un hombre que bebe de manera cotidiana, que no necesariamente se emborracha y que no está en busca de una felicidad fugaz.
GM: En ese personaje el licor es aturdimiento. Es un problema de vida porque siempre está queriendo escapar de su realidad. En él, la borrachera ya no es una tregua, es un estado permanente.
Entre los episodios de borracheras hay uno en el que el narrador se burla de sí mismo y de sus amigos cuando para enrumbarse en la adolescencia preparaban el Chamberlain —alcohol de farmacia más endulzantes más frutas más polvo de refresco que el novelista recuerda como Frutiño— en una suerte de olla comunitaria. El narrador cae en cuenta de que esa lista de ingredientes para hacer degustable un licor de pandilla sale más costosa que una media de aguardiente. Por eso, la fórmula fue depurada a lo mínimo —alcohol para las heridas y frutiño—, que es lo que aguanta el bolsillo y mantiene en alto la proeza de emborracharse sin morir. Y como a los ricos les gustan las cosas de los pobres pero que no haya pobres, advierte el narrador, no tarda una fábrica de licores en producir un tipo de Chamber con alcohol comestible que vendan en los bares.
P: ¿Qué quieres decir con que “a los ricos les gustan las cosas de los pobres, pero que no haya pobres?
GM: Pillá la música: en un video de reguetón se vienen para el barrio, montan un Ferrari en Castilla, pero se llevan el Ferrari y Castilla quedó ahí. Pillá el habla: hablan como gente del barrio, pero no viven en el barrio. Pillá la literatura, cierto tipo de literatura: escriben sobre lo que ha pasado en estos barrios, pero sin habitar el barrio. Miran desde La Alpujarra e inventan lo que ellos creen que es un barrio popular. Es más, pasa que lo que queda como relato de lo que son los barrios populares es lo que ha sido narrado por esa elite. Y pasa que esa versión no se ajusta a lo que son los barrios populares. Después, ese relato lo venden como slogan. Un slogan que inventaron sin interesarse ni cinco por los barrios populares ni por su gente.
P: ¿Llegará el momento, entonces, en que el Chamber sea una bebida de bares en la zona rosa y ocupe una línea de la carta junto al Martini?
GM: Algún día. Eso le pasó al ron. El ron era una bebida de bucaneros que algún espíritu industrioso le dio por decir que no, que el ron era una bebida digna. Así la trajo a otro público. Lo mismo puede pasar con el Chamber, pero ya depurado. Y te lo van a vender con la historia de que es la bebida de los barrios populares.
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En las últimas páginas de la novela emerge una declaración de principios del narrador que, justo, en ese pedazo del texto es más el autor que un personaje. Se trata de una frase enfática y altisonante: “Me voy a pasar la mitad de la vida que me falta contando la mitad que ya pasó”.
GM: A mí la literatura me salvó la vida. Si no la hubiera encontrado o ella a mí, ya me habría matado bebiendo o quien sabe qué mierdas hubiera hecho.
P: La frase escrita dentro de la novela cobra el sentido de una fórmula creativa, tú fórmula para componer novelas. ¿Por qué entregársela a los lectores de manera tan explícita?
GM: Tampoco lo había pensado así. Yo quería ser honesto con todo lo que he escrito y dentro de esa honestidad salió eso. Si la quieren copiar, ahí está.