Texto: Carolina Gómez Aguilar
Ilustración: Ema Villalba
Las mujeres en silencio
El feminismo está llamando a abrazar, escuchar y sostener a las víctimas, incluidas las que no están preparadas para denunciar a sus agresores.
La semana pasada una amiga nos buscó, a un par de mujeres más y a mí, para contarnos que hace varios años un hombre al que todas conocemos la había violado. Necesitaba decirlo para sacarlo de su cuerpo porque no la estaba dejando respirar.
Pese a nuestra insistencia, ella fue enfática en que no le interesaba denunciarlo, que solo quería desahogarse y encontrar en nuestras respuestas un alivio a su dolor. Necesitaba escuchar que la culpa no era suya, porque su propia voz no había logrado convencerla. Nos dijo que no ha querido denunciarlo porque se niega a enfrentar un proceso que no pidió vivir, a cargar con el título de víctima, los cuestionamientos por no haber denunciado antes y con el peso de afectar las vidas de la esposa y los hijos del tipo. La entendimos, la respaldamos, la abrazamos.
Durante los días siguientes me estuve preguntando qué podía hacer yo para aliviar en alguna medida su dolor y para evitar que lo sientan otras. Qué dicta el feminismo ante esta situación.
El feminismo está llamando a abrazar, escuchar y sostener a las víctimas, incluidas las que no están preparadas para denunciar a sus agresores. Dentro de nuestras posibilidades, es lo mejor que podemos hacer. No todas las sobrevivientes de abuso quieren llevar a cuestas la etiqueta de víctimas, y sobre esto encontré una explicación en la voz de Alma Guillermoprieto, quien en su más reciente libro ¿Será que soy feminista? propone pensar una manera distinta para referirnos a las víctimas de la violencia patriarcal, porque esa etiqueta es a veces la forma de perpetuar el dolor: “Hay mujeres que sobreviven a violaciones, amenazas, golpizas y ataques a su integridad, y mujeres que sufren daño sicológico por manoseo o persecución, y siguen adelante sin traumas incapacitantes, o con traumas y con valentía. ¿Podemos usar otra palabra? ¿Alguna, no sé cuál, que en ambos casos no nos despoje de nuestra fuerza y orgullo?”.
La situación me llevó a pensar en las otras mujeres cercanas a mí que me han contado sus historias de abuso. Pensé en mis propias historias y me pregunté si será que el feminismo no ha alcanzado para llenarnos los cuerpos de fuerza y denunciar a nuestros agresores. No, no se trata solo de eso. Se trata de que a las mujeres, la mitad de la población, se nos ha impedido hacer uso de nuestro poder y estamos peleando por él. Que estemos en silencio frente a nuestros abusadores no significa que desde nuestra cotidianidad no estemos pateando al patriarcado para no mantenernos calladas, quietas y controladas. Porque como dice Guillermoprieto: “La lucha de las mujeres por acceder al poder es vital, porque abre puertas y derriba murallas para todas”.
Existen diferentes maneras de acercarse al feminismo y esa ha sido otra respuesta importante para mí. Mi motivación no es la misma que la de otras mujeres porque tampoco mis carencias lo son. Lo que no significa que mi posición no me permita entender la injusticia, la inequidad, el abuso y la violencia que sufren las mujeres por su género y por su entorno, y exigir que esto cambie. Tampoco significa que todas luchamos desde la misma perspectiva y que debemos estar de acuerdo siempre, significa que hacemos parte de un movimiento plural, histórico y primordial en la lucha de las mujeres por exigir derechos básicos y justicia social, que ha contado con la valentía de mujeres que pensaron y pelearon por causas específicas que hoy nos conceden un puñado de derechos elementales como el derecho al divorcio, al voto, al aborto. Mujeres que no necesariamente se reconocieron feministas, pero lo fueron, porque el ‘feministómetro’ no existe, aunque algunos se empeñen en crearlo.
En enero de 2018, la periodista Claudia Morales publicó Una defensa del silencio, columna de opinión en la que reveló que un antiguo jefe suyo la había violado después de haber entrado a empujones a su habitación de hotel. Morales no relevó el nombre del agresor porque, igual que a mi amiga, tampoco le interesaba denunciarlo. “La revelación de mi historia es una defensa del silencio y un llamado a entender que cada uno de quienes hemos sido abusados tenemos mundos distintos. Este texto también es una forma de invitarlos a callarse cuando no haya nada bueno por aportar y tengan la tentación de juzgar”.
Dos años más tarde, como respuesta a un trino de Twitter en el que Morales pedía recomendaciones para aliviar un dolor de cabeza, el actual senador Gustavo Bolívar escribió: “La mejor terapia, querida Claudia, es hacer catarsis de viejos traumas para que el cuerpo somatice el bienestar de descargar la ira represada. Simple, decir quién es Él”. ¿Cómo espera el señor Bolívar que una mujer denuncie a su agresor en un país donde cada 36 horas asesinan a una mujer que había denunciado maltrato? ¿Cómo lo espera, además, teniendo en cuenta que el hombre parece ocupar un lugar de poder? Y lo más grave: ¿cuál es su interés en que revele el nombre de su abusador? ¿Acaso lo considera un arma para su política particular?
Unos días después de escuchar la historia de mi amiga, me encontré en Twitter con este trino de Carolina Sanín: “Me parece que hasta tú, Simone, encubriste a un depredador. ¿Qué vamos a esperar de nosotras?”. Lo recibí como un golpe seco en el estómago porque me parecía que Sanín nos condenaba a la decepción constante de vivir doblegadas ante el patriarcado. A pesar de eso me detuve en el enunciado por varios minutos porque algo me cuestionaba. Si Carolina se refería a Simone de Beauvoir, me estaba proporcionando un refugio. El segundo sexo es probablemente la base del feminismo que hoy conozco y el primer libro que me llevó a preguntarme por el significado de ser mujer. Si esta mujer había elegido el silencio respecto a un depredador, al mismo tiempo se había ocupado de despejar un camino que, aunque empedrado, nos ha permitido avanzar. En todo caso fue una mujer que pudo elegir y que me ha permitido hacerlo también.