La muerte de un bebé jaguar
Texto
Felipe Chica Jiménez, desde Amazonas, Colombia.
Ilustración
María José Porras
Febrero 13 de 2022
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La muerte de un bebé jaguar
La tragedia de los pueblos indígenas amazónicos pasa por la ignorancia y la indolencia de los colonos mestizos que ocupan cargos de poder en la región. La siguiente historia retrata la muerte de un bebé macuna por causa de la negligencia acostumbrada de las EPS y de los gobernantes de turno.
Al mediodía del 12 del octubre de 2021 Lisandro Macuna, un indígena del río Apaporis, recibió la noticia de que su hijo de 11 meses de nacido se encontraba en alto grado de descomposición. Su cuerpo sería enterrado en 24 horas como NN en Villavicencio, según aquella llamada de la que no entendió más que un par de palabras. Para él, la cuenta regresiva no había comenzado en ese instante sino seis meses atrás cuando, junto con su esposa Rubiela Yauna, fue trasladado desde los confines de la selva por la Empresa Promotora de Salud Mallamas ante un posible caso de desnutrición aguda.
Wilmar Felipe Macuana Yauna estaba a cuatro días de cumplir un año de nacido el día de su muerte. De su fugaz paso por el mundo quedaron un par de fotografías atropelladas. Una de ellas muestra lo que en apariencia es el cuerpo de un niño de brazos sobre un mesón metálico cubierto en plástico rojo y capas de vinipel. La segunda imagen, un ataúd blanco cuyos bordes se difuminan en un fondo oscuro como si hubiese sido tomada en el sótano de un edificio. La tercera fotografía deja ver una barrera de palmas negras, una carpa blanca desnivelada, una mujer bajo un paraguas negro, dos hombres que cavan un orificio diminuto, una alfombra blanca tendida sobre un pastizal y dos sillas plásticas rimax completamente vacías.
Una silla había sido reservada para Rubiela, de 29 años, quien se encontraba a unos veinte minutos caminando desde un albergue temporal, y la otra para Lisandro Macuna que a esa hora se encontraba en la ciudad de Leticia, Amazonas. A medida que los hombres cavaban, Rubiela, sin entender una palabra en español, esperaba que alguien le explicara qué sucedería con el cuerpo de su hijo o mejor aún, que alguien la acompañara hasta el sitio del entierro. Lisandro entraba y salía de las oficinas públicas en Leticia procurando conseguir un tiquete de avión para reunirse con su esposa y su hijo.
El 13 de octubre a la una de la tarde mientras alguien fotografiaba la escena, Lisandro sostenía mi celular y trataba de consolar a Rubiela haciendo sonar un vallenato en su teléfono. En el fondo del altavoz se escuchaban murmullos. De haber estado presente en el mismo lugar, Lisandro habría tomado a su esposa de la mano y con su español maltrecho habrían atravesado juntos Villavicencio hasta llegar al cementerio. Sin tener que esperar la ayuda de la empresa funeraria Capillas de la Paz ni de la Promotora de Salud Mallamás ni de la Oficina de Asuntos Étnicos ni de la Gobernación del Meta y el Amazonas juntas, ni del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ni del Ministerio de Interior ni de la Defensoría de Pueblo ni del personal del albergue ni de nadie. Ese día a la una y media de la tarde su bebé volvió al vientre de la tierra sin que pudiera siquiera despedirlo en lengua macuna.
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Lisandro es de estatura promedio y miembros gruesos, tiene una cabellera larga con los costados rapados, ojos pequeños y labios pulidos. Para él todo comenzó en abril del 2021 cuando Wilfredo Gomez, líder de una especie de misión médica para zonas remotas, llegó a la comunidad de Bocas del Pirá, en las selvas del Apaporis, a cuatro días de travesía del centro de salud más cercano.
Wilfredo notó que el hijo de Lisandro, con seis meses de nacido, era más delgado y pequeño de lo normal. Temiendo una desnutrición severa regresó al casco urbano La Pedrera, en lo profundo del Amazonas y redactó a puño y letra una solicitud dirigida a la Empresa Promotora de Salud Indígena Mallamas. Pedía internar inmediatamente al niño a un centro médico. En la misma letra sugería al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar verificar una posible situación de negligencia intrafamiliar.
La respuesta llegó de inmediato por cuenta de Eimer Darío, representante de la Promotora Mallamás en La Pedrera. Según él, el niño no podía ser trasladado sin antes estar afiliado al sistema de salud, pese a que la Ley de Primera Infancia ordena brindar atención inmediata en estos casos. El bebé no contaba tan siquiera con un registro oficial de nacimiento. Ese mismo día, Wilfredo acudió a Carlos Baca Rivera, el auxiliar administrativo asignado para ese caserío, sabiendo que era el único facultado para certificar el nacimiento de niños y niñas en los alrededores. Baca junto con otros testigos redactó un registro de nacimiento provisional según el cual Wilmar Felipe Macuna había nacido el 24 de septiembre del 2020.
Enterada de la situación, la Defensoría del Pueblo, en la ciudad de Leticia, ordenaba a la empresa de salud vincular inmediatamente al niño. Para ese momento, él y su familia continuaba en lo profundo de la selva.
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El 11 de abril del 2021 la comisión médica partió desde La Pedrera hacia a la comunidad de Bocas del Pirá en busca del niño. Llegar a este sitio implica navegar aguas arriba el río Apaporis desde su desembocadura, en el Caquetá, en los selváticos límites entre Colombia y Brasil. El Apaporis es un río profundo con un leve color a antigüedad. Rápidos que quiebran el paso lento de cualquier embarcación y enormes distancias saturadas con selva espesa. Para pueblos indígenas como los yauna, tanimuka, matapí, cabiyarí y los macuna, el Apaporis es el origen de sus culturas y los límites del mundo conocido.
El 15 de abril el bebé fue llevado a La Pedrera. Rafael Vélez, el médico a cargo del centro de salud, confirmó que pesaba escasos tres mil gramos y su talla era de menos de 67 centímetros —el peso ideal para esa talla a los siete meses de vida es de siete mil gramos—. Ese centro de salud no es más que un salón con capacidad para tres pacientes con monitoreo de signos vitales, cinco camas de hospitalización, dos oficinas para atenciones ambulatorias y limitada disponibilidad de medicamentos. De los siguientes días Rafael recuerda cómo mientras el niño mejoraba su llanto ganaba fuerza y su mirada, precisión. Sin embargo, la remisión a un hospital de mayor complejidad por su avanzado estado de desnutrición era inevitable, aseguró Reyes.
La Pedrera es un caserío de colonos rodeado de selvas impenetrables, regularmente sin autoridad ni ley. Si un viajero tuviera que describirla a través de un detalle, podría señalar que allí los billetes se envejecen de mano en mano sin que nadie traiga nuevos debido al aislamiento físico.
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Meses antes de que en Bocas del Pirá se percataran de que algo no iba bien con el bebé, Rubiela consultó a Daniel Macuna, la autoridad médica y espiritual de la comunidad. Sus senos habían desarrollado una especie de llagas sumamente dolorosas. Para el viejo sabedor, este era un claro caso de brujería o maldad lanzada a la familia y recomendó amamantar al niño solo una vez por día y combinar su dieta con coladas de canagucho y milpesos, unas palmas cuyos frutos se usan tradicionalmente como alimento y medicina en el Apaporis. De no seguir el consejo, Rubiela transmitiría enfermedad a Wilmar Felipe y su vida sería miserable. Toda la familia se sumó a las indicaciones. Pero con el paso de los días veía cómo el deterioro de su cuarto hijo se hacía peor.
El día que la comisión llegó a Bocas del Pirá en su busqueda, Lisandró empacó rapé suficiente para unas cuantas semanas y tres kilos de casabe. Luego de eso corrió hacia la maloca. Allí Daniel le recomendó no separarse del niño una vez llegaran a la ciudad. Su misión era inhalar rapé y limpiar con cantos cada lugar donde Wilmar Felipe estuviera, en especial durante las noches. “Mi hijo nació con asistencia de partera antes de tiempo. Desde que mi esposa enfermó hablamos con el personal que cruzaba en bote para que nos dejaran traer el niño a La Pedrera pero no se dio”, me dijo Lisandro.
Rubiela y Lisandro tienen otros tres hijos en perfecto estado de salud. Desde que salieron de Bocas del Pirá la comunidad se encargó de ellos.
El 21 de abril en horas de la mañana una avioneta ambulancia aterrizó en la pista de La Pedrera. Antes del despegue rumbo hacia Leticia, Rafael sacó de su armario unos tenis usados marca New Balance y se los dio a Lisandro que había estado descalzo buena parte de su vida. Ese mismo día, ya en la tarde, Wilmar Felipe fue trasladado a una sala de cuidados intensivos del Hospital San Rafael de Leticia por desnutrición aguda. Lisandro caminaba por los pasillos repasando los cantos de curación en macuna que Daniel le había recomendado.
Así trascurrieron diez días hasta que el niño fue dado de alta y trasladado a un albergue temporal de la Promotora, a unas calles del centro de Leticia. En esta ciudad, nueva para ellos, nadie era conocido y pese a que el cincuenta porciento de la población es indígena, muy pocos hablan lengua macuna. Lisandro asumió la responsabilidad de buscar respuestas sobre cómo y cuándo podrían volver al Apaporis.
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Jairo Guevera, trabaja en restablecimiento de derechos hace más de ocho años para el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Por ser un caso de primera infancia y comunidades indígenas fue asignado al caso de Wilmar Felipe. Su responsabilidad era hacer que cada institución involucrada en este proceso hiciera su parte en la garantía de derechos del niño y de la familia por tratarse de una minoría especial. Para ese momento, Guevara había notando una mejoría significativa en Wilmar. Aún sigue sin comprender cómo días después, 21 de julio, entre las once de la noche y las dos de la madrugada el niño estuvo a punto de perder la vida. Lisandro dijo que aquella noche su esposa lo despertó para enseñarle que su hijo respiraba con mucha dificultad. “Se enferma mi niño acá en el albergue de gripa y pensamos que era de Covid-1. Esa noche en urgencias nos dijeron que el niño no tenía nada, que otra vez al albergue”.
De regreso en ese lugar Lisandro solicitó medicamentos para ayudar a Wilmar Felipe a respirar. La respuesta fue que allí no se administraba ningún tipo de medicamento. Que todo corría por cuenta de la familia. En la mañana siguiente cuando hubo cambio de personal, Lisandro expuso de nuevo la situación de su bebé. Esta vez subiendo el tono hasta que fueron acompañados nuevamente al hospital. “Allá canalizaron al niño y no sé que medicamento le metieron, pero el niño quedó privado. Entonces escuché que el doctor dijo que el niño había tenido un paro. Mi esposa al ver eso le sacó la aguja al niño, que eso le estaba haciendo mal y dijimos que no estábamos de acuerdo con que le metieran cosas en la sangre al niño”.
Unos minutos después de reanimación el niño volvió a respirar.
“Como yo manejo la tradición un poquito comencé hacer mis rezos, a curar el pensamiento. Eso era lo que yo tenía que hacer, curar el pensamiento de todos para que el niño estuviera bien, por eso el mayor me dijo que yo no podía despegarme de él”.
Los siguientes tres días Wilmar Felipe estuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos y había sido diagnosticado con bronconeumonía. Rubiela lo cuidaba de día y Lisandro de noche. “Yo cuidaba de noche porque, para nosotros de indígenas, el hospital está lleno de espíritus de paisanos muertos, entonces hay que limpiar alrededor y prevenir. Todo eso hacía yo con mi rapé y mi canto”, me dijo Lisandro.
El 29 de julio, por disponibilidad de espacio en la sala de pediatría, Wilmar Felipe tuvo que ser trasladado en un avión en compañía de Rubiela al Hospital Departamental de Villavicencio, esta vez remitido por neumonía. “El acuerdo era que yo iría con el niño para protegerlo. Eso les dije más que todo. Que yo nunca los dejaría porque además mi esposa no conocía el español. Y fui al Bienestar Familiar y les rogué que yo no podía separar, me dijeron que eso era con la Promotora Mallamas. Entonces fui y me dijeron que ya no era necesario que yo viajara a Villavicencio, que mi esposa sí entendía”.
El día que Wilmar Felipe llegó a Villavicencio el personal de salud creyó que era un caso más de pandemia. Esa noche fue hospitalizado hasta el día siguiente, cuando fue dado de alta una vez los resultados de esta prueba resultaron negativos. Wilmar Felipe continuaba en un estado de desnutrición severa y sin aparente tratamiento por neumonía. No se pudo corroborar si durante esa corta estancia en ese centro de salud, el niño recibió algún tipo de tratamiento. Ambos fueron enviados a Sukurame, otro albergue de espera, propiedad de la misma Promotora Mallamas.
Durante las próximas semanas Lisandro visitó las instalaciones de Bienestar Familiar para solicitar que lo apoyaran presionando a la Promotora Mallamás, bien para que lo trasladaran a él a Villavicencio o trajeran a su mujer a Leticia. “Yo no podía dejar tanto tiempo al niño. A mi señora le queda duro pedir la comida especial del niño y pedir la ayuda porque ella no habla el español”, se lamentó.
Según Lisandro, Mallamas solicitó un vuelo para él, lo cual nunca llegó pese a que el Instituto de Bienestar Familiar y la Defensoría del Pueblo interpusieron una acción legal recomendando el traslado del padre a esa ciudad entre otras medidas para garantizar los derechos culturales de la familia. Lisandro se propuso como meta hacer todo lo posible por reunirse con su familia antes de que se terminara el mes de agosto así tuviera que entrar hasta la oficina del mismo Gobernador de Amazonas Jesús Galdino.
Mallamas envió esa misma tarde un correo al psicólogo del caso Jairo Guevara negando nuevamente la solicitud del vuelo. Según los argumentos de la empresa, Rubiela sí podía entender español y comunicarse, por lo que un segundo acompañante era innecesario. Fue él quien tuvo que transmitirle la noticia a Lisandro. “Y yo no entendía cómo mi mujer hablaba español de un día a otro. Yo no entendía nada. Y yo por eso me fui por recomendación de unos conocidos a la Defensoría del Pueblo y solicité apoyo para que el niño regresara ya porque yo me estaba sintiendo mal. O sino que enviaran a mi niño a La Pedrera donde está mi familia”.
Las oficina de la Defensoría del Pueblo en Leticia permanece llena de gente. Fue después de una larga espera que Lisandro conoció a Fredy Chaparro y juntos reunieron la documentación necesaria para solicitarle a Mallamas, nuevamente, el retorno del niño o el traslado de su padre a Villavicencio.
Las semanas transcurrieron bajo respuestas negativas de la entidad y mensajes de WhatsApp que le pedían a Lisandro esperar. Fue durante esas semanas que Wilmar Felipe ingresó de nuevo al hospital en esta ciudad por problemas respiratorios y, según el personal del albergue entrevistado para este reportaje, aún con signos de desnutrición. El 15 de septiembre Wilmar Felipe fue dado nuevamente de alta.
En la madrugada del 19 de septiembre, Rubiela corrió al interior del albergue en busca de la auxiliar de enfermería Laidy Ortiz y con señas y sonidos le dió a entender que su hijo no respiraba. Laidy y Rubiela llegaron a la sala de urgencia del Hospital Departamental para corroborar que ya era demasiado tarde. Wilmar Felipe había fallecido en el albergue. El acta de defunción entregada a Rubiela aquella madruga fue diligenciada sin muchos detalles y sellada con un frío “muerte natural”.
Lo que sucedió después dejó más preguntas que certezas. Con el cuerpo del niño en sus brazos y con el personal del albergue como testigo, a Rubiela se le informó que el Hospital no podía preservar el cuerpo del niño. Dos agentes de Medicina Legal de la Fiscalía General de la Nación llegaron al lugar para indagar sobre el caso. Rubiela solicitó a través del personal del albergue que alguien se hiciera cargo del cuerpo de su hijo hasta que Lisandro llegara a la ciudad. Los agentes de inmediato se negaron a conducir el cuerpo hacia la morgue de la institución bajo el argumento de que no se trataba de una muerte violenta. Rubiela hacía un intento evidente por hablar español, admitió el personal del albergue presente en la escena.
Ante la situación, Gerardo Ordoñez respondió en una carta formal que la Empresa Promotora Mallamas no se haría cargo del traslado del cuerpo de Wilmar Felipe ni de su madre y recomendaba a la Gobernación del Amazonas como responsable. Un día después Lisandro, quien solo estudió hasta noveno de secundaria, interpuso una tutela contra esa Gobernación alegando libertad de cultos y de consciencia, según le recomendó uno de sus paisanos. En el documento solicitaba el traslado del cuerpo hacia La Pedrera.
El 4 de octubre, dos semanas después del fallecimiento, Lisandro seguía sin respuesta. Aquella mañana en compañía de la Defensoría del Pueblo y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar ingresó a la oficina de Carlos Iván Peña, Secretario de Gobierno de Amazonas. Allí le solicitó apoyo para llevar el cuerpo del bebé hacia La Pedrera. Hasta este momento Lisandro dice no haber sido informado sobre el paradero del cuerpo y su estado de preservación pues había perdido todo contacto con su esposa. Aquella mañana, el señor Peña, con la variopinta condolencia que solo un político podría dar en una situación como estas, afirmó que no se trataba de una competencia de su despacho y que además no contaba con los recursos suficientes para esa gestión. Luego explicó que en una situación idéntica se encontraban otros cuatro cadáveres indígenas que fueron remitidos por Covid-19 cinco meses atrás y que aún esperaban el retorno a sus comunidades. Wilmar Felipe debía esperar.
En un intercambio de correos y mensajes de celular, este despacho manifestó que solo contaba con cuarenta millones de pesos para el traslado de cuatro cuerpos y que haría todo lo posible por incluir al niño en esa gestión. Para entonces, ya Lisandro había retomado comunicación con Rubiela para enterarse de que aquella madrugada luego de horas de incertidumbre e indolencia, ni el hospital ni Medicina Legal se hicieron cargo del cuerpo. En cambio, la Funeraria Capillas de la Paz recibió el cuerpo del niño. Para hacerlo posible, ella tuvo que firmar un contrato de arrendamiento para la disposición del cuerpo en el cementerio Jardines de la Esperanza. En ese instante terminó la cuenta regresiva para Lisandro y la fe puesta en el fallo de la tutela que le permitiría enterrar a su hijo cerca al Apaporis.
Fue hasta el 14 de octubre que Gerardo Ordoñez manifestó a la Defensoría del Pueblo que tanto Lisandro como Rubiela estaban en una lista de espera para volar. Él desde Leticia y ella desde Villavicencio. Ambos llegarían al corregimiento de La Pedrera. A esta altura de la historia ya la Procuraduría de Familia de Amazonas había prometido intervenir en el proceso para garantizar el retorno de la familia y el esclarecimiento de los hechos. Ordoñez lo sabía. Cuando se le consultó sobre el estado de estos vuelos el gerente manifestó que era necesario esperar la disponibilidad de cupos y que “a lo imposible nadie estaba obligado”.
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Eran las 5 de la tarde del 13 de octubre de 2021, un día después de que su hijo fuera enterrado sin su presencia y en alto estado de descomposición, y Lisandro lloraba sobre un andén del parque Santander. Compartíamos un cigarrillo y miles de pequeños loros volaban de un lado a otro haciendo una algarabía que se podía oír a pocos kilómetros. Él vestía un esqueleto amarillo ceñido al cuerpo, una pantaloneta azul y los tenis que Rafael, el médico, le había dado el día que comenzó todo. Su cabellera lucía desordenada y sus ojos desorientados. Un hálito a licor me golpeaba el rostro cada que murmuraba: “Yo soy un jaguar y no pude hacer nada, no pude, no pude”.
La suya, en Bocas del Pirá, es una comunidad organizada donde pocos hablan español. En tiempos de río crecido la pesca desmejora. Hombres y mujeres salen selva adentro en busca de animales de caza y frutas. Para Lisandro lo más común es la caza de cerdos de montes, borugos y monos, algunas veces con cerbatana y veneno de curare. Cada que una presa grande como una danta o un venado es atrapada, la familia celebra con baile. En agradecimiento comparte su carne en toda la comunidad. Las mejores presas son repartidas acorde al grado de cercanía entre clanes.
Consciente de que luego de casi cinco meses lejos del Apaporis, la pareja de indígenas habría de estar angustiada por sus otros tres hijos, la comunidad se hizo a un celular y grabó un mensaje en el que les muestran a sus tres hijos al interior de una maloca enorme jugando y saludando en macuna. El celular viajó de embarcación en embarcación y de mano en mano hasta que funcionarios del Bienestar Familiar hicieron el envío del archivo en uno de esos destellos de internet que se asoman por la selva. En respuesta, Lisandro y Rubiela respondieron con una foto en la que se ve la pareja sosteniendo a su bebé ligeramente recuperado.
El matrimonio entre Lisandro y Rubiela es un tributo a una vieja alianza por la supervivencia cultural de las etnias macuna y yauna. Hacia 1988 solo veinte sobrevientes de los yauna se asomaban por el río. Los macuna los integraron a sus clanes.
La situación de niños sin registros de nacimiento no era nueva para la comunidad. Por eso cada año que un indígena es elegido en asamblea comunitaria como capitán, se le atribuye, entre otras, la función de redactar un documento en español certificando los nuevos nacimientos. El 22 de febrero de 2021 Reinaldo Macuna Barazano, en uso de sus facultades como máximo Capitán de Bocas del Pirá del Resguardo Indígena Yaigaje Apaporis, escribió de puño y letra sin faltas ortográficas, el acta de nacimiento de Wilmar Felipe que ninguna institución tuvo en consideración.
No obstante, esta ha sido una estrategia de las comunidades del Apaporis para documentar su propia existencia. Según Sharon Olaya de la Organización de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, seis de cada diez niños y niñas en estos territorios no cuentan con un acta de nacimiento ni un registro civil sino hasta meses o años después de haber nacido. En esencia, un número indeterminado de ellos que fallecen por desnutrición, enfermedades e incluso aquellos que mueren a manos de actores armados técnicamente no existieron para el Estado colombiano. Según la Gobernación el Ministerio de Salud y Protección Social, 17 de cada mil niños nacidos vivos murieron por causas similares antes de cumplir un año de nacidos.
Hacia finales de octubre, siete meses después de abandonar su comunidad con la esperanza de salvar a su hijo, Rubiela Yauna fue enviada en un avión que hizo escala en Mitú, Vaupés. Allá vagó de un lado a otro sin saber su paradero. Recuerda el joven patrullero Quintero, de la Policía Nacional, que luego de mucho esfuerzo, Rubiela logró preguntar en español dónde estaba y cómo podía llegar a La Pedrera. Quintero pudo averiguar que el vuelo había hecho una parada técnica y saldría al día siguiente. Luego le prestó su teléfono celular para llamar a Lisandro, el patrullero se comunicó con la Defensoría del Pueblo del Vaupés para gestionar un hospedaje y un plato de comida para ella que según Quintero, “lucía extremadamente cansada”. Aquel día recibí una llamada de Lisandro en la que me aseguraba que se haría elegir capitán. Que bajo su autoridad, ninguna institución volvería a llevarse a un macuna de Bocas del Pirá.
Lisandro y Rubiela llegaron a La Pedrera con una diferencia de escasos minutos y en medio del diluvio. La última lucha de esta pareja fue conseguir un bote y los noventa galones de gasolina requeridos para volver a su comunidad. Aquellos que presenciaron el reencuentro dicen que el abrazo duro tan solo unos segundos.