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Tiene 65 años y la cabeza casi calva. Las manos siguen fornidas y sus brazos aún dejan ver las flexiones musculares de una persona que gastó su adolescencia tumbando monte con un hacha. Se llama Essaú y durante unos pocos años a finales de los ochenta y comienzos de los noventa fue guerrillero de una columna del ELN que cruzaba la cordillera occidental para conectar el sur del Chocó con el centro del Valle del Cauca. La columna se llama Luis Carlos Cárdenas Arbeláez y aún habita la misma región de montañas afiladas en roca que sirven de pórtico para la selva del pacífico.
El trabajo insurgente de Essaú fue poco más que el de un estafeta. Su incorporación al pie de fuerza de la columna tuvo lugar unas semanas antes de los hechos centrales de la masacre de Trujillo, es decir febrero y marzo de 1990. Meses antes venía trabajando como agricultor de unos cultivos que esta guerrilla había querido ayudar a desarrollar en la parte alta de la montaña para mostrarse generosa y laboriosa con las familias campesinas. “De lo que ya teníamos sembrado íbamos a recoger siete arrobas de papa parda y cuatro de papa criolla”.
Su salida de la zona fue de una mañana a la otra, huyendo del ejército que había empezado a matar a todos los campesinos que fueran colaboradores de la guerrilla. Primero se fue para Venecia, un corregimiento de Trujillo, en donde se conectó con mandos medios de la columna del ELN que lo recibieron luego de advertirle que pasaba a ser uno de ellos, es decir que dejaba de ser civil, que debía aprender a ser guerrillero, a estar dispuesto a matar y a morir por la causa. Las marchas en la noche por las cimas de esa cordillera eran de semanas y Essaú no solo mostraba resistencia y agilidad, sino también el conocimiento del terreno. Por su pasado como aserrador con su papá, ya había penetrado esos bosques muchas veces. Así que el mando le encargo ser guía y mensajero. Pero primero debieron entrenarlo militarmente y en operativos de inteligencia. Año y medio duró internado en la cara occidental de la cordillera, en lo más espeso de esa selva. Al terminar, comenzaron las misiones. “En algunas misiones iba de civil y uno anda con armas cortas. Pero cuando tocaba mover grupos por las noches, va uno uniformado y con armas largas”.
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La voz de Essaú es gruesa y metálica. Sus ojos están enmarcados por unas cejas anchas de pelos rebeldes. Y mientras me va contando sus días en la violencia de este país, suelta una mínima sonrisa que le da aire a un gesto serísimo. “Cuando se calentó esto acá en Trujillo, el ELN determinó que había necesidad de reestructurar la columna: cambiar los guerrilleros que comandaban porque ya eran muy reconocibles y el ejército los tenía pisteados. La orden fue que todos los que estuvieran en esta zona del Valle se fueran para el Chocó, a una zona segura”.
A Essaú lo destinaron a guiar un primer comando de once guerrilleros hacia el Chocó y, de paso, trasladar a un secuestrado para dejarlo en algún rincón de Fenicia, un corregimiento del municipio de Ríofrio. “Un duro que tenían pendiente por ahí”, es decir alguien del narcotráfico al que ya le habían quitado una millonada. Pero justo antes de emprender la caminata, le dijeron que no, que ese primer comando iría con otro guía. Que mejor le iban a encargar la misión del segundo comando, que iba a ser en dos o tres semanas. Antes de eso, debía ir a Buenaventura a llevar un material de logística. Al volver del puerto, pasaron ocho días y lo despacharon hacia el Chocó con catorce guerrilleros. Ese fue el segundo comando. Estando en el campamento en el Chocó, se enteraron de que los once guerrilleros del primer comando habían sido capturados en el municipio de Istmina y que podían cantar la ubicación del secuestrado. “Los mandos del frente me enviaron a entregar ese mensaje. Yo había salido del Chocó por el Bajo Calima y Buenaventura. Y volví a subir a Fenicia entrando por Tuluá. Allá pregunté por Fercho. No estaba. Había otro y le entregué el mensaje. Me dijo que me quedara tres días que ya estaban por llegar dos unidades que había que llevarlas a Tuluá y de ahí ubicar un comando para salir hacia el Chocó, pero por carretera para entrar por Buenaventura. Esperé dos días en Fenicia y tres días en Tuluá hasta que salí con cuatro unidades. En el puerto esperé otros tres días hasta que llegó el resto del comando, que eran tres unidades más. Finalmente, salí con un grupo de siete para el comando central. Pero para llegar al comando central, debíamos pasar por un territorio que era de las Farc, del treinta frente. Hablamos con Grannobles y acordamos que entrábamos por tierra y las Farc nos prestaba el servicio de navegación. Dos o tres días a motor por esos ríos. Era una época en que las dos guerrillas se colaboraban. Tanto que en un campamento de las Farc nos encontramos con gente del ELN que salía de la zona. Ahí me ordenaron que me regresara otra vez al Valle. Eso hice, me dejaron unos días y luego de vuelta al Chocó. Estuve día y medio, me entregaron a una muchacha enferma, una guerrillera que había que sacar a la ciudad para que la atendieran en el hospital”.
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La memoria de Essaú no deja de sorprenderme. En sus largos periodos de espera parecía grabar el tiempo que pasaba quieto aguardando una siguiente misión. “Allá me quedé cuatro días… estuve dos días y medio… me tocó esperar tres días…”. En su relato no ha dicho —nunca me dijo— palabras de proximidad: más o menos, casi, unas, unos, aproximadamente, puede ser. Ni ninguna otra. Aunque podría ser una bandera roja o una señal que anuncia la ficción o que anticipa la invención por necesidades de precisión, también podría ser lo opuesto: un relato que ha mantenido vivo en su cabeza para poder trasmitirlo y que perdure.
Essaú me habla de más entradas y salidas del Chocó y del Valle del Cauca. Me dice que pasados los meses, se fue volviendo el estafeta de mayor confianza en la columna, el mensajero y el transportador a quien le delegaban las misiones más arriesgadas. Durante unos días que pasó en el campamento central los altos mandos lo sentaron a la misma mesa y le hablaron de la importancia de su rol en la tropa. No estaban interesados en que entrara a combate, en que participara en asaltos ni emboscadas. Lo querían en ese papel: entrar y salir, traer y llevar.
“Hubo un enfrentamiento con el ejercito por los lados de Bajo Calima. Hubo muertos. No podía pasar por ahí y busqué salida hacia el Valle por el cañón del Garrapatas. Me encontré con la comisión del ELN que operaba en ese cañón, el mando estaba que se iba de vacaciones, algún motivo no sé. Llegué y me designó la responsabilidad y él se fue. Quedé al frente de cuatro unidades en el cañón del Garrapatas. Dos que yo traía y dos que me entregaron. A los tres meses me buscó uno de los comandantes de la zona. Que me fuera para la costa pacífica a recoger un comandante de allá para llevarlo al Cauca donde habría un Pleno. Un Pleno es una reunión de comandantes de los frentes. La misión era llegar hasta El Cedro, de Jamundí para arriba. Pero se presentaron problemas y cinco días después vine a contactar al enlace. Sólo pudimos salir hacia el Pleno ocho días después. Para llegar, tocó atravesar los Farallones de Cali y bajar hacia el río Cauca. Hubo roces con las Farc porque ocupamos lugares que eran de ellos y no les pedimos permiso. Llegamos. Había más de cien guerrilleros. Haga cuentas: dos o tres comandantes de frente, y cada uno de esos comandantes con tres o cuatro escoltas. También había ochenta universitarios que estaban capacitando para trabajo urbano. Los talleres eran para los universitarios y los que éramos militares sólo estábamos ahí respaldando que no fuera a pasar nada. Pero debido a que muchos de los universitarios no estaban muy interesados, se quedaban dormidos, no ponían cuidado, me mandaron a mí y a otros a recibir los talleres. Estuve, fue buenísimo. Ahí conocí a Omar Cabezas, un mando del que todos aprendimos cómo era ser un mando”.
Essaú dice este nombre y parece que lo confunde. Omar Cabezas fue un guerrillero nicaragüense que, ganada la revolución que tumbó a Somoza, pasó a ser un activo político en su país. Para los días en que Essaú estaba internado en el ELN, Omar Cabezas era diputado a la Asamblea Nacional. Es muy poco probable que Cabezas hubiera estado en ese Pleno con los comandantes de los frentes de esta guerrilla colombiana. Quizás fue que dentro de los talleres en los que participó estudiaron el testimonio que Cabezas publicó como libro, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde, porque fue un relato motivacional para las guerrillas continentales surgidas bajo la causa de la «liberación nacional». Y quizás remató la confusión con el hecho de que dentro de alguna de las tropas que asistieron a ese Pleno existían no uno sino varios mandos medios cuyos alias de guerra eran Omar en franca alusión a la figura nicaragüense.
“A mediados de 1991 me mandaron de vuelta acá al norte del Valle, a la cordillera. En parte bueno y en parte muy maluco, porque acá estaba mi familia. Papá, mamá, cuatro hermanas y mi hermano mayor, Iván, que luego lo desaparecieron. El ejército lo siguió mucho tiempo, lo detuvieron en muchas ocasiones, pero lo soltaban porque buscaban a Guillermo, que había sido guerrillero del ELN y al que mataron, y a mí. A mí gustaba el trabajo revolucionario y lo estaba haciendo bien. Pero no quería quedarme en esta región. Apenas llegué comencé a tener roces con el mando. Era un choque entre la actitud de él, que era la de conocer muy bien la región y manejarla al antojo, y las directrices de la política interna. Usted como mando, por más que conozca la zona, no puede llegar a la casa de una campesina a decirle que le preste la cocina y sus ollas para usted hacer su comida. Ni puede decirle que lo deje dormir ahí o en el andén de la casa. Usted como guerrillero tiene que ir a dormir al monte. Pero hay mandos que pierden ese rigor y comienzan a meterse a las casas de los campesinos y así comienzan a comprometerlos. Y como yo había sufrido la matada de toda la gente acá en La Sonora, yo no compartía que esos mandos siguieran comprometiendo a la gente. Me daba cuenta de que estaban violando los criterios internos del comportamiento que eran la política interna del ELN. Yo pedí que me trasladaran. Este señor que era el mando tenía una tradición chusmera. Había un problema y no lo solucionaba dialogando; le ponían una queja y «ah listo, traígalo», y tin tin [Essaú imita el disparo con los dedos de la mano] lo pone patas arriba. Yo conocí buenos comandantes y su método era la política, el diálogo, buscaban la manera de ver cómo nos íbamos a tratar bien”.
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Los altos mandos del Frente de Guerra Suroccidental convocaron al comandante que no se entendía con Essaú. Y antes de coger camino le dijo a Essaú que desertara, que se fuera de la guerrilla y Essaú le contestó: “Cuando yo me vine para acá, no fue por hambre ni por pereza de trabajar. No tengo necesidad de volármele a usted ni a nadie. El día que las cosas ya no me den más, me iré”.
El mando temporal quedó en manos de un guerrillero más joven que Essaú y menos experto. Y les quedó la misión de ir a parar un cultivo de amapola que estaba creciendo en lo alto de la cordillera. “Cuando te daban una misión te la daban por escrito, te daban el presupuesto y había que llevar una relación de en qué se gastaba la plata”. Al llegar al cultivo, los campesinos reconocieron a Essaú, era uno de ellos, pero ahora vestía uniforme militar y se atravesaba un fusil. Essaú les dijo que el cultivo estaba bonito, bien mantenido, pero la orden era que lo tenían que arrancar. Los campesinos le dijeron que les ayudara, que habían invertido mucho tiempo y esfuerzo, y que volver al cultivo de mora era una pérdida porque era muy difícil sacar una caja de mora al mercado. “No puedo hacer nada”, les dijo Essaú, “yo soy simplemente un soldado. Y en este momento aquí no hay una cabeza que nos puede definir la situación, si esto se hace o no”. La gente pidió un plazo de ocho días para arrancar el cultivo porque tenían que avisarle al patrón.
Al día siguiente, visitaron otro cultivo de amapola para ordenar lo mismo: arrancarlo. Los campesinos no podían negarse y no les parecía justo. Essaú les explicó la orden: “El ELN dice que en esta región donde la gente nunca ha vivido de estos cultivos no se pueden dejar crecer”. Dar esta explicación, que era una interpretación de las políticas principales del ELN, molestó al mando temporal. Y más adelante del camino, ya de regreso, hubo discusión. Celos de jerarquía. “Eso creó un gran malestar en el grupo”. En los días que siguieron brotaron más desencuentros entre los dos.
Finalmente, regresó el comandante principal de esa escuadra luego de haber atendido la convocatoria del Frente de Guerra Suroccidental. Traía gente nueva. Era de noche cuando este guerrillero y su grupo se encontraron en el campamento. Essaú estaba encargado del rancho, entonces preparó café, alistó unos alimentos y atendió la llegada del jefe. Al día siguiente, este comandante empezó a darse cuenta de que su grupo ya no tenía la disciplina de antes. La habían perdido en las pocas semanas que él se había ausentado. Para empezar no se habían despertado ni alistado a las horas habituales. “Eran las seis de la mañana y la gente durmiendo”, dice Essaú. También ocurría que varios de los guerrilleros más expertos habían sido trasladados porque también habían tenido fuertes discusiones con el comandante. Y en su reemplazo habían llegado jóvenes reclutas que apenas estaban en formación.
“Yo había notado que si nos asaltaba el enemigo podían pasar dos cosas: que yo me pusiera a contestar el combate y que los demás por jóvenes iban a salir corriendo, y entonces yo moría ahí; o que yo me abriera con los primeros disparos y dejaba morir a los demás porque no había quién respondiera. Pensar eso me generaba culpa; pensar que mataran a toda esa gente por yo no haberme quedado a responder. El caso es que así estábamos de mal. Y yo no me había ido del frente esperando que pudiera integrarme a otro frente o que de pronto pudiera irme con justificación. Hasta el momento no tenía justificación para hacerlo simplemente. Era una maña de la formación que había recibido, el compromiso que había adquirido. No quería irme así no más”.
Los guerrilleros se levantaron de sus cambuches, se alistaron y formaron. Essaú preparó su morral, sus armas y esperó órdenes del día. El comandante le ordenó que hiciera guardia, con eso lo alejó del grupo. Parece ser que en ese lapso que fue de dos horas, el comandante escuchó al resto de los guerrilleros. Pasado ese tiempo llamó a Essaú. “Me esperaba en el patio. Y me dijo: ‘Por razones de seguridad, el frente tomó la decisión de que usted se vaya’. Di un paso adelante y el comandante me sacó la nueve milímetros que cargaba acá en la cintura. ‘Recíbale logística al hombre’, dijo. Entregué el fusil y el resto del equipo y los que se van”.
Era mediados de 1991. Essaú recibió 25 mil pesos como ayuda, que podían ser no más de 30 dólares. Con los billetes en la mano, Essaú le dijo al comandante que ese dinero no le alcanzaba para irse de la región. El comandante le concedió que se quedara dos semanas trabajando por ahí en una finca para que completara y luego se fuera. Essaú se quedó esas dos semanas y a los seis meses no se había ido de esas montañas. La columna ordenó matarlo y le montaron un operativo para cazarlo. “Me encerré en una casa como cuatro horas o más, desde las dos hasta las siete de la noche, hasta que me les volé por una ventana. No podía pasar por el pueblo porque me mataba el ejército y no podía pasar por la montaña porque de pronto me agarraba el ELN. Conseguí que un amigo de toda la vida me llevó en una carreta, yo disfrazado. Y me sacó hasta Galicia [un caserío de Bugalagrande]. Allá empecé una nueva vida. Empecé cursos evangélicos y la palabra me trajo mucha paz. A los días me casé con la mamá de mi hija”.
Essaú se mantuvo como agricultor y jornalero de fincas. En 1998 volvió a las montañas de Trujillo y se reencontró con la familia que le quedaba. El ELN ya no era tan dominante en la región, faltaba poco para que entraran los paramilitares de las AUC con el Bloque Calima, y eran los matones de los narcotraficantes los que seguían dejándose ver armados. Pero Essaú ya había dado vuelta a la página y como pocas veces en la historia de las violencias el pasado no regresó para cobrarle nada.