UNO
Hacía sol quemante aquella mañana. Era el 28 de mayo de 2025 y en la Plaza de Bolívar, el núcleo urbano más representativo de Pereira, había un laberinto de giros concéntricos trazado sobre ese piso de adoquines mordidos. Cada línea de la ruta era una juntura de fotografías con los rostros de personas desaparecidas desde el 2 de noviembre de 2008, mientras que el borde externo había sido marcado con tierra yerma. Los peatones habituales miraban de hito en hito como si se sintieran interrogados por la figura y estuvieran tentados a entrar o a dejarse perder por los recovecos de miradas ausentes.
No era un montaje teatral ni escenografía para un concierto, tan frecuentes en el último tiempo en esta plaza a pesar de que rige sobre ella una tutela que prohíbe espectáculos públicos bullosos y masivos para no afectar el descanso de los residentes de los edificios circundantes. Se trataba de la más reciente obra de la pareja de artistas Yorlady Ruiz y Gabriel Posada bautizada con el nombre Laberinto de ausencias. Una composición entremezclada a partir de los conceptos de arte urbano o arte callejero y las definiciones ampliadas de performance, en la que los ciudadanos y no los artistas son quienes construyen el mensaje al participar en el mecanismo de la obra. “Este laberinto es un trabajo performativo que hacen los transeúntes”, explica Yorlady, “es una obra viva porque, mientras la recorren, las personas están participando en el performance”.
El Laberinto de ausencias estuvo abierto entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde, y no fueron pocos los que entraron y quisieron comprender la propuesta estética. Uno de ellos fue Andrés Felipe Rivera, artista visual y diseñador vinculado a Baudó Agencia Pública. Iba de la mano con su hijo Jerónimo, un niño de ocho años. “Sentí que era una obra interminable”, dice, “entramos y el circuito nos sacó hacia el borde del laberinto y después nos mandó hacia el centro. Así fueron unos cuatro anillos hasta que me dije: ‘ya no más, es suficiente’, porque es una sobreabundancia de imágenes de gente desaparecida”. Sobreabundancia a la que está obligado quien entra al laberinto porque seguir la ruta implica que los ojos van hacia el suelo en donde ya es imposible ignorar los rostros de las víctimas. Jerónimo, asombrado por la idea de la desaparición, se dedicó a reconocer niños de su edad en esas foto como si estuviera comparando aquellos destinos trágicos con su vida dulce y feliz junto a su familia. “Decía ‘mirá este de 11… uy este tenía 13’, y a mí me dieron ganas de vomitar”, dice Rivera. “Nos salimos, no terminamos el laberinto”.
DOS.
Yorlady Ruiz y Gabriel Posada pueden ser los artistas de la región del Eje Cafetero colombiano que más y mejor han abordado y experimentado uno de los temas más escabrosos e indignantes del país: la desaparición forzada. Magdalenas por el Cauca, su obra cumbre, es una instalación que ensancha los límites del arte efímero y del land art al poner a navegar al vaivén de la corriente del río Cauca unos lienzos de gran formato —gigantografías— con los retratos pintados de mujeres buscadoras y de personas desaparecidas cuyos restos fueron arrojados a esas aguas.
Puesta en función por primera vez el 2 de noviembre de 2008 y por segunda el 17 de abril de 2010, Magdalenas por el Cauca recuperó la idea del río como fosa común y el dolor de las familias tras la imposibilidad de encontrar los restos de sus seres queridos. Luego de haber sido destacada y premiada por la crítica especializada, Gabriel quiso conmemorar los diez años de la obra con otra que pudiera leerse como una precuela o como un relato colateral que insistiera en el mensaje último: en este país las personas son desaparecidas o lo que es lo mismo: todos podemos ser desaparecidos en este país. “Para esa conmemoración me puse a conversar con Yorla, ¿que pasaba con la desaparición forzada en los lugares que habíamos caminado con Magdalenas, que eran el Valle del Cauca y el Eje Cafetero?”.
En la página web del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, Gabriel vio un enlace con el acrónimo Hope, que traduce Hagamos Obligatorio Poder Encontrarlos. Nada distinto a un archivo de información que relaciona los retratos de los desaparecidos con sus datos personales y lugares de procedencia. Gabriel extrajo de allí la lista de los nombres con sus rostros de las personas del Valle del Cauca y Eje Cafetero de las que no se tenía noticia desde el 2 de noviembre de 2008. “En ese momento eran un poquito menos de tres mil”, precisa Gabriel. “Queríamos hacer una obra por fuera de las salas de exposición con las fotografías de esos rostros, pero no sabíamos cómo mostrarlas”.
Tras las gestiones con oficinas públicas, lograron que la Personería Municipal les aportara las impresiones laser de los casi tres mil rostros y que la Secretaría de Gobierno les diera el permiso de situarlas en la Plaza Cívica Ciudad Victoria en el día exacto de los diez años de las Magdalenas, el 2 de noviembre. “Eran impresiones en papel y algunas las plastificamos, pero eran demasiadas y no teníamos plata”, cuenta Yorlady. Ya en la plaza, la pareja situó las imágenes sobre el suelo como en giros de caracol y las presidió con una gigantografía titulada La espera —una mujer que porta contra el pecho la foto del ser querido que está buscando—. “No pasó nada con esa instalación”, dice Gabriel con un risita de sí mismo, “nadie pareció darse cuenta, uno que otro como el poeta Giovanny Gómez que nos acompañó un momento”. Y en la tarde cayó un aguacero que terminó diluyendo las impresiones.
TRES.
Las fotografías de los casi tres mil desaparecidos permanecieron vigentes como semilla de una obra en la mente de la pareja. En 2019, mientras curioseaba en redes sociales, Gabriel vio que el artista Dioscórides Pérez tenía un laberinto levantado con maderos en un descampado de su casa a las afueras de Pereira. Le mostró a Yorlady y les sonó: era la figura que completaba la composición de la obra porque de inmediato la relacionaron con el recuerdo de una mujer que alguna vez les había dicho que buscar a una persona desaparecida “es como estar dentro de un laberinto”.
En un pliego puesto sobre el piso de su casa, Gabriel se puso a calcular la posición de las fotografías para darle forma a un laberinto concéntrico que a escala de calle fuera de treinta metros de diámetro. En seguida, acordaron con el maestro Dioscórides una visita al de su casa como experiencia inicial. “Él hace rituales en su trabajo artístico y lo de nosotros tiene mucho que ver con lo ritual”, señala Yorlady. “Fue muy bello ese recorrido. El maestro fue como una especie de guía espiritual para lo que luego siguió como obra”.
Dioscórides Pérez les indicó que llevaran un palo como báculo porque de tanto girar en torno a un mismo punto podían marearse y que al llegar al centro encendieran una velita de incienso y lanzaran una pregunta que trajeran desde antes. La pareja se dio cuenta del efecto de persistencia y obcecación propiciado por la figura: cuando creían que ya estaban a punto del final, el laberinto se encargaba de sacarlos hacia la periferia otra vez. Lo cual era una clara forma de representar lo que significaba la búsqueda de un desaparecido: dar vueltas y vueltas sobre lo mismo sin encontrar respuesta. También imaginaron que la instalación de su laberinto debía estar “abrazada” con tierra y que debían repetir la plaza cívica como escenario de exposición. “Veníamos del río y del campo, era traer a la ciudad algo de lo que ha sido Magdalenas y había que ponerlo en un lugar con el que guardara relación conceptual”, explica Yorlady, “esa Plaza Cívica Ciudad Victoria que como plan de renovación urbana terminó ocultando los crímenes y desapariciones de tanta gente ahí, una suerte de cementerio que caminamos como ciudad”.
Paréntesis. La Plaza Cívica Ciudad Victoria fue construida sobre lo que antes había sido la galería o mercado popular campesino, que para los años ochenta se había convertido en un cruce de venta de drogas, armas y casas de prostitución más los alimentos producidos por la tierra. Una de las historias más sonadas antes de la demolición fue la de que en los bajos de un alojamiento de indigentes había un sótano que conectaba con los antiguos ductos de la ciudad usado para desaparecer cuerpos de personas asesinadas. Hace un tiempo, el jefe seccional de la Fiscalía me dijo que ellos habían desenclavado todos los retablos de ese alojamiento, habían hecho excavaciones e interrogado a varias personas y no habían encontrado rastro que probara como cierta aquella historia de calle. Cierro paréntesis.
Finalmente, la pareja montó el Laberinto de ausencias en la mañana del 30 de agosto de 2019. Fecha en la que el mundo conmemora el Día Internacional del Detenido Desaparecido y que coincide con el aniversario de fundación de la ciudad. Para esta versión pudieron imprimir las fotos en un material sintético parecido a un acrílico, con la plata que se ganaron en una convocatoria de intervenciones artísticas en vía pública ofrecida por la Secretaría Municipal de Cultura. “Fue muy impresionante esa primera vez”, recuerda Gabriel. “Casi tres mil rostros de desaparecidos ordenados de manera cronológica formando las divisiones internas del laberinto”. Y en el centro pusieron un espejo, para que la persona que terminara la ruta se viera en su reflejo como una manera de hallarse a sí misma.
“Fue muy bonito”, recuerda Yorlady. “Mucha gente se arrimaba, preguntaba muy conmovida. El laberinto genera muchas emociones en las personas. Un señor de edad salió llorando, llorando, me cogió las manos, me dijo que era cantante y me empezó a cantar una canción. No supe qué canción era, pero uff… fue muy impresionante ese momento”.
CUATRO.
Entre 2020 y 2023, la pareja de artistas llevó el Laberinto de ausencias a Buenaventura, Cali, Manizales y Armenia. Fue un esfuerzo económico y logístico en el que intervinieron diversas instituciones y organizaciones sociales. Para cada instalación Gabriel se cuidó de actualizar la cifra de desaparecidos y por tanto la de fotografías impresas en acrílico revisando la base de datos Hope. Para la de Buenaventura, que tuvo lugar en noviembre de 2020, el registro fue de unos 3.200 desaparecidos. Y para la de Armenia, en noviembre de 2023, ya fueron alrededor de 4.000.
No hubo una en la que los artistas se fueran sin recibir el dolor de los participantes. Buenaventura y Cali, sin embargo, fueron bellas por desoladoras. En la ciudad portuaria instalaron el laberinto en el Parque Bulevar y lo abrazaron con arena del mar. “Fue muy poderoso”, dice Yorlady. La obra acompañaba un encuentro de víctimas al que habían asistido comunidades del río Naya, una zona de masacres y desapariciones cometidas por los paramilitares del Bloque Calima de las AUC a comienzos de la década del dos mil. “Hubo cualquier cantidad de situaciones dolorosas. Lo de Pereira fue una preparación para lo de Buenaventura”, admite Yorlady. “Una señora fue desde por la mañana y se quedó todo el día acompañando la foto de su desaparecido. Una muchacha encontró la foto de dos tíos y un primo, de un caso absurdo”. Mientras los tíos estaban buscando al muchacho fueron amenazados de que les iba a pasar lo mismo. Los tíos pusieron la denuncia y dijeron que si los iban a evacuar debía ser por aire, no por agua. Las instituciones encargadas los sacaron por agua y a medio camino la embarcación fue interceptada. Desde eso, la muchacha que ya había perdido a su primo también perdió a sus tíos. “Esas historias de Buenaventura me golpearon mucho. Me dejaron mal”.
La de Cali tuvo como escenario la Plazoleta San Francisco, en frente de la Gobernación, centro de la ciudad. Según Gabriel, fue la más difícil en términos logísticos. La lluvia retrasó todo y la superficie impidió un trazado claro del laberinto porque la tiza que venían usando no pegaba en el material del piso. Entrada la tarde lograron abrir la instalación. Una señora llegó con un retrato pequeño y enmarcado del hermano, y lo puso en el centro del laberinto. Su desaparición ocurrió en los años ochenta y fue aterradora: el joven trabajaba en la sede del Sena acá en Pereira y sus captores llamaron a la familia para que escucharan los gritos que le arrancaban las torturas. “De mi hermano no volvimos a saber nada”, le dijo la señora a la pareja. “Esa mujer fue vestida toda de blanco”, dice Yorlady, “esas cosas que le parten a uno el alma”. Un aguacero salvaje terminó pronto con la instalación y los arroyos que se formaron en la plazoleta arrastraron las fotografías hacias los desagües. “Con nuestro trabajo es así: dejar ir, dejar que pase. Se veía hasta bonito esas fotos moviéndose juntas con el agua”.
En todas las versiones del Laberinto de ausencias la pareja se ha dejado acompañar de un realizador audiovisual llamado Sebastián Valencia. Según Gabriel, entre las tomas y secuencias logradas desde 2019 hasta 2023 no habían alcanzado un lenguaje visual claro ni un concepto documental que fuera revelador. “Y fuimos puliendo la mirada”. En 2024 el grupo ganó la convocatoria del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, en la categoría regional, y con ese dinero llevaron a cabo la instalación del 28 de mayo de 2025 en la Plaza de Bolívar, en Pereira. El propósito, además de revivir la instalación, fue obtener un registro audiovisual idóneo para la producción de un documental filmado en formato de 16 milímetros.
Gabriel actualizó de nuevo las cifras de desaparecidos en Hope y las cotejó con otra base de datos en la que informaban de los que habían sido hallados vivos o muertos. Si en Hope había sumado unos 4.200 casos, al final quedó en una cifra más cercana a los 4.000. Como fue siempre, los artistas se llevaron el feedback de los transeúntes que es lo que, en el fondo, alimenta la pulsión del arte urbano y del performance. Y aunque hubo casos concretos de personas afectadas por el espanto de su propio desaparecido, Yorlady dice que le llamó la atención que algunas personas pasaban acusando responsables generales de esta violencia: “Eso es por culpa de Uribe” o “culpa de la guerrilla”.
La obra de esta pareja de artistas ha sido eso: una creación de espacios desde los significados colectivos, la concepción de imaginarios del ahora armados con la revisión del pasado inmediato; si se quiere, Gabriel y Yorlady están concentrados en tramitar las incertidumbres de este país convulso directamente en el espacio público, una simbiosis entre arte y activismo, obras que alguien también puede considerar actos humanitarios. Dejan en suspenso la idea clásica del reproductor de arte aislado en un estudio. Sobre el documental Gabriel dice que están en la etapa de posproducción. Yorlady concluye que el toma y dame político de los transeúntes aquella vez en la Plaza de Bolívar fue demostrativo de lo que debería ser este país: “Ojalá nos encontrásemos así, en una plaza en un debate donde nadie tenga que morir”.