Texto: Camilo Alzate
Ilustración: Opert_ser
En Llanogrande vivía un perro langaruto y mugroso de cara negra al que los guerrilleros habían bautizado “Vencedor”. Seco, comido por la sarna, a veces cojeaba de una pierna pero aquello no parecía el rezago de algún golpe sino más bien una de esas cojeras aprendidas que ciertos perros hacen por puro gusto. A su otra pata le sobresalía una uña por el costado, como si fuera el garfio de algún pirata o la garra de una rapaz, una garra con vida propia que se movía aparentemente sin la voluntad del perro. La pata coja, vaya coincidencia, era la izquierda.