Eterna primavera

Santiago Mesa

Eterna primavera

Este proyecto empezó por la necesidad de responderme preguntas sobre gente que como yo habita Medellín, pero en otras condiciones. 

Luego de haber vivido en Bogotá y haber trabajado para la revista Vice durante dos años, quería jugármela como independiente para realizar mis propias historias. A mi regreso a Medellín empecé a acercarme a los miembros de una pandilla de la ciudad. Encontré que a pesar de las diferencias de clase, comprartíamos un montón de cosas en común: además de una edad parecida, éramos jóvenes buscando cómo sobrevivir en este lugar tan violento y excluyente.

Estuve con ellos, en su barrio, en su cuadra, todo el 2017 en una frecuencia de dos o tres veces por semana. Los acompañaba en su día a día, mientras trabajaban vendiendo droga o extorsionando, mientras fumaban y mientras jodían la vida y mientras no hacían nada. 

De esta manera comprendí que eran personas comunes y corrientes, pero por las circunstancias en que habían crecido tenían trastocados los valores ciudadanos y su moral.

Al año siguiente, 2018, comencé a visitar a una familia en el barrio El Poblado que es la zona más costosa de la ciudad. Aunque no siempre fue así. Hace unos cincuenta años era un área rural con potreros, campesinos y sus casas de bahareque. Cuando la ciudad empezó a crecer hacia ese sector, las constructoras fueron comprando las propiedades campesinas para elevar torres de apartamentos. Hoy cada metro cuadrado del Poblado está convertido en edificio o a punto de volverse edificio. Sin embargo, di con una familia de origen campesino que sigue habitando en la zona y que se ha rehusado a vender su casa y su tierra. Se trata de la de Marisol Gaviria, con dos hijas, un hijo y un nieto.

Marisol nació y creció en esta propiedad, y ha vivido allí toda la vida. Pero ahora todo se le ha complicado. Residir en medio de uno de los suburbios más adinerados de Colombia hace que su canasta familiar sea más cara, que no cuente con buen servicio de transporte público, que viva acosada por empresas constructoras que babean por su parcela. Además, le resulta poco trabajo y generalmente mal pagado. A sus hijas las han tratado de prostituir, han sufrido abusos de la policía y un montón de problemas más.

Luego fui contratado por el periodico El Colombiano y el periodico Qhubo, trabajo en el conocí de cerca la violencia homicida del área metropolitana de Medellín. Me di cuenta de que habitamos en una ciudad extremadamente violenta y que la gente no parece importarle o importarle muy poco. Como si creyéramos que si no sucedió en la época de Pablo Escobar, no es violencia.

La realidad es que aquí nos estamos matando todos los días. Mínimo un homicidio por cada fecha de calendario. Dato que nos debería escandalizar y mover a la acción, pero no es así, estamos anestesiados.

Dos años permanecí cubriendo crímenes, destino que convertí en un proyecto personal. Opté por no dejar de tomar ninguna foto, por cruenta que fuera. Quisé mostrar esto lo más directo posible. Como periodistas creo que no tenemos el derecho de bajarle decibeles a una verdad por más incómoda o dolorosa que sea.

Al final, estas tres historias componen un retrato de una parte de Medellín, una parte que muchos quieren ignorar aun cuando esté a la vista de todos. Este trabajo reúne mis cinco primeros años como fotógrafo de mi ciudad. 

 

De esta manera comprendí que eran personas comunes y corrientes, pero por las circunstancias en que habían crecido tenían trastocados los valores ciudadanos y su moral”.

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