Texto: Carolina Gómez Aguilar
Ilustración: Ema Villalba
La semana pasada una amiga nos buscó, a un par de mujeres más y a mí, para contarnos que hace varios años un hombre al que todas conocemos la había violado. Necesitaba decirlo para sacarlo de su cuerpo porque no la estaba dejando respirar.
Pese a nuestra insistencia, ella fue enfática en que no le interesaba denunciarlo, que solo quería desahogarse y encontrar en nuestras respuestas un alivio a su dolor. Necesitaba escuchar que la culpa no era suya, porque su propia voz no había logrado convencerla.